Lo primero de todo es matizar que la denominación ‘inmigrantes de segunda generación’ es algo mentirosa, porque los protagonistas de estas páginas no son extranjeros. Es cierto que tienen los ojos rasgados, piel oscura o rasgos latinos. También es verdad que su universo doméstico puede resultar exótico. Pero no son extranjeros. Son los hijos de aquellos inmigrantes que llegaron a Euskadi hace décadas, cuando los autóctonos volvían la cabeza curiosos al cruzarse con un negro o con un chino.

Minh Phong, Soi David, Laura, Karlos y Sergio son vascos. Crecieron aquí. Tienen acento de aquí y nacionalidad española, los paisajes de su infancia son estos. Eso sí, son pioneros en un modo de ser vasco poco convencional pero que no deja de aumentar. La eclosión de la inmigración en la última década ya es más que visible en los colegios, donde niños de diferentes etnias corretean por los patios ajenos a distinciones antiguas. Nada que ver con lo que vivieron Phong, David, Laura, Karlos y Sergio, obligados a ser la nota exótica de su clase. Un vistazo rápido a las estadísticas da fe del cambio.