Elogio de la diferencia
ALBERT JACQUARD 1925-2013 Genetista y humanista
La Vanguardia, , 16-09-2013Gran genetista –dos doctorados en genética y en biología humana–, capaz de desmontar, en 1978, “la idea absurda de una jerarquía entre la gente”, esa suposición que subsiste incluso en el periodismo de que hay razas humanas, pero también el humanista que, megáfono en mano, movilizaba por los sintecho, por los indocumentados. La muerte de Albert Jacquard, víctima de una forma de leucemia, a los 87 años, provocó un eco tan amplio como el de su vida. Sin fronteras: dos páginas y primera plana en Libération, una página en Le Monde, tres cuartos en Le Figaro y el eco del popular Le Parisien, que despedía al “científico de alto nivel, humanista militante y defensor de las minorías”.
DANIEL MORDZINSKI /AFP
El único que no lo tenía en un concepto tan elevado era él mismo: “Como todos los miserables que suponen que los demás deben hacer el trabajo sucio –se describía–, yo no moví un dedo bajo la ocupación, concentrado en mi vida, en mis estudios”.
En su descargo, quienes lo conocían recordaban el drama de su infancia, ese accidente del 31 de diciembre de 1934, cuando Albert era un niño de nueve años. El automóvil de la familia –católicos conservadores; su padre dirigía el Banque de France– en las calles heladas de Lyon, incrusta sus ruedas en las vías del tranvía, que lo embiste por detrás. Su hermano de cinco años y sus abuelos mueren en el accidente y él queda desfigurado. Operaciones, reconstrucción.
“De ahí vienen mi lucidez y mi energía –dirá–; la noción de la irreversibilidad de la muerte; pero también es entonces cuando el espejo se convierte en mi enemigo; me sumergí en los libros, en el estudio”.
En 1951 se integra en la Seita –la Tabacalera francesa– como ingeniero de organización y método e instala uno de los primeros sistemas informáticos. Posteriormente, lamentaría “ese entusiasmo integrista por la técnica”. Y matizaba: “Trabajé con auténtica pasión, pero jugué el juego del éxito. Y un ingeniero, un técnico eficaz, es por definición alguien peligroso. Al contrario, un investigador hace el esfuerzo de ser siempre lúcido”. Funcionario en el Ministerio de Sanidad, primero, y luego en el Instituto de Estudios Demográficos, a sus 40 años decide bruscamente que “no se puede perder la vida en empeños irrisorios”. Por eso, parte a Stanford: dos años de estudio de genética de las poblaciones, un par de doctorados, cátedra y, rápidamente, el rango de especialista mundialmente reconocido en su tema.
En 1978, su Eloge de la différence (elogio de la diferencia) será su primer superventas y la clave de su compromiso posterior. Aquel mismo año será también el primero de los doce de su profesorado en la Sorbona. Pero sobre todo comienza su actividad militante. En el Comité Nacional de Ética se opone a la explotación comercial del genoma humano y a las patentes generalizadas de la materia viva.
También es un escritor activo –más de treinta títulos tendrá su bibliografía–, divulgador científico (“tous différents, tous pareils”; todos diferentes, todos iguales), autor de libros de contenido político ( Un monde sans prisons? –¿un mundo sin prisiones?–) y utopista confeso (de hecho, una de sus obras se titula Mon utopie, mi utopía), porque “hoy la solidaridad imprescindible debe comprender al conjunto de los habitantes de la Tierra”. “Mi objetivo –argumentaba– no es el de construir la sociedad futura, sino el de mostrar por qué aquella sociedad no ha de parecerse a la de hoy”.
Contra las armas nucleares y por el derecho a morir con dignidad; por el derecho a la vivienda –fue presidente de honor de la asociación Droit au Logement– y contra la energía nuclear… Su vida, sus luchas fueron resumidas así por su colega, el genetista Axel Kahn: “Valiente y profundamente bueno, se batió por la humanidad de los hombres”.
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