El calvario de vivir tras la muerte de ‘Ave’
La progenitora de la chica asesinada en Villalba en 2011 se quedó sin trabajo, sin pareja, sin madre, endeudada, perdida en el laberinto judicial... Y hoy tiene que revivir todo en el juicio por el crimen
El Mundo, , 16-09-2013En noviembre se van a cumplir dos años de la muerte de Avellaneda, una niña de 17 años fallecida por los delirios amorosos de Joaquín. Era ya la medianoche de aquel fatídico viernes cuando la chica recibió una llamada, salió del bar donde trabajaba con su madre para hablar por teléfono y ya no volvió. Hoy, su madre se va a enfrentar a una de las pruebas más duras desde que murió su hija: el juicio al presunto asesino.
Volvamos a aquella noche de frío en Villalba, con el anuncio del invierno en los vientos de la sierra: Avellaneda, Ave, salió a hablar y no volvió. Al poco rato, Carolina, su madre, se asomó a la calle, pero estaba desierta.
Entró a hablar con su pareja, le extrañó que la chica hubiera salido sin decir nada. A las dos de la mañana, sin tener ni idea de cómo funciona el sistema, se presentó en la Policía Local, que la envió calle arriba, al cuartel de la Guardia Civil para poner una denuncia. Esa noche no supieron nada.
Al día siguiente, aprovechando que tenían muchos teléfonos móviles de clientes del bar, a los que avisaban de las fiestas que organizaban o de algún evento especial, no lo dudaron. Mandaron mensajes de socorro a todos los conocidos, pero ¡ay!, entre ellos estaba Joaquín, el presunto asesino.
Joaquín, un tipo aparentemente normal de 22 años, nunca antes sospechoso, ya supo que la buscaban, y volvió, como casi todos, al lugar del crimen, para intentar enterrar a la niña que había matado la noche antes.
Él estaba obsesionado con Ave. Su madre notaba cómo los fines de semana, cuando el joven iba a tomar una cerveza, miraba las curvas de su hija, y luego volvía la cabeza callado hacia Katy, su verdadera novia, que le acompañaba en la barra.
Una vez, recuerda Carolina, Ave le preguntó: «¿Tú querrías a Joaquín como novio mío?», y la madre, sensata, le dijo: «Yo querré al que quieras tú», pero nunca volvieron a hablar del asunto, aunque eso, ahora que ya nada tiene solución, deja claro cómo él ya había intentado mantener relaciones con la menor en alguna ocasión.
Aún es un misterio lo que hizo con ella, pero se sabe que de alguna manera la invitó a ir con él, o quizá la forzó, y la llevó hasta las solitarias montañas de la sierra, cerca de una parcela muy grande donde él trabajaba de guarda.
En la parcela tenía una caseta, la típica del guardés, apartada de la de los señores, poco más que una cabaña en mitad del monte, donde Carolina asegura que esa noche estaba Katy, quizá esperando a su novio, sin imaginarse que él tenía en su mente a otra.
Todavía recuerda Carolina cómo Joaquín se presentó en el bar a las seis de la tarde del viernes, horas antes de matar a Ave: «Se pidió una cerveza, habló conmigo como siempre hacía, me dijo que lo había dejado con su novia, que tenían muchos problemas. Me pidió que le grabara un disco de bachata porque le gustaba mucho, y me contó que se iba a Madrid con su amigo Camilo, que le iba a presentar a unas viejas. Preguntó por Ave y yo le dije que no estaba, que luego vendría. Poco después se marchó, y dejó su cerveza por la mitad».
Joaquín la llevó a una cantera que hay cerca de la finca donde trabajaba, mató a la niña y arrojó ahí su cadáver. El SMS de alarma que le llegó el día después, como al resto de clientes, le sirvió para intentar ocultar su crimen.
Mientras, la maquinaria policial seguía el rastro de la niña. El rastro de su móvil fue clave: tenía 20 llamadas de Joaquín en 15 días, y montones de mensajes. Le interrogaron dos veces hasta que, cinco días después, confesó: «Sí, la he matado. Quiero un abogado».
La niña fue hallada el miércoles cerca de una charca, porque las lluvias hicieron que el cuerpo no quedara enterrado. Estaba tirada junto a la orilla, con su cuerpo ya en mal estado por los días transcurridos, pero aún eran evidentes los signos de violencia.
Y éste fue sólo el primer mazazo que recibió Carolina.
Después llegaron los otros.
La mujer tenía una pareja, y lo terminaron dejando.
Su bar, el Rancho Merengue, con el que se había ganado la vida durante los tres años anteriores sin problemas, cerró.
Hoy en día sigue sin trabajo.
Todavía no ha terminado de pagar la factura del entierro de su hija a la funeraria.
Su madre, abuela de la pequeña, estaba en República Dominicana cuando esto ocurrió y trataron de ocultárselo, pero al cabo de mes y medio, ya en enero de 2012, se enteró. Y murió de un infarto.
El otro hijo de Carolina, un niño de 10 años muy apegado a su hermana, empezó a suspender en el colegio. Ya ha repetido dos cursos.
Y sobre todo, se siente sola, perdida en el laberinto judicial, pero el jueves, cuando se entrevistó con este periódico, reconoció que irá al juicio le cueste lo le cueste. Aunque no sin miedo, porque piensa que el presunto asesino, que está en prisión preventiva, ha podido pactar algo, intentar que le caiga una condena menor. No parece que sea probable, ya que se le juzga por asesinato, y la pena es de 15 a 20 años.
Ahora, a partir de hoy y durante seis interminables días, Carolina se va a enfrentar al horror de revivir la muerte de su hija, y por eso ya ha plagado Villalba de carteles pidiendo «que esto no se olvide, pidiendo Justicia, pidiendo que no salga tan barato matar mujeres en España».
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