«Si no te mueves te concentras en lo que importa»
Pozzo di Borgo y Abdel Yasmin hablan de la vida después de 'Intocable'
El Mundo, , 30-11-2012«Lamento las sensaciones que me mostraban mis límites. Este cuerpo de fronteras inciertas ya no me pertenece. En adelante, la mano que me acaricia ya no me toca. Pero esas imágenes me siguen emocionando, en la quemadura omnipresente». Philippe Pozzo di Borgo escribe al mismo ritmo que habla, y habla con las mismas pausas dintinguidas a las que obliga la lectura en voz alta de su noble apellido. Philippe Pozzo di Borgo está atado a una silla y las frases escapan de su boca despacio, reflexivas, sabias y, lo más importante, irónicas; heridas de una extraña e inédita lucidez. Philippe Pozzo di Borgo es tetrapléjico desde 1993. No se mueve. El cuerpo no le pertenece, dice. «Ahora, tengo la sensación de que me pertenece mi vida». Y claro, ante una frase tan consciente, tan grave tan de Philippe Pozzo di Borgo, uno no puede por menos que pedir, exigir explicaciones.
«Bueno, en realidad, es sencillo. Desde que tuve el accidente he descubierto varias cosas. En primer lugar, la importancia del silencio. Paso mucho tiempo conmigo mismo y, de repente, te das cuenta de lo inútil que es el ruido en el que normalmente vivimos. Acabas por olvidarte de ti mismo. Ahora sé lo que importa», dice. A su lado, Abdel Yasmin sonríe primero, rompe a reír después. La carcajada, en realidad, es de los dos y suena a la vez. Tanta gravedad parece darles la risa.
Ambos, para situarnos, se toman con humor la tormenta que atrona a su alrededor. Ellos dos son los protagonistas en la sombra de Intocable, la película dirigida por Eric Toledano y Olivier Nakache que cuenta su vida juntos y que ya lleva cerca de 400 millones de euros recaudados en el ancho mundo. El DVD está a punto de salir. Ahora se encuentran en Madrid invitados por la Fundación Lo Que De Verdad Importa. ¿Orgullosos? «Sin duda. Recuerdo que François Cluzet (el actor que da vida a Philippe) me dijo que por primera vez en su carrera la gente en vez de darle la enhorabuena le daba las gracias. Creo que esto define nuestro estado de ánimo», asegura Philippe.
Cuenta que antes de todo esto (y en todo incluye su propio accidente y la película), él era como todo el mundo. «Estaba en mis cosas, tenía lo que quería… La sociedad actual te enseña a que sólo eres feliz si te ocupas de ti mismo». Pausa dramática. «Pues eso es un error. Ahora me doy cuenta de que la verdadera felicidad está al lado de los demás. La mayor falsedad es eso que decía Sartre de que el infierno son los otros».
- Pero no es eso algo injusto, al fin y al cabo, usted es un privilegiado…
- Lo sé. Yo he tenido y tengo todo en la vida. Y por ello siento especialmente la responsabilidad de enseñar a los demás lo que ahora sé.
- ¿Se siente un profeta?
- Para nada, pero sí en la obligación de denunciar muchas de las cosas que están pasando y de las que ahora me doy cuenta.
- ¿Qué diría a un gobierno que ha dejado sin recursos a la Ley de Dependencia?
- Le diría que una sociedad que margina y no atiende la diferencia y lo más frágil comete un error de sentido común. Es la diferencia la que aporta fortaleza. Si colocas a los frágiles en el corazón del sistema consigues una sociedad más fuerte. Los ciegos pueden oír mejor. Yo estoy paralizado pero puedo estar más concentrado.
Aquí, Abdel rompe a reír de nuevo. «Nunca escuché eso de los ciegos», dice. «Es una forma de hablar», responde Philippe. «En realidad es una metáfora que es perfectamente aplicable a la inmigración. La diferencia nos hace más ricos». Queda claro. Para Philippe, el momento es el adecuado para cambiar las cosas. «La crisis nos ofrece una nueva posibilidad de repensar la sociedad. Lo que vivimos ahora me recuerda al universo de La montaña mágica, de Thomas Mann. El mundo ha cambiado y tenemos la obligación de encontrar un nuevo modelo de vida. Estamos en el centro de una fractura moral a al que tenemos que responder con una nueva organización social. Es preciso compartir para enriquecerse».
Cuenta Philippe que su hijo de cinco años cada vez que ve a Cluzet en la televisión le llama papá. Y se ríen. Los dos. También dice que envidia a la gente que tiene fe, algo que le resulta demasiado misterioso para su mentalidad racional. Y mietras habla recuerda algún que otro momento oscuro desde aquel fatídico día que su cuerpo «de fronteras inciertas» se rompió, instante que exorciza con una carcajada. No se pronuncia ni a favor ni en contra de la eutanasia, pero advierte contra el riesgo de abandonar a los más débiles y reconoce haber llorado cuando vio Mar adentro, de Amenábar.
Y mientras habla desde el piso más alto del edificio más alto de Madrid, Philippe Pozzo di Borgo se declara incondicional del Museo del Prado y programa una próxima visita al Museo Thyssen. «He aprendido el valor ético del instante. Mañana ya puede ser demasiado tarde». Y se ríe. Atrás queda el día que se estrelló «entre la hierba verde y el infierno».
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