En la década de los 80 del siglo XX, la universidad española vivió una transformación radical no solo por el cambio de sus estructuras y su funcionamiento sino por un fenómeno que llega hasta nuestros días: la generalización del acceso a los estudios superiores. Lo que en su día fue un reducto de determinadas clases se fue convirtiendo en parte gracias a la llegada de la democracia, pero también como consecuencia de la emergencia de una clase media y trabajadora que veía que el futuro de sus hijos pasaba por la universidad en un cosmos con una amplísima extracción social que conllevó, asimismo, una masificación de las aulas y la creación de nuevos centros en todo el país.

Esta democratización experimenta ahora una nueva etapa con la llegada a la universidad de los hijos de la oleada inmigratoria vivida a partir de los 90. Son jóvenes que o bien iniciaron sus estudios aquí o ya nacieron en Catalunya. Aunque las estadísticas aún son poco significativas, lo cierto es que van en aumento. Y nos hablan con claridad de la integración efectiva de esta parte de la población y de la buena salud del sistema docente en primaria y secundaria.

Habrá que observar en qué medida el aumento de las tasas y de la dificultad de acceso a la universidad afectará a esta nueva generación de universitarios. En cualquier caso, estamos ante una noticia optimista por cuanto nos habla del funcionamiento todavía efectivo del ascensor social en un sector tan decisivo como el de la educación.