'África en Navarra: Imprescindibles'
Les une su origen y el lugar donde residen; sus vidas se cruzan ahora en una exposicion en la Ciudadela
Diario de Noticias, , 16-12-2012La exposición África en Navarra: Imprescindibles en la Ciudadela descubre las vidas de inmigrantes de origen africano en Navarra. Su llegada, su día a día y sus proyectos de futuro, si bien dispares, transcurren en un mismo espacio, en el que se integran, trabajan y sueñan. La muestra se enmarca en las jornadas África Imprescindible y se podrá visitar hasta el 13 de enero.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Sin restarle razón, también esta gana fuerza cuando va acompañada del bagaje escrito de sus protagonistas. Cada uno con un pasado, un presente y un futuro distinto, pero con un punto en común, su estancia en la actualidad en Pamplona. En la exposición África en Navarra: Imprescindibles (Pabellón de Mixtos de la Ciudadela) según sus autores Jesús Blanco, Iñigo Aranguren y Marian Pascual, los mismos fotografiados quisieron hacer hincapié en un aspecto concreto: su trabajo en Navarra. Una forma de mostrar su aportación a la Comunidad Foral. Sin embargo, ofrecen mucho más, si se tiene en cuenta la diversidad cultural en la que oriundos y extranjeros conviven. “Queremos que se nos vea con otros ojos, en los medios no hay imágenes con las que puedas decir me siento africana. Pero tenemos nuestra cultura y queremos que se sepa”, reivindicó Farmata Watt, senegalesa de 26 años, con ocho a sus espaldas de residencia en Pamplona. El deseo de continuar sus estudios le animó a viajar desde Dakar, su ciudad natal, a la capital foral. “Me hubiese gustado estudiar Periodismo, pero me puse a trabajar en cuanto obtuve el permiso. Hasta junio (de 2012) he trabajado en fábricas, ahora estoy los fines de semana en el restaurante 7 del 7”, explicó Farmata, que, aunque afirmó estar a gusto en su trabajo y en su entorno social, reconoce que sueña "día y noche con regresar a Dakar. La peor parte es estar lejos de la familia, “aunque tengo amigos de Pamplona a los que considero hermanos y el ambiente que hay en el trabajo es muy bueno”. La joven colabora como voluntaria en un proyecto de prevención de la mutilación genital femenina en Médicos del Mundo y es una de las fundadoras de la asociación Mujeres Flor de África. En estas dos entidades ve una forma “de salir de la invisibilidad” y la posibilidad de formarse y “acercarse más a la gente”, describe Farmata.
“Nos ayuda a estar unidos, a conocernos, a darnos a conocer y a sensibilizarnos”, añade Djamila Maiga, también fundadora de Mujeres Flor de África, natural del norte de Mali, que lleva cinco de sus 25 años en la capital foral. Llegó mediante la reagrupación familiar, ya que su marido vino a trabajar aquí. “El inconveniente de la reagrupación es que en caso de divorcio, la mujer pierde los papeles, y antes, los primeros años no podías trabajar. De hecho, hasta que cambiaron la ley, yo estuve dos años sin poder hacerlo”, recuerda la joven, madre de gemelos de cuatro meses, con bastante experiencia a sus espaldas como canguro de tres niños. “Los dos primeros años iba a clases para aprender castellano. El tercer año ya pude trabajar, a la vez que estudiaba para sacarme la ESO y el carnet de conducir”, señala Jhamila, que, a pesar de encontrarse de baja maternal, ya piensa en “retomar sus estudios”. “Siempre me ha gustado la enfermería. Además, me gusta mucho vivir aquí”, asegura la joven maliense, aunque al recordar su llegada, explica que “el cambio fue muy duro. Yo soy muy familiar y aquí solo conocía a mi marido. Tener que adaptarme y aceptar que iba a estar aquí, fue lo más difícil”.
los iNICIOS “Al principio es duro. Primero por la barrera del idioma, no puedes comunicarte con otras personas y llegas sin conocer a nadie. También por los estereotipos y la imagen que dan los medios de África y de la población africana inmigrante. Y ya, aquellas mujeres, inmigrantes, africanas y que no hablen castellano, no tienen ninguna oportunidad”, critica Fátima Djarra, mediadora en el programa de prevención de mutilación genital femenina de Médicos del Mundo. “Desde 2008, trabajo con población africana y con profesionales sanitarios en labores de sensibilización y acompañamiento a centros de salud”, expone Fátima, de 44 años y natural de Guinea Bissau, quien, al repasar su trayectoria formativa y laboral, lamentaba las dificultades de convalidación de títulos. Tras estudiar Construcción Civil, viajó a Bélgica, donde se formó en mantenimiento de carreteras. En 2003, durante una estancia en Bilbao con su hermana, se inscribió en Mujeres del Mundo Bilbao. Hizo cursos de Auxiliar de Geriatría y de Integración Social, ya que “como fue imposible convalidar mi título, me inscribí para recibir más formación y así poder acceder al mundo laboral”, comenta Fátima. No fue hasta el nacimiento de su hijo, que actualmente tiene seis años, que obtuvo la tarjeta de residente y comenzó a trabajar con Mujeres del Mundo. En la actualidad, combina su trabajo en Médicos del Mundo con las iniciativas de Flor de África, asociación que, confiesa, “está en dificultades por la crisis, no se pueden pagar las cuotas de la asociación y la subvención es muy pequeña”.
recortes Demostrado está que, tanto a autóctonos como a inmigrantes, los recortes en materia social llevados a cabo les afectan gravemente. El caso de Richard Ongala es un ejemplo. “Con la crisis, han recortado las ayudas para que cuide de una persona mayor dependiente. Doy clases en la Fundación Core, pero ya no me pueden pagar y en Médicos del Mundo, donde doy clases de español para extranjeros, soy voluntario. Hasta ahora me iba bien, pero ahora sí que me afecta y tendré que buscar alternativas”, lamenta Richard, de 38 años, que dejó su país de origen, Congo Brazzaville, hace casi siete años. Su plan inicial había sido cursar Estudios Eclesiásticos en Madrid, a la vez que hacía prácticas como becario, título que sumaba a su licenciatura en Derecho. Además, cuenta con un máster en Energías Renovables, otro en Dirección de instituciones, un título de proyectista e instalador de energía solar y en la actualidad estudia un máster a distancia de Recursos Humanos. Un abanico académico dispar. “Creo que así puedo tener más oportunidades para trabajar”, justifica el joven. Sin embargo, se deduce por sus deseos de futuro que sus estudios concuerdan con su proyecto ideal: “Me gustaría trabajar en CENER (Centro Nacional de Energías Renovables) y dar clases”, explica Richard, sin plantearse salir de la Comunidad Foral, ya que “me gusta estar aquí en Navarra, me estoy adaptando muy bien. Nunca me he sentido rechazado, pero, cuando veía la tele, no reconocía el continente del que venía”, concluye Richard.
rechazo “En los medios, las imágenes relacionadas con el problema de la inmigración son las pateras, llenas de negros. Así, la gente se cree que todos llegamos en patera y que no venimos a enriquecer la sociedad española, sino a quitarles el trabajo y ese pensamiento es difícil cambiarlo”, considera Daniel Njoroge, keniano de 35 años, mediador intercultural en la Fundación ANAFE (Asociación Navarra para la Formación y el Empleo) y residente desde hace cuatro años en Pamplona. Según él, “hay rechazo. Se ve cuando estás en la calle y te para la policía y la primera pregunta es ‘¿CD?, demuéstranos que no los tienes’. O te piden documentación sin razón. O los vecinos dicen que no te quieren en el bloque. He conocido casos en los que se reúnen para estar en algún parque y aparece la policía porque les han llamado avisando de que estaban allí”. Situaciones y prejuicios fundamentados únicamente en el color de la piel que “han hecho que mucha gente se quede fuera”. “No quiero generalizar aclara enseguida, creo que la gente, sobre todo los jóvenes, está rompiendo estos estereotipos”.
La decisión de trasladarse aquí comenzó a fraguarse mientras cursaba Filosofía en Nairobi. “En mis estudios filosóficos se hablaba mucho de la vida monástica y me entró curiosidad”, comenta Daniel. El 5 de mayo de 2006 llegaba al monasterio de Yuste (Extremadura), donde vivió tres meses, regresó otros tres a Kenia y volvió de nuevo al monasterio hasta que fue declarado Patrimonio Nacional. “Entonces conocí a un chico de Pamplona que me animó a venir”, recuerda Daniel. Obtuvo una beca de estudios con la que accedió a la carrera de Teología en la Universidad de Navarra. Después de trabajar un tiempo con el programa Betania de Cáritas, en septiembre de 2010, se incorporaba a su actual empleo. “Ahora lo compagino con clases de inglés y doy charlas”, indica el joven. Ante una perspectiva de futuro, lo sopesó un instante: “Por ahora aquí estoy bien añade después, pero sí tengo la idea de formarme en un área que será relevante en Kenia, que está relacionada con la criminología”.
Al igual que Daniel, Atta Poku, de 27 años y natural de Kumasi (Ghana), tiene intención de quedarse en Pamplona, su hogar desde hace unos cinco años. “Vine para estudiar, pero al final solo estuve unos meses”, recordó el joven ghanés, que lleva año y medio en una serrería. Sin embargo, Atta deja entrever que todavía se plantea retomar su formación al afirmar que, “si es posible, me gustaría volver a estudiar”. Khadija, por su parte, solo piensa en poder trabajar. “De lo que sea”, insiste la joven ghanesa de 23 años, que dejó Accra (Ghana) hace cinco años. Tres de ellos en Pamplona. Sin papeles, para ella, “todo es más difícil”, se lamenta. “Me gustaría quedarme en Pamplona, pero también quiero trabajar”, supedita Khadija.
osasuna en la muestra En la exposición, llama la atención la presencia de tres jugadores de Osasuna Roland Lamah, Raoul Loé y Manu Onwu. Efecto buscado intencionadamente por sus autores: “Precisamente en esta idea de romper estereotipos, da la sensación de que un jugador africano de Osasuna no lo es, es como si se tuviesen prejuicios hacia unos y no hacia los otros”, justifica Jesús Blanco. Lamah, Loé y Onwu valoraron positivamente la propuesta, ya que, como explica Loé, natural de Courbevoie (Francia), pero de familia camerunesa, es una forma “de representar a África”. “En la tele parece que solo hay hambre y guerra. Cuando voy allí, no veo solo eso”, comenta Loé, mientras Onwu añade que “con la imagen que dan de los inmigrantes, parece que todos fuesen pobres e ilegales”. “Mis abuelos en Nigeria no tenían problemas de dinero y mandaron a sus hijos a estudiar fuera. Mi padre fue a Londres, tengo tíos en París y en Canadá. Emigraron para tener una vida mejor”, apunta Onwu".
En definitiva, estudios y oportunidades laborales. Formas de mejorar la situación profesional y personal de quienes han logrado su “sueño” de forjar un proyecto de futuro en Pamplona.
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