La resurrección de los migrantes

Proyecto Frontera busca devolver la dignidad a miles de centroamericanos cuya pista se perdió en la ruta hacia Estados Unidos

El País, Raquel Seco , 17-04-2013

“Sé que usted es buena persona, y le agradezco mucho su trabajo, de verdad. Pero esa no es mi hija. Mi hija está viva”. Mercedes Doretti andaba en su veintena, estaba en Buenos Aires y, por primera vez, le tocaba decirle a una madre que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) había encontrado los restos de su hija desaparecida durante la dictadura.

Desde aquella primera vez, que Doretti, de 54 años, recuerda “durísima”, el grupo que ella cofundó ha trabajado en más de 30 países: de las víctimas de la dictadura argentina (1976-1983) a la República Democrática del Congo, Kosovo, los feminicidios de Ciudad Juárez y, últimamente, los migrantes centroamericanos que se extravían de camino a la frontera con EE UU. Este último se llama Proyecto Frontera e intenta identificar genéticamente los restos cruzando bases de datos de países de salida, de paso y de llegada.

Más de 70.000 migrantes desaparecieron en territorio mexicano desde 2006, según la caravana de madres que en octubre recorrió este país buscando pistas. Las cifras del Proyecto Frontera parecen escuálidas, por ahora: 11 identificaciones ‘exitosas’ en 2012. Quince en 2011. Solo tres en 2011. Pero ponen nombre y dan paz a las familias de 29 personas –la mayoría, hombres jóvenes-.

El Equipo Argentino de Antropología Forense ha trabajado desde su arranque en 1984 en más de 30 países

El equipo nació en 1984, cuando los expertos estadounidenses Eric Stover y Clyde Snow viajaron a Argentina con un grupo de forenses. Allí, explica el EAAF, “encontraron varios cientos de esqueletos exhumados sin identificar almacenados en bolsas plásticas en los depósitos polvorientos de varios institutos médico-legales. Muchas bolsas contenían los huesos de más de un individuo. La delegación hizo un llamado urgente solicitando la interrupción inmediata de estas exhumaciones”. Después de aquello, Snow volvió muchas veces a investigar. Entre visita y visita formó a un pequeño equipo de jóvenes entusiastas, veinteañeros estudiantes de antropología y medicina que temían que los últimos coletazos del régimen se los llevaran por delante, pero que a pesar del miedo sacaron cientos de cadáveres de las fosas comunes. Ahora los requieren como peritos desde organizaciones de derechos humanos, de jueces, de comisiones especiales de investigación o de la ONU. “Nos llaman cuando hay problemas”, sintetiza Doretti por teléfono desde Nueva York, donde tiene campamento base.

A México llegaron por primera vez en 2005, cuando fueron contratados por el Estado de Chihuahua para identificar restos de mujeres en la violenta Ciudad Juárez, en la que entre 2008 y 2010 fueron asesinadas más de 7.000 personas y donde muchas madres continúan buscando a sus hijas ante la indiferencia institucional. Los miembros del EAAF llegaron después de un montón de forenses nacionales e internacionales. Revisaron lo hecho hasta el momento, lograron 33 identificaciones – incluidas algunas de Campo Algodonero, el caso por el que la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció culpable en 2009 a México por el asesinato de tres jóvenes ocho años atrás-. Denunciaron irregularidades. Y entonces les tocó de frente otra ola de violencia, la de 2008. “Mataron al director de medicina legal de allí, y nos fuimos a vivir a El Paso (Texas). Después ya no pudimos seguir trabajando. Comparamos todos los restos contra los registros de desaparecidos y no logramos más. Unos 50 quedaron sin identificar”, se lamenta. Allí surgió la idea de Proyecto Frontera. “Pensamos: las no identificadas deben de ser de fuera de Chihuahua, quizá sus familias hayan denunciado la desaparición en otro lugar. Pensamos en pedir las listas de mujeres desaparecidas a los Estados. Y entonces nos dimos cuenta de que no había listados actualizados, ni bases de datos…”.

Por eso, la idea central del Proyecto Frontera es compartir información. Su propuesta es construir un mecanismo regional que centralice datos de migrantes desaparecidos y de restos no identificados para poder hacer cruces masivos. Algo que ya se aplica en Arizona, por ejemplo. “Sin el cruce masivo, funcionaba así: aparecía un cuerpo en EE UU, con documento mexicano. La morgue se ponía entonces en contacto con el consulado, que a su vez contactaba a la familia, y cruzaba la información. Así, caso por caso”, explica Doretti. Además, la investigación se complicaba si faltaban fichas odontológicas, documentos… Sin ese “cruce masivo” que facilita la identificación genética o por rasgos característicos, los casos se amontonan de las morgues.

Un registro de no identificados y desaparecidos ayudaría a combatir este “cuello de botella”, sostiene el Proyecto Frontera. Por ahora han conseguido crear bancos gubernamentales y no gubernamentales en El Salvador, Honduras y Chiapas (México). Tienen además uno en ciernes en Guatemala.

Con una base de datos, la organización puede hablar con las morgues que resultan clave en la ruta del migrante, que están entre Arizona y Texas (EE UU) y entre Chiapas y Tamaulipas, en la zona de México. En esta última, un Estado en el que las organizaciones a favor de los derechos humanos huyen acosadas por el crimen organizado, todavía no están presentes. Pero ya tienen planes.

El Proyecto Frontera de México es un programa piloto –“No conocemos otro corredor migratorio donde se esté intentando hacer algo parecido”, dice modesta-. Aquí no son conocidos, a diferencia de Argentina, donde desde 2008 han recogido unas 9.000 muestras de sangre de familiares de víctimas de la dictadura. En Centroamérica y México hacen tomas a pequeña escala.

Las visitas de la prensa a las exhumaciones no son bienvenidas. El EAAF también es reacio a distribuir fotografías. Y Mercedes Doretti, didáctica, objetiva, no quiere entrar en detalles. Solo deja caer que en México los desaparecidos aparecen “a lo largo de las vías del tren” o ya en la frontera de EE UU, a punto de alcanzar la meta. Y que la forma de comunicarle la noticia a un familiar es con un lenguaje comprensible. Si se puede, también con fotografías. Y que siempre hay un psicólogo a mano, pero que la gente prefiere hablar con un técnico presente en la exhumación. “Es como el familiar de alguien que se murió en una operación. Quiere hablar con el médico, no con un administrativo o con un psicólogo”, razona.

“A mí me gusta lo que hacemos”, agrega. “El trabajo es duro, pero tener una aplicación tan concreta sobre un área tan vital como es la muerte me resulta muy apasionante”. La muerte, insiste, es “vital”. Para cerrar ciclo y sanar las heridas. “Todas las familias dicen que la incertidumbre es lo que las está matando”. Doretti, por cierto, nunca se ha vuelto a encontrar con una madre que niegue la identidad de un cuerpo.

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