Afroamericanismo, realidad global
La Vanguardia, , 05-11-2012Esta vez, el respaldo de Colin Powell a Barack Obama careció del factor sorpresa. Pero no por ello ha sido menos significativo. Por un lado, confirma la satisfacción del que fue jefe del Pentágono y secretario del Departamento de Estado en las administraciones republicanas con los resultados producidos tras la colaboración con el presidente demócrata. Renovado ensayo bipartidista, cuyos precedentes en años muy revueltos de la política internacional situaron a Estados Unidos en el liderazgo de las grandes potencias.
En rigor, la provechosa entente fue esencialmente triangular, pues incluía la permanencia del titular de Defensa, Robert Gates, probablemente el hombre más inteligente de la derecha moderada washingtoniana. También el mejor informado de su país: jefe del FBI, jefe de la CIA y jefe del Pentágono. Pudo aspirar a la presidencia, pero prefirió jubilarse el pasado mes de junio, no sin antes haber dejado aprobados decisivos planes para el inmediato futuro. Entre ellos, las estratégicas bases de lanzamiento de misiles antimisiles. Una de ellas, en Rota, extremidad de la majestuosa bahía gaditana, desde la que se ven todos los horizontes terrestres y marítimos.
Por otra parte, a nadie escapa la común identidad, de sentimientos y color de piel, que une a Powell y Obama. Powell se ganó la estima del sensato Bush sénior y, bajo la presidencia de Bush júnior, fue utilizado por su Gobierno en la Asamblea de la ONU, exhibiendo una ridícula prueba justificativa de la guerra contra Bagdad. Son cosas que no se olvidan, sobre todo cuando este tipo de órdenes debían emanar del departamento de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, o del propio vicepresidente Dick Cheney.
Un tándem de cerebros que hoy aguardan la victoria de Mitt Romney, cuya campaña han asesorado, agachados y expectantes. Pocos destacados reaccionarios republicanos personifican mejor el trauma que ha significado para sus partidarios el cuatrienio de ocupación de la Casa Blanca por una familia afroamericana.
Lo que menos han digerido de esa inimaginable estancia ha sido su comportamiento ejemplar, su vida sin escándalos, reservando la cena de cada noche a su vida familiar entre padres e hijas. Luego, en el plano político, lo que no soportan la mayoría de adversarios es el talento de un orador excepcional, el magnetismo que irradia y del que Marc Bassets, nuestro corresponsal en Washington, me puso en antecedentes.
Se comprende la desazón que causa entre las filas de cuantos creían en el justo y exclusivo reparto de todos los poderes entre redentores blancos desembarcados en tierras salvajes. Servidos en todo caso por esclavos de otro color, armados y mandados a la guerra como fuerzas de choque.
Pues bien, Obama consiguió limitar y sortear las desastrosas guerras a cambio de reforzar una política diplomática que iba de capa caída, confiada a la experiencia y el tacto ágil, oportuno, humano, democrático de la ex primera dama Hillary Clinton. Cambio sustancial de una diplomacia que ha hecho historia, merced a la anticipada acción desarrollada por la intensa voluntad de las élites del black power.
Una vez instalado Colin Powell en el Departamento de Estado, su jefe de personal, la embajadora Ruth A. Davies, no tardó en formar en la escuela diplomática a unos 1.500 profesionales afroamericanos que hoy se hallan repartidos en legaciones y otras dependencias estadounidenses en gran parte de la geografía africana.
Una manera práctica y eficiente de ayuda intelectual y moral de subvenir a los intereses de muchos de sus paisanos, unidos en la fantástica aventura de un nuevo planeta, en un continente muy actual y de futuro abierto y esperanzador que pocos españoles conocen como el extraordinario artista mallorquín Miquel Barceló. Tras la reelección de Obama, seguro que se hablará de Mali. Esperemos que para bien de la colectividad de los hombres libres.
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