Regresar o resistir

Dos historias divergentes: Catalina, colombiana, que ha decidido quedarse y montar una empresa con sus hermanos, y Rodorik, ecuatoriano, quien después de doce años hace las maletas y vuelve a Milagros, su pueblo natal

El Mundo, JAUME V. AROCA RAÚL MONTILLA, 20-02-2013

El número de ciudadanos de origen extranjero en Barcelona sigue estable. Constituyen el 17,4% de la población residente, una cifra similar a la registrada en los últimos años, lo que evidencia que esta ha dejado de ser la ciudad del sueño migrante y que, ahora, compartimos infortunio y prosperidad con aquellos que llegaron en los años de la exuberancia. Algunos regresan y otros se quedan aquí a resistir.

Resistir. Tal vez no es la palabra más adecuada para definir a Catalina Mejía Ángel (“no te olvides de Ángel, o mi madre no nos lo perdonará”), una colombiana de Medellín que lleva ya ocho años en Barcelona y que ahora mismo no piensa en otra cosa que su proyecto, una empresa de catering que quiere crear junto a sus hermanos Juliana y Daniel. La palabra más adecuada para ellos es empujar, empujar y no perder el ánimo hasta que este proyecto esté en marcha.

¿Crisis? “Nosotros pertenecemos a una familia que ha sufrido tres quiebras, tres. Nos criamos en el Medellín de Pablo Escobar, cuando salir a la calle era peligroso”, explica Juliana, la primera de las hermanas, que llegó a España hace doce años. Pasó por Sevilla, Barcelona, Rodalquilar (Almería), donde se enamoró de su marido, un cocinero francés… y de nuevo Barcelona. “Nosotras lo sabemos muy bien, las crisis son momentos óptimos para crear cosas nuevas. ¿Que es difícil? Claro,hoy nos ves así, animados, y hace unas semanas estábamos a punto de dejarlo correr. Pero –puntualiza– para eso estamos aquí los tres. Para decirnos: ‘Vamos a hacerlo’. Y trabajar y buscar soluciones”.

Un minuto para la publicidad. Su proyecto, Palpita, pretende ofrecer un catering ecológico en todos los sentidos: alimentos de proximidad, materiales reciclables y energías limpias para elaborar una comida global. Para desarrollarlo han contado con el asesoramiento de Barcelona Activa, que en unas semanas evaluará la viabilidad financiera del proyecto.

Aunque, en realidad, la lógica de esta historia tiene sus orígenes en las noches de su infancia, cuando en la casa, los veranos de Medellín, su abuelo, Ángel Ángel, por más señas, organizaba cenas temáticas: españolas, italianas… “Se puede hacer comida india con tomates de aquí”, sostiene Daniel. Nuestra idea es: “Compra local, cocina global”.

Catalina habla de sus compatriotas colombianos que ya se han ido. “La mayoría de la gente con más formación –médicos, arquitectos, abogados– se ha ido a otros países europeos”. “Es cierto –explica Juliana–, durante un tiempo hubo aquí un grupo colombiano que hacía cosas buenísimas en cine. Se fueron todos a Berlín y ahora hacen exactamente lo mismo allá”.

Juliana, que estudió Arquitectura y luego Artes Escénicas, es la más aguerrida de los tres hermanos y se enoja cuando explica las enormes trabas burocráticas que impone la Administración para abrir un negocio a Barcelona. Su hermana, Catalina, que trabajó en la Bolsa de Medellín, aunque en realidad lo que a ella le ha gustado siempre es la cocina, es menos vehemente, pero cree que hay demasiados obstáculos para montar una empresa. Obstáculos que combaten con el principio básico de esta historia, no rendirse.

Regresar, esa es la otra palabra posible. Rodorik Cujilán, de 40 años, ya ha decidido que volverá a su país, a Ecuador, a Milagros. Dirá adiós de una vez por todas a Barcelona, a su querido barrio, el de Sants, donde vive desde hace más de una década. “Hace un mes, para Navidad, regresé a mi país. Mi hermano, con el que vivo, me llevó al aeropuerto adonde he ido varias veces en los últimos meses para despedir a amigos… Se han ido muchos”, asegura.

Llegó a España hace doce años. En este tiempo ha regresado en algunas ocasiones a su país, pero fue esta última vez cuando tuvo claro que su lugar está allí y no en España. Por eso, cuando deje cerrados algunos asuntos, se marchará. Más pronto que tarde. “Ahora vivo con un hermano. Él no quiere regresar porque tiene una hija que vive aquí. Yo no podía decirle por teléfono, de pronto, que me quedaba. El alquiler, por ejemplo, está a mi nombre… Pero que me voy, seguro”, añade.

Rodorik es licenciado en Geografía e Historia. Desde que se hizo emigrante nunca ha ejercido la docencia. Su principal oficio en la última década ha sido el de cajero en un supermercado, aunque también se marchó una temporada a recoger la fresa en Murcia. Lleva tres años en el paro y sobrevive con el subsidio de 420 euros mensuales. “Te sientes, un poco, como si hubieses fracasado. En Ecuador dejé otros dos hermanos: uno está en el ejército, otro en la Marina. Los dos casados, con familia… Tú no tienes nada”, explica.

Aunque en la actualidad Rodorik, como muchos de sus compatriotas, se ha convertido en objeto de deseo para el Gobierno ecuatoriano. Hace más de una década vivían una profunda crisis. Salieron ecuatorianos no formados, pero también un alto número de universitarios. “Sí que se produjo una fuga de cerebros”, apunta. Ahora las autoridades de su país tratan de que estos conciudadanos cualificados regresen. También sus hijos. Hay muchos menores que han llegado al bachillerato o que están a punto de hacerlo que también tienen que hacer las maletas.

Regresan después de que en los últimos años, desde fuera, también hayan sido claves en la recuperación económica de su país con el envío de divisas.

Ahora, en Ecuador, hay puestos de trabajo. “Si regreso, podré trabajar enseñando. Aunque, mientras, creo que pondré un negocio. Mi padre me puede ayudar económicamente”, apunta Rodorik. En su país se ha puesto también en marcha el llamado Plan Tierra. Fruto de una desamortización, se ayuda a los emigrantes que quieran regresar con la posibilidad de explotar grandes extensiones en cooperativas. “Los que regresamos nos hemos europeizado. Y es lo que precisamente quiere el Gobierno, que está luchando contra el problema del alcohol, de los sobornos. Hay unas prácticas a las que nosotros no estamos acostumbrados”, añade.

Cada año regresa una media de 100.000 ecuatorianos a su país. A ello ayuda una ley que hace que las entidades bancarias no puedan perseguir a los deudores de hipotecas. “Hubo mucha gente que se compró un piso. A mí, por suerte, no se me pasó por la cabeza. ¿Qué va a hacer toda esa gente ahora? ¿Malvivir llenos de deudas? Se van”, explica Rodorik.

Fuentes del consulado apuntan que, en el caso de los ciudadanos ecuatorianos, la tasa de paro en el área metropolitana durante el año pasado y el anterior –cuando comenzó el principal éxodo– ya estaba en torno al 25%, unos diez puntos más que la media general. Los hombres son los más perjudicados. Muchos trabajaban en sectores como la construcción o la hostelería. Quienes aguantan un poco mejor son las mujeres y, especialmente, las que se dedican a los servicios domésticos, aunque en el último año también ha aumentado mucho el paro. Hasta ahora ellas eran las que tardaban más en regresar. Podían aportar ingresos, pero la crisis las está dejando también en la calle. Y sin trabajo ni dinero, la mejor opción es regresar. L’Hospitalet, conocido como el pequeño Guayaquil, ve, año tras año, cómo se reduce el número de ecuatorianos. Aunque en los censos no siempre salen: muchos siguen empadronados en la ciudad. Pero en la calle sí que se nota.

“Yo voy a echar de menos Barcelona”, señala Rodorik. “También la vida de soltero”, bromea. “Las cosas están muy bien para que regrese, pero aún así es duro hacerlo. Esa sensación de fracaso… Pero es la mejor opción”.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)