Francisco: “Esto es una vergüenza”

Horror e indignación por la muerte de más de 300 inmigrantes africanos en Lampedusa

La Vanguardia, EUSEBIO VAL Roma. Corresponsal, 04-10-2013
Lampedusa se inundó ayer de muerte. La diminuta isla italiana quedó desbordada por la cantidad de cadáveres del último naufragio, de una barca abarrotada de refugiados, la mayoría eritreos y somalíes. No había suficientes féretros ni espacio en la morgue. A la hora de cerrar esta edición se contaban ya 110 muertos, pero se temía que hubieran perdido la vida otras 250 personas, atrapadas en los restos de la embarcación, en el fondo del mar, o arrastradas por las corrientes quién sabe dónde.

NINO RANDAZZO / AFP Sin ataúdes. No había suficientes féretros en Lampedusa y se tuvo que enviar con urgencia una remesa desde la Italia continental; en la foto, los cadáveres de las víctimas del naufragio, alineados en el muelle del puerto bajo el sol

Los lampedusianos –poco más de 6.000 personas– asisten casi a diario, con dolor e impotencia, pero también con indignación, a tragedias humanas de esta índole. Por su proximidad geográfica a las costas de Túnez y de Libia, su isla es una encrucijada en las rutas de la desesperación del sur del Mediterráneo. Se ha convertido en puerto de llegada de hambrientos y de perseguidos, o simplemente de tantos que arriesgan la vida para cumplir el sueño de bienestar que asocian a Europa.

Nunca, sin embargo, había vivido Lampedusa un drama de estas dimensiones. El naufragio se produjo al amanecer. La barca, con unas 500 personas a bordo, se encontraba a media milla del islote de los Conejos, junto a Lampedusa. La embarcación tenía problemas. Había entrado agua y perdía carburante. Intentaba pedir ayuda a pesqueros que se hallaban en la zona, pero estos no reaccionaron. Uno de los pasajeros cometió el error de prender fuego a una manta para hacer señales. De inmediato se produjo un incendio en la cubierta, que estaba sucia de gasóleo. Con tanta gente hacinada a bordo, fue inevitable el pánico y la avalancha. Unos se echaron al agua. La embarcación se desequilibró. No se sabe si llegó a volcar o fue como consecuencia del incendio, pero la barca se hundió, con muchos de los inmigrantes dentro.

Quienes socorrieron a los náufragos describieron una escena de horror. Muchos no sabían nadar y el mar se los tragó. Se salvaron 155. Los supervivientes fueron llevados al puerto, junto a los cadáveres, en embarcaciones de pesca y de la Guardia Costera.

Se da la circunstancia, como contrapunto paradójico del accidente, de que el naufragio ocurrió cerca del islote de los Conejos, una reserva natural de extraordinaria belleza. Hay una playa, frente al islote, a la que se accede a pie, que es la mejor de la isla, de fina arena blanca y aguas transparentes, poco profundas, muy amada por los turistas y conocida por las tortugas marinas que ponen allí sus huevos.

El Gobierno italiano se movilizó de inmediato. El viceprimer ministro y titular de Interior, Angelino Alfano, partió hacia la isla. Llamó por teléfono a la comisaria europea Cecilia Malmström y al propio presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, para pedirles que la UE no deje sola a Italia ante esta urgencia humana permanente. “Es una escena que ofende a Occidente, que ofende a Europa”, dijo Alfano, ya en Lampedusa, al salir del hangar del aeropuerto reconvertido en morgue. El viceprimer ministro tuvo mucho interés en descartar la versión –dada por algunos supervivientes– de que los pesqueros tardaron en auxiliarles. “No los han visto –dijo Alfano–. Si no, hubieran intervenido”. “Los italianos tenemos un gran corazón”, insistió el ministro.

Italia, desde hace años, reclama que no se la deje sola como primer país de acogida, que el lastre que soporta sea repartido, que los refugiados e inmigrantes que rescata en el mar puedan ser repartidos entre sus socios europeos. Alfano logró de Barroso que la cuestión sea tratada en la próxima reunión ministerial europea, en Luxemburgo.

Quedó muy afectado el papa Francisco, que en julio visitó Lampedusa y lanzó al mar una corona de flores en homenaje a tantas víctimas anónimas. En aquella ocasión, Jorge Mario Bergoglio denunció “la globalización de la indiferencia”. Ayer, tras enterarse del suceso, incorporó una reflexión en un discurso en el Vaticano. Tras orar por las víctimas y unos segundos de silencio, dijo: “Me viene una palabra: vergüenza. Es una vergüenza”.

El presidente de la República, Giorgio Napolitano, secundó lo dicho por el Sumo Pontífice. “Vergüenza y horror, añadiría yo”, afirmó el jefe del Estado. Napolitano deploró las “matanzas de inocentes” que provoca este flujo de inmigrantes y demandantes de asilo. “Es indispensable atajar el tráfico criminal de seres humanos en cooperación con los países de donde provienen los flujos”, agregó Napolitano.

El Gobierno italiano se reunió y decretó un día de luto nacional, con un minuto de silencio en todas las escuelas. El naufragio en Lampedusa propició una tregua en la fase de agitación política que vive el país. Los cinco ministros pertenecientes al partido de Berlusconi debían dar una rueda de prensa para explicar sus futuras intenciones, pero la comparecencia se anuló. El ex primer ministro desconvocó también la manifestación de apoyo de sus partidarios que debía haber hoy en Roma coincidiendo con la reunión de una junta del Senado que debe decidir si expulsa o no a il Cavaliere de la Cámara Alta.

El telediario de RAI-1 concluyó, anoche, con una reflexión del actor Michele Placido que condenó a los traficantes humanos, “a los bandidos que se apropiaron de sus sueños”, y dijo que la reacción de Italia es de “rabia, piedad, silencio y un dolor que rompe el corazón”.

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