El rostro cambiante del Tea Party
El movimiento populista y conservador ha perdido peso, pero mantiene la influencia en el Partido Republicano
La Vanguardia, , 03-06-2013El movimiento populista que, durante el primer mandato del demócrata Barack Obama, capitaneó la oposición al presidente, quedó debilitado tras la derrota republicana en las presidenciales de noviembre. Sus líderes más destacadas –la exgobernadora de Alaska Sarah Palin o la congresista Michele Bachmann– han abandonado la escena. Pero el movimiento retoma impulso, con nuevos líderes como los senadores Ted Cruz o Rand Paul, del Partido Republicano, y nuevas causas, como la relevación de que el IRS, la agencia tributaria, dedicó un escrutinio particular a grupos del Tea Party.
El anuncio, hace unos días, de que la congresista Bachmann no volvería a presentarse al escaño, marca un final de etapa. Bachmann, candidata derrotada en las primarias republicanas del 2012, fue una de las figuras del Tea Party en los últimos años. Acosada por varias investigaciones sobre la financiación de su campaña, la congresista de Minnesota se aparta de la primera fila, como ha hecho Palin, encumbrada al frente de la insurrección tras su candidatura a la vicepresidencia en el 2008. En enero, la cadena conservadora Fox News le rescindió el contrato como comentarista.
Podría creerse que la reelección de Obama ante un Partido Republicano bajo el influjo del Tea Party, sumada al ocaso de estrellas como Palin y Bachmann, evidencian un declive. Según la politóloga Theda Skocpol, coautora de The Tea Party and the remaking of American conservatism (El Tea Party y la remodelación del conservadurismo americano), el número de grupos del Tea Party bajó entre el 2009 y el 2012 de 1.000 a 600. En el 2010, un 30% de votantes se declaraban partidarios del Tea Party, según un sondeo. Ahora, un 22%. Pero la erosión es leve. Los nuevos líderes –Cruz, de Texas, y Paul, de Kentucky– quizá sean menos mediáticos que Palin y Bachmann, pero ideológicamente son más sólidos y, al ser senadores, su influencia es superior. Ambos coquetean con presentarse a las presidenciales del 2016.
“Los intentos de despreciar el Tea Party datan casi desde su concepción, cuando grupos progresistas y demócratas aseguraban que se trataba de un movimiento creado artificialmente, sin apoyo real en la base”, escribe un grupo de politólogos de la Universidad William and Mary, de Virginia, en el informe Republican factionalism and Tea Party ac
tivists (Faccionalismo republicano y activistas del Tea Party). “El movimiento Tea Party ha demostrado ser sorprendentemente resiliente y ha seguido representando un poder dentro del Partido Republicano”. La mitad de republicanos de EE.UU. se declara partidaria del Tea Party, pero esta mitad son los más comprometidos, los activistas que se movilizan en campaña.
Tras las presidenciales, los líderes del Partido Republicano se distanciaron del radicalismo del Tea Party. Concluyeron que, sin moderar el mensaje, lo tendrían difícil para atraer a los sectores más pujantes, como los latinos. Pero los intentos para domesticar el ala populista “resultan problemáticos”, según los politólogos de William and Mary. Y vaticinan que “es probable que el Tea Party continúe siendo una fuerza importante, y con frecuencia dominante, en el interior del Partido Republicano”.
Uno de los problemas al analizar el Tea Party es que nunca fue un movimiento organizado. Cualquier grupo de activistas podía autodenominarse Tea Party, nombre inspirado en la rebelión antibritánica de 1773. El núcleo de la ideología Tea Party es el rechazo a Washington, a los impuestos elevados y al intervencionismo público en la economía. Casos como el del IRS, que verificó con especial empeño si grupos del Tea Party defraudaban al fisco, vendrían a demostrar la naturaleza perversa del Estado federal. Tampoco es extraño que su nuevo caballo de batalla sea la oposición a una iniciativa para establecer baremos comunes de lectura y matemáticas en las escuelas públicas del país. Esta iniciativa, según los populistas, representa una intrusión intolerable del poder central en las competencias educativas locales.
Pero los politólogos Christopher Parker y Matt Barreto sostiene en el recién publicado Chan
ge they can’t believe in (Cambio en el que ellos no pueden creer) que el Tea Party no es sólo un movimiento conservador al uso, receloso ante Washington y el gasto público, sino una expresión de la tradición reaccionaria y proclive a las teorías conspirativas (paranoide, según el término que en los años sesenta usó el historiador Richard Hofstadter). “Creemos –escriben– que las personas se sienten atraídas por el Tea Party debido a la ansiedad que sienten, pues perciben que la América que conocen, el país que aman, se les escapa de las manos, amenazado por el rostro rápidamente cambiante de los que creen que es la América real: un país blanco, principalmente masculino, de clase media, cristiano y heterosexual”. En un artículo del 2011, Skocpol ya constató que “los miedos a la inmigración se vinculan estrechamente con la identidad étnica de los inmigrantes en cuestión”. Su preocupación, añadía, era la inmigración latina. Un 63% quiere limitar la inmigración, según el estudio de William and Mary. Entre los republicanos ajenos al Tea Party, sólo el 48% quiere hacerlo.
Los dirigentes republicanos se han declarado favorables a la reforma migratoria que promueve Obama y que abriría las puertas de la regularización a hasta once millones de simpapeles. Y, sin embargo, los recelos entre las bases conservadoras siguen pesando. El Tea Party ya no es tan fuerte como en su apogeo, hace tres o cuatro años, y no todos sus miembros son contrarios a la reforma, pero sigue allí. Las ansiedades que expresa no se evaporan de la noche a la mañana. Su capacidad para hacer naufragar las iniciativas de la Casa Blanca, y del propio establishment del Partido Republicano, no ha desaparecido.
(Puede haber caducado)