Souvenirs a un euro en la manta
La Vanguardia, , 21-08-2013La crisis alimenta la venta ambulante no autorizada de todo tipo de baratijas cada vez más precarias
Un simpático y joven pakistaní apostado en el paseo central de la Rambla explica que sí, que la policía municipal le decomisa a cada rato los pequeños silbatos que se colocan sobre la lengua. Son unos productos en el punto de mira de la Guardia Urbana. Al parecer, sobre todo cuando los usan niños, pueden tragárselos y atragantarse de manera peligrosa.
“Mucho más que el año pasado, en cuanto me despisto llegan y me quitan los silbatos –continúa–. Hoy mismo ya me los han quitado un par de veces. Lo que yo hago es llevar encima únicamente dos o tres, y guardar el resto cerca… Los silbatos son mucho más sencillos de vender que los abanicos, los abanicos se esconden peor”, subraya al tiempo que señala con la mirada a un compatriota que, arrodillado, ofrece unos cuantos abanicos a un euro, abanicos de aspecto bien precario y endeble.
El low cost también se consolida como salida de emergencia en el mundo de la venta ambulante. Abanicos feos, ceniceros confeccionados con latas de refresco, imanes que no se sostienen de gitanas vestidas con traje de faralaes sobre las letras que escriben el nombre de Barcelona. A un euro, a medio si uno regatea y se lleva más de uno de lo que sea. Siempre se vendieron baratijas de escasa calidad en Barcelona. Pero estos subproductos nunca tuvieron el protagonismo de este verano.
Ahora pueden encontrarse en la Rambla, en los alrededores de la Sagrada Família, junto a las torres Venecianas de la plaza Espanya. Por todas partes. Sus vendedores también se pasan el día yendo y viniendo, jugando al ratón y al gato con la policía. Mandos de la Guardia Urbana explican que buena parte de la población dedicada a la venta ambulante no autorizada lo hace de un modo muy intermitente, que es muy difícil calcular cuantas per-
sonas se dedican a estos menesteres. “No obstante –añaden–, sí que hemos detectado este verano un ligero aumento, muy relacionado con la crisis económica. Son vendedores de productos muy precarios. Van por libre. Suelen trabajar en solitario. Quizás vayan con una persona o dos. No están nada organizados. No forman ningún grupo”.
El sonriente pakistaní de la Rambla agrega que los silbatos los compra en una nave industrial de Badalona, que cada silbato le cuesta unos cuarenta céntimos, treinta y cinco si se hace con un paquete de 1.400 unidades… Que los vende por un par de euros, por uno y medio si le compras más de uno.
“Todo el mundo se lo piensa todo mucho antes de gastarse unas monedas –reflexiona sin perder el buen humor–, tengo que pasarme ocho o nueve horas al día subiendo y bajando… Y luego, cuando se hace de noche, vendo juguetes voladores luminosos tres o cuatro horas más, a dos euros y medio cada uno… Y tardo como doce o trece horas como poco en ganar quince o veinte euros. Antes, hace años, hace mucho, tuve trabajos normales. Pero ya no hay modo de conseguirlos”.
De esta manera, termina el joven, puede costearse una habitación compartida en un piso alquilado junto a otros compatriotas. “Las latas de cerveza se venden mejor, pero tienes que vender muchas más para ganar lo mismo, y tener problemas con borrachos, estar toda la noche…”. Luego el pakistaní se aleja, se acerca a uno de los maceteros que flanquean una de las terrazas de la Rambla. Allí esconde sus silbatos, guardados en una bolsa de plástico de boquillas para cigarrillos de liar.
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