opera

La herida abierta de Alemania

Una versión nazi de la ópera ‘Tannhäuser’ de Richard Wagner, a cargo del director de escena Burkhard C. Kosminski, escandaliza al público de Düsseldorf

El Mundo, ROSALÍA SÁNCHEZ BERLÍN ESPECIAL PARA EL MUNDO, 07-05-2013

El público de Düsseldorf ha sufrido un ataque de intolerancia a su propia historia cuando el director de escena Burkhard C. Kosminski ha osado situar la legendaria acción del castillo de Wartburg de Tannhäuser durante el régimen nazi y asociar la violencia nazi y el drama operístico con el nacimiento de la República Federal Alemana, en la época Adenauaer. No había transcurrido ni media hora de la función de estreno, cuando buena parte del público se levantaba de sus asientos entre abucheos y abandona el edificio de la ópera. El facilón recurso a los nazis había sobrepasado el estómago de buena parte de los presentes, que eclipsaron a la orquesta y los cantantes, estupendos, todo hay que decirlo, con sus gritos y sus protestas.

Durante la Obertura de este Tannhäuser, actores desnudos caen a tierra desde una cruz hecha de cubos de vidrio y envueltos en niebla, con los que Kosminski representa las cámaras de gas de los campos de concentración nazis. Varios matones de las SS, junto a Tannhäuser, asesinan a una familia en un brutal tiroteo, allí donde debería estar situado el monte de Venus. La imagen de Tannhäuser como un criminal nazi, las salpicaduras de sangre a las primeras filas y la tematización del antisemitismo de Wagner, en medio de los preparativos del aniversario de los 200 años de su nacimiento, han sido demasiado para el público alemán. «¡Esto es un insulto!», gritaban algunos indignados, lamentando no tener a mano objetos contundentes que lanzar al escenario.

El director intendente de la ópera, Christoph Meye, salió al paso de la situación como pudo y, interrumpida la representación, pidió al público que se contuviese en su reacción y esperase hasta el final de la obra para expresar, con todo su derecho, el juicio que le mereciese. Pero el citado final, en el que un niño superviviente perdona a Tannhäuser la culpa de sus crímenes, no sirvió sino para encender aún más los ánimos y los pocos espectadores que quedaban en la sala a esas alturas mostraron, si cabe con más sonoridad, su descontento. Para entonces, la concepción escénica de Kosminski, una descabellada dialéctica entre el eros y el ágape, entre Venus y la Virgen María, entre la sensualidad y el ascetismo, había colapsado sin remedio.

La relación socio-psicológica entre los alemanes y su pasado nazi sigue siendo, hoy en día, una herida abierta. Estos días, además, los nervios están a flor de piel por el inicio del juicio contra NSU, la célula terrorista neonazi que durante una década ha asesinado impunemente a extranjeros por toda Alemania, crímenes xenófobos que, a la luz de las pruebas que se van conociendo, difícilmente se han podido llevar a cabo durante tan prolongado periodo de tiempo sin apoyo desde dentro de las fuerzas de seguridad.

El público alemán parece debatirse todavía entre su admiración por el mito romántico de Wagner y su dolor por el uso que Hitler hizo de él, sin saber hasta qué punto debe defenestrar una obra que forma parte de la esencia de la cultura europea a causa del abierto antisemitismo del artista. En cualquier caso, los aficionados a la ópera de Düsseldorf no recuerdan haber sufrido antes tal enfado, mientras, con sus mensajes inverosímiles, Kosminski, se ha garantizado una gran publicidad.

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