noruega, un año después de oslo y utoya
Oslo: la paz imperturbable
En el país del Premio Nobel de la Paz no muestran miedo o precauciones tras la matanza de Breivik
Deia, , 16-09-2012oslo
Es 3 de septiembre. El avión de
Lufthansa llega puntualmente a Oslo. Tras haber vivido en 2011 el décimo
aniversario del 11 – S en Nueva York, resulta sorprendente que en el
aeropuerto de la capital en la que atentó hace 13 meses Anders Behring
Breivik no haya ni un solo control de entrada. Sin duda, la magnitud del
ataque a las torres gemelas del World Trade Center no es comparable con
la de las acciones del islamófobo condenado ahora a al menos 21 años de
prisión, pero la sensación que acompaña en el viaje por Noruega es
diametralmente opuesta a la desconfianza, al rencor y al temor por la
integridad característicos en otras poblaciones vapuleadas.
Es un día soleado, veraniego, y los ciudadanos se toman un helado en
la Plaza del Teatro Nacional, o pasean a pie o en bici. La tranquilidad
es la tónica general entre ellos, reforzada por esos agentes de policía
que no van armados por la calle. En ese contexto relajado, Toril, una
noruega de origen norteño que actualmente vive en Oslo, recuerda que el
22 de julio de 2011 “fue espantoso”. Ese día ella estaba muy cerca de la
explosión del coche bomba en el centro de la ciudad, y su madre, a
pocos metros. “Todo el mundo conocía a alguien (de las víctimas). Tras
el shock inicial, en mi móvil tenía 15 llamadas perdidas”. Hoy en día,
Toril es capaz de ver en la prensa escrita a Breivik, pero “si aparece
en la televisión, la apago. Qué expresión de frialdad, está vacío por
dentro. Que esté en la cárcel lo que haga falta”, opina.
En cambio, como otros noruegos testados por DEIA, Toril exime a la
Policía de responsabilidades: “No podía estar en dos sitios al mismo
tiempo”, entiende, ya que Breivik atentó en Oslo para distraer la
atención y luego llevar a cabo la matanza en la isla de Utoya. El saldo,
casi 80 muertos. Esta mujer nórdica gesticula con sus brazos para
distinguir que Breivik “es sólo una persona. El resto de los noruegos
somos gente pacífica; somos un país pequeño, pero vivimos bien y
seguros. No tengo miedo”, asegura.
Avanzada la tarde, Pernille pasa, tras salir de trabajar, por
delante de los edificios gubernamentales que se hallan en plena
reconstrucción. Esta rubia hija de Oslo vio cómo los cristales del
escaparate de su tienda estallaron en mil pedazos, saliendo disparados
hacia el interior del establecimiento. No tuvieron heridos, pues se
tiraron a tiempo al suelo. Si bien la que volvió a nacer el 22 – J fue su
madre, pues trabajaba en el edificio oficial más dañado, pero esa
jornada libraba. Sus colegas sí resultaron heridos, narra hoy Pernille,
aunque “actualmente estamos bien. No hay una descripción para aquello:
sentíamos la presión de la bomba, el suelo retumbaba… todo estaba
demasiado cerca”, relata.
A diferencia de otros edificios públicos de Oslo, los sustitutos de
los afectados por la bomba sí tienen, tras los atentados, “absolutas
medidas de seguridad”. Pero no hay ninguna expresión de revancha en la
narración: “Somos un pueblo pacífico”, corrobora Pernille, quien posa
amablemente para la foto, aun saliendo “cansada de trabajar”.
Custodiando los edificios cubiertos por mecanotubos y telas
inmensas, se halla Olav en su garita. Este joven guarda de seguridad
cuenta con cierta parsimonia cómo el área de un kilómetro viene siendo
restaurada, y los tres edificios principales, completamente
reconstruidos. ¿Y no sentiste miedo cuando te ofrecieron este puesto de
vigilancia, tras los atentados? “No, no estaba asustado. Me sentí
seguro”, afirma.
el pueblo, a la calle No muy lejos de la zona más afectada, en la arteria de Oslo, Karl Johans Gate, Per busca suscriptores para el Aftenposten
en la calle. Este alto y maduro noruego intenta captar más compradores
de uno de los principales diarios de este país paraíso de lectores. El
22 de julio de 2011 se encontraba en su casa cuando estalló el coche
bomba. “El problema es que la Policía llegó tarde”, lamenta ante la
exitosa estrategia de Breivik. “Las calles se quedaron vacías, pues la
Policía acordonó la zona. Fue horrible”, rememora.
En cambio, una de las reacciones más llamativas del pueblo noruego
tras los ataques fue que, “a pesar de la tragedia, tomó las calles. Yo
no estaba esos días aquí, pero nadie se quedaba en casa, y la gente
quiso mostrar su repulsa, y que no tenía miedo. Las manifestaciones
pasaban por poner flores en las calles para homenajear a las víctimas”,
observa la responsable de Visit Oslo Charlotte Skogen. Charlotte
prefiere no hablar de ese capítulo y sí de las bellezas, indudables, de
la capital escandinava. La verdad es que la mayoría de los noruegos
consultados no parecen querer gastar mucha energía en comentar las
acciones terroristas del islamófobo.
Y es que el espíritu del Premio Nobel de la Paz se respira donde
encontramos a Per, el Grand Hotel, en el que tiene lugar la cena que
confirma el ganador del galardón, y donde se suelen manifestar, en
noviembre, detractores y partidarios de la decisión. Junto al fiordo de
Oslo, en un espectacular Ayuntamiento, se entrega el premio. Al lado, el
Peace Center despliega serenidad.
Svein muestra los preciosos fiordos por la ventanilla del avión a
Oslo. Este noruego de unos 50 años habla de la “sorpresa” que supuso la
matanza de Breivik para la población noruega, ya que se caracteriza por
estar bastante cómoda con sus políticos y el bienestar social del que
disfruta su país, rico en petróleo. Así lo corrobora Arlene, guía de
origen austriaco pero afincada en Oslo. Con todo, Svein admite que,
aunque no con grandes manifestaciones, el extremismo “existe en
Noruega”, y señala que el jefe de Policía que dimitió en agosto, Oystein
Maeland, sólo llevaba dos semanas en el cargo cuando se produjeron los
atentados del 22 – J: “Su dimisión pudo ser un gesto de los políticos, ya
que él no era responsable”.
“Fue un shock para todos, pues era algo muy nuevo en Noruega, nunca
había pasado”, confirma Stine, una camarera en Flåm. En el hotel
contiguo, Antonio, un asturiano casado con una noruega, reconoce que en
el país nórdico son “muy entrañables, y tranquilos” y “quizás demasiado
confiados, les falta la picardía de los países del Sur”, ratifica.
Fátima Domínguez, responsable de turismo en Flåm, verifica que los
oriundos son “muy, muy tranquilos”.
el espejismo de la seguridad Martes
4 por la tarde. A última hora, tras recorrer Oslo en horas libres, se
impone no caminar más y tomar un tranvía. Está bastante lleno, y, al
igual que por Karl Johans Gate, hay algún gitano rumano. Al salir, uno
de ellos me sustrae una cartera de la mochila y echa a correr. Al
instante, los noruegos hacen piña y uno de ellos le intenta dar alcance
en su monopatín. Los oriundos se vuelcan en ayudar, como en el resto del
viaje. Al día siguiente, la cartera es entregada en la embajada
española. El jueves, Kristine explica en Flåm que ella dejó su Oslo
natal porque es menos tranquilo y hay más delitos. Lo cierto es que en
la zona de fiordos hasta olvidan cerrar con llave el coche…
Varias personas dicen haber sido robadas últimamente. Fuentes en
Oslo indican que los gitanos están creando bastantes problemas allí. El
fin de semana es noticia en la NRK la aparición muerta de la adolescente
Sigrid Giskegjerde. Ha habido otras desapariciones. En los 90 hubo
ataques mortales de los Black Metal. En Noruega pasan cosas, a pesar de sus grandes avances sociales…
Linda, nacida en Vietnam, cambió su nombre para vivir en Noruega,
donde “no te dicen que no te dan un trabajo cualificado por tu origen,
pero ponen pretextos”. Marco es un italiano que trabaja en el famoso
mercado de pescado de Bergen. “Si no fuera por los inmigrantes , el
mercado cerraba. ¿Qué país no es racista? Que éste, tan rico y asediado,
lo sea un poco es normal”, estima.
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