El esqueleto con traje de buzo se llama Abdelaziz

La Guardia Civil confirma que el cuerpo hallado en junio en el mar era de un joven marroquí Es Abdelaziz Elfayafi, universitario proveniente de una familia de clase media de Marruecos Su hermano mayor reclama una investigación sobre las causas de la muerte

El País, Lola Hierro , 12-09-2013

Abdelaziz, en una foto facilitada por su familia.
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El 2 de julio de 2013, los tripulantes del velero Yaiza hicieron un terrorífico hallazgo en aguas del Meditérraneo, a 40 millas de la costa de Calpe: un esqueleto vestido con traje de neopreno, gafas de bucear y aletas. Llevaba consigo una mochila con tres objetos: un teléfono móvil, un fajo de billetes por un importe de 540 euros y, lo más esclarecedor, un pasaporte a nombre de un joven llamado Abdelaziz Elfayafi, nacido el 8 de enero de 1989 en Imzouren, una ciudad marroquí de 100.000 habitantes situada en el Rif. El problema era que el cuerpo estaba en tal estado de descomposición que resultaba imposible saber si el dueño del pasaporte era el buzo o no.

Tras dos meses de indagaciones policiales, una prueba de ADN ha resuelto el misterio. El joven, efectivamente, era Abdelaziz, según ha confirmado la Guardia Civil. Y detrás de una foto de pasaporte y un nombre, había una historia y una familia que le ha estado buscando incansablemente.

Su hermana, Farah Elfayafi, también confirma la identidad de Abdel, como le llamaban cariñosamente. Fue enterrado este domingo en Boukidan, el pueblo bereber de 15.000 habitantes donde vivía con sus padres, Hafida y Hammadi. “Han venido unas 300 personas, entre nuestra familia, que es muy extensa, amigos y personas que no le conocían pero habían oído de su desaparición”, relata Farah.

Los Elfayafi son una familia de clase media y “normal”, como describe Farah, estudiante de ingeniería informática en la Universidad de Tánger. A sus 21 años, ya ha enterrado a dos hermanos, y ahora solo quedan cinco: dos mujeres y tres varones. La pesadilla de esta familia comenzó un junio de 2011, cuando uno de los chicos, Mohamed, fue hallado muerto en su apartamento. Tenía 27 años y era profesor universitario. “Fue por causas naturales, padecía una dolencia cardíaca”, relata su hermana menor. Y otro junio, pero en 2013, Abdelaziz murió. Era el tercero de los siete.

La víctima tenía estudios superiores en gestión informática y en contabilidad, hablaba cuatro idiomas: árabe, francés, inglés y neerlandés, y era aficionado a la natación, la música, los deportes y los viajes. Estaba matriculado en la universidad de Oujda, donde cursaba Humanidades, “aunque ya solo iba allí para hacer los exámenes que le quedaban”, explica su hermana. Había trabajado como administrativo en un par de empresas: Bismao y Bipan, esta última propiedad de un pariente, dedicada a la elaboración de productos de repostería. Los meses previos a su muerte estuvo viviendo en casa de sus padres y buscando empleo.

La última persona que le vio fue su madre, Hafida, el pasado 27 de mayo. “Salió de casa como cualquier otro día, y le dijo que iba a Tánger”, relata Farah. “Un rato después llamó por teléfono y habló con ella. Le contó que estaba en el puerto de esa ciudad por un proyecto”. La razón de que fuera hasta allí, según su hermana, podría estar relacionada con una empresa que el chico planeaba montar con Ahmed, el primogénito de los Elfayafi. Ahmed vive en Bélgica y ambos estudiaban la posibilidad de importar recambios de automóviles a Marruecos. Pero el plan no incluía que Abdelaziz se lanzara al mar con un traje de buzo. “Yo creo que hay un secreto detrás de la muerte de mi hermano”, afirma Farah, que ahora cuida de su madre, rota por el dolor tras haber perdido un segundo hijo. “Dice que nada le importa, pero con el tiempo irá olvidando; es la vida”, sentencia la joven con entereza.

Para su hermana, los asuntos de drogas están descartados. “Sé lo que puede parecer, pero Abdel no era así”, defiende. “Era un chico extraordinario, muy buen informático, y tímido, no hablaba mucho”, comenta. “Buscaba trabajo pero no necesitaba dinero, y además era buen buceador. Todos nosotros lo somos porque hemos crecido a pie de playa”, describe. La Guardia Civil barajó en sus primeras hipótesis que la víctima fuera un inmigrante que intentó llegar a España para buscar un futuro mejor, pero Farah tampoco está de acuerdo. No tenía esa necesidad imperiosa.

La última persona que habló con Abdel fue su madre. Le dijo que iba a Tánger a buscar trabajo

Nadie entiende qué hacía Abdelaziz en el mar con 500 euros en la mochila. Tampoco la razón de la muerte, atribuida por la Guardia Civil a causas naturales, según Ahmed. “Las autoridades españolas no nos ha dado ninguna información, solamente nos han dicho que, como aparentemente el cuerpo no tenía signos de violencia, no van a investigar más”, denuncia. Hasta la semana pasada, la familia ni siquiera sabía si ese esqueleto encontrado en aguas españolas coincidía con el de su ser querido. Cuando la Guardia Civil encontró el pasaporte entre los efectos de la víctima, se pusieron en contacto con ellos, y Ahmed viajó hasta Alicante para tratar de identificar el cuerpo. “No tengo muy claro que sea él, las manos parecen suyas, la ropa y la mochila es suya, pero no podría asegurar que este cadáver sea mi hermano”, explicaba a mediados de julio. Una muestra de ADN comparada con otra facilitada por este joven y nueve semanas de terrible espera han sacado de dudas a los Elfayafi.

Ahmed no se resigna a vivir sin saber por qué murió su hermano, así que va a iniciar una investigación por su cuenta. Mientras, Abdelaziz fue enterrado el pasado domingo en el pequeño cementerio de Boukidan. El consulado marroquí en Valencia pagó el transporte del cuerpo desde España hasta Tánger, y la familia lo traslado hasta su pueblo, donde le dieron sepultura siguiendo el rito musulmán. De Abdelaziz Elfayafi ya solo queda un currículo en una web de empleo, ya que su cuenta de Facebook, que mostraba a un joven sonriente y despreocupado, fue borrada el domingo. Hasta entonces, se leía en su muro un mensaje de su hermana Farah. Solo dos palabras, como un grito lanzado al vacío: “¿Dónde estás?”.

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