“Aquí no hay esperanza ni futuro”

Duran Farah, abanderado de Somalia en los Juegos de 2008 y hoy presidente de su comité olímpico, recuerda a su compañera Samia Yusuf, ahogada al intentar llegar a Italia en un cayuco

El País, JUAN JOSÉ MATEO Madrid, 22-08-2012

Un ataque terrorista cambió su vida. Antes de morir ahogada durante un viaje en cayuco con Italia como destino, la velocista Samia Yusuf desfila en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, en los que Duran Farah le marca el paso como abanderado de Somalia. Los dos viven esos días extasiados ante la mágica estructura del Cubo de Agua, que acoge la natación; sorprendidos por el gigantismo del Nido de Pájaro, la casa de los atletas; llenos de proyectos, de sueños, como quien presencia el comienzo de algo grande. La vuelta a la Somalia rota por la guerra es más que una bofetada de realidad. Samia acaba emigrando a Etiopía. Luego, pasa a Sudán. Más tarde, a Libia. Siempre, buscando el paraíso de Italia. Hasta que muere ahogada. Farah se queda en casa. Asciende a golpe de muerte. “Le asesinaron en un ataque terrorista”, cuenta sobre su llegada a la presidencia del comité olímpico de su país refiriéndose a su predecesor.

Pensó que Pekín era el principio de muchas cosas buenas para ella
Duran Farah
“Samia era muy buena y joven. Una chica con talento que quería competir y representar a Somalia y que, desafortunadamente, se fue de allí”, se lamenta Farah, en inglés y por teléfono, mientras sube a un avión. “En nuestro país, ahora mismo, no hay esperanza para los jóvenes. No hay educación. No hay futuro. No hay nada por lo que mirar hacia adelante. Por eso muchos deciden marcharse”, continúa; “Samia fue de esos jóvenes que decidieron irse. Decidió dejar el país. Desgraciadamente, acabó en una situación muy difícil, crítica, que también les llega a muchos otros jóvenes de su edad, y hace unos cuatro meses, cuando estaba intentando cruzar el Mediterráneo, se ahogó con otros”.

Duran Farah y Samia Yusuf encabezan el desfile de Somalia en 2008. / CORDON
Un padre asesinado por un proyectil. El plato vacío en la mesa como única certeza diaria. Los fusiles de todas las facciones enfrascadas en la guerra de Somalia dispuestos a cortar cada jornada el camino a los entrenamientos. Insultos. Gritos. Empujones. La condición de mujer reducida a una lacra, a un estigma. Todo eso impulsa el arriesgado viaje de la velocista, especialista en los 200 metros, que primero busca mejores instalaciones y entrenadores en Etiopía y que luego cruza el continente en busca del cayuco que la lleve a Italia. Samia había acabado la última su serie en Pekín. El público la había animado puesto en pie, aplaudiéndola pese a que llegaba 10 segundos después que la ganadora. Aunque agradeció el gesto, la somalí explicó luego que aquella escena había activado su motor competitivo: quería que la aplaudieran, argumentó, pero por cruzar la línea de meta la primera. El viaje que acabó en el Mediterráneo, con Lampedusa a vista de catalejo —el Comité Olímpico Internacional aún no ha confirmado oficialmente su muerte—, empezó, en realidad, en Pekín, cuando Samia comenzó a buscar un sitio en el que pudiera dar con el técnico y las instalaciones que dieran forma a su sueño.

No hay presupuesto. No hay recursos. Entrenarse es más difícil para las niñas
“Las condiciones de entrenamiento en Somalia son malas, muy malas”, describe Farah. “Solo tenemos un estadio en todo el país para entrenarnos. ¡Una sola instalación apropiada! ¡Una sola pista de atletismo para todo el país! Es fácil entender que es difícil entrenarse en ese tipo de situación”, prosigue. “No hay presupuesto. No hay recursos. De hecho, es más difícil para las mujeres como Samia entrenarse”, añade; “es mucho más difícil cuando eres niña que cuando eres niño. Eso tiene que ver con la sociedad somalí. La mayoría es musulmana. Hay alguna gente a la que no le gusta ver a niñas corriendo por las calles o con joyas, que sienten que eso es diferente a los niños que juegan o hacen lo que sea en la calle”.

Los cuatro años pasados entre los Juegos de Pekín 2008 y los de Londres 2012, a los que aspiraba la fallecida, han caído como una losa sobre el rostro de Farah. En las fotografías de la última cita olímpica nada tiene que ver el dirigente con el atleta que aquel día de 2008 saludaba al mundo, bien orgulloso de llevar la bandera de su país, mientras le seguía una chica de 17 años, delgadísima, sin rastro de los brazos hipertrofiados y las piernas cinceladas en el gimnasio que distinguen a las velocistas.

“Aquel día, Samia disfrutó”, recuerda Farah; “era la primera vez que dejaba Somalia y se encontraba en un sitio tan grande como aquel estadio tan bonito. Estaba muy emocionada. Pensó que aquel era el principio de muchas cosas buenas que le pasarían a ella”.

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