Impotencia

Más policía en Barcelona no logra frenar la presencia de manteros, que urden tácticas nuevas para esquivar el veto

La Vanguardia, LUIS BENVENUTY Barcelona, 21-08-2013

Media docena de vendedores ambulantes de baratijas y complementos de marcas pirateadas despliegan sus mantas sobre el piso de la plaza Portal de la Pau, entre el Maremàgnum y la Rambla. Ahora los subsaharianos tratan de evitar el puente. Además, este verano los grupos de manteros que coinciden son mucho más pequeños.

Todo está pensando. Ya comprobaron que tratar de escapar de la policía a toda velocidad junto a treinta y tantos colegas a través de un puente atestado de turistas despistados por culpa de la sobreexposición al sol no puede acabar bien. Los manteros de Barcelona también se reinventan. Este verano están poniendo en práctica nuevas estrategias.

Huir con unos pocos hasta una boca de metro es más sencillo que hacerlo junto a treinta o cuarenta. Por ello los pequeños grupos se desparraman ahora por toda la ciudad. Vienen y van. La policía municipal también está cambiando su modo de trabajar. Su prioridad ahora es hostigar a los manteros sin generar problemas de seguridad pública.

Mandos de la Guardia Urbana reconocen a La Vanguardia que no pueden erradicar el top manta en la capital catalana, que la necesidad que empuja a los manteros es mucho más fuerte que su presión, que lo único que pueden hacer es entorpecer su actividad, complicarla en la medida en que ello no ponga en peligro la integridad de la gente.

El juego del gato y el ratón se renueva. Y los manteros se enquistan. La venta ambulante no autorizada, y los problemas de orden público, fue uno de los lastres de la alcaldía de Jordi Hereu. Ahora el problema es una ducha fría para el alcalde, esta vez Xavier Trias. A pesar del empuje de principios de mandato, el top manta está lejos de solucionarse.

El Ayuntamiento dedica 40 agentes a combatirlo. A principios de verano informó de que, en lo que llevaba de año, llevaba 18.000 intervenciones contra la venta ambulante, un total que implicaba un incremento del 11% en relación al mismo periodo del 2012. Además, las quejas habían disminuido un 31%.

Pero el problema persiste. Un vigilante se apoya en un árbol de la plaza Portal de la Pau, otro lo hace en una farola, al otro extremo. De este modo los vendedores ambulantes controlan todos los accesos al lugar. De esta manera aprenden del pasado y ya no se encierran en un embudo del que tienen que escapar a empujones.

De repente se atisba un coche de la policía portuaria. El coche claramente logotipado se acerca despacio. Su silueta se agranda lentamente. Como si pretendiera que todos lo vieran con tiempo. Esto tampoco es casualidad. Una de las prioridades de la policía de este verano es que no se produzcan estampidas, que nadie acabe por los suelos.

Los vigilantes compinchados cumplen con su cometido. Mediante silbidos y llamadas de teléfono móvil, los subsaharianos se alertan los unos a los otros de la llegada de los agentes. Recogen su mercancía en segundos y se dividen. Unos, en apenas tres zancadas, se plantan en el paseo Colón, fuera del ámbito de actuación de la policía portuaria.

Otros prefieren refugiarse en la estación de Drassanes. Temen que aparezca por el paseo algún policía municipal. La de Drassanes es una de las paradas más transitadas. Los manteros saben que la policía no los perseguirá en el subterráneo, que prefiere dejarlos marchar a verlos correr con inmensos fardos por los andenes atestados de cruceristas.

La idea es entorpecer el top

manta sin poner en peligro la seguridad de la gente, los mandos de la policía local. Tampoco es difícil encontrar manteros tomándose un respiro en las estaciones de Catalunya, Passeig de Gràcia, Espanya, Barceloneta… Sus jornadas son eternas. Grupos cada vez más pequeños para no llamar la atención se pasan el día yendo y viniendo por toda la ciudad.

Los minutos transcurren en el paseo Colón. Los subsaharianos se acomodan fuera de la zona portuaria, entre un quiosco y la valla de obra que separa el paseo de la plaza. Miran de reojo. El vehículo de la policía portuaria sigue estacionado en mitad de este punto de paso de turistas que vienen y van. Los jóvenes inmigrantes debaten sobre qué hacer.

Entre la llegada de los manteros y la de la policía apenas transcurrieron diez minutos. Los africanos apenas pudieron vender un par de gafas de sol de marca Rey Sun. El tiempo continúa transcurriendo bochornoso. El coche de la policía sigue sin arrancar. Los manteros deciden encaminarse a través del paseo hacia el Moll de la Fusta. Yendo y viniendo. Todo el día.

“Los manteros tratan este verano de instalarse en sitios de la ciudad cuyos alrededores pueden controlar fácilmente –siguen las fuentes–, en lugares donde puedan huir rápidamente hasta una parada de metro. Saben que llegaremos antes o después, que no podrán estar vendiendo mucho tiempo, que les obligaremos a marcharse… pero también que no los perseguiremos por el metro”.

Los manteros, añaden los mandos, tienen más movilidad que nunca. Se desplazan a cada rato. Por la playa, por el paseo Marítim, por el paseo de Gràcia, por el Park Güell… Por todas partes. Un rato. Hasta que intuyen la sombra de un policía. “Tratamos que tengan que marcharse tan pronto que no les salga a cuenta llegar a desplegar la manta”.

Los subsaharianos llegan al Moll de la Fusta antes del crepúsculo, mientras se cruzan los que vuelven de la playa y los que van a cenar. Máximo trasiego veraniego. Los manteros se posicionan. El hartazgo marca sus expresiones. Se sienten maltratados, agraviados, criminalizados. Como si el mundo no les permitiera sobrevivir. “No hacemos nada malo”, dicen. Ideas como pago de impuestos, competencia desleal o derechos de autor se les antoja una entelequia. Ahora que no se abren carreteras ni se levantan aeropuertos, mientras que la construcción permanece en exiguos niveles, su alternativa, una vez que sus permisos de trabajo y residencia caducaron, es bajar un escalón y buscar chatarra.

Volver a su país con las manos vacías no es aceptable. A los diez minutos de desplegar sus baratijas aparecen dos policías. Caminan con tranquilidad. Los manteros recogen una vez más. El desalojo se produce sin estampidas. Los manteros debaten a dónde ir. El problema no puede resolverse sólo con medios policiales.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)