La calle con más desahucios
El Mundo, , 17-07-2012Romel tiene siete años de edad, ocurrencias
que dejan hipotecado al padre
y preguntas que ponen en recesión
la sonrisa de lamadre.
–Mamá, ¿qué es un desahucio?
Romel tiene siete años, gafas a lo
Cristóbal Montoro y un cuaderno lleno
de cuentas en números rojos.
–¿Y un aval? ¿Qué es un aval?
Empezó con la burbuja por culpa
de la madre, hace meses. Cuando ésta
no tenía con quien dejarlo y se lo
llevaba de lamano a aquellas asambleas
vecinales que zumbaban como
colmena asustada. Hoy también está,
con la cabeza girada hacia arriba
está. Y Romel escucha en silencio
mientrasmuerde unGormiti y a la
salida hace preguntas de mayor.
–¿Qué es un embargo?
Estamos en la calle Perafita, donde
los buzones del portal lucen una
mueca amarga en la ranura. Se les
quedó así de recibir tantas facturas y
ninguna carta de amor. Estamos en
la calle Perafita, decíamos: la arteria
conmás desahucios de toda España.
21 desalojos sólo en 2011. Romel,
sentado en una maleta de cartón.
«Él nos escucha almaridoyamí
en casa.Me lo llevo a las reuniones y
allí se queda paradito oyendo», cuenta
María, ecuatoriana que lleva 12
años aquí. «Es muy listo, se da cuenta.
Es por eso por lo queme da pena.
Porque le gusta mucho estudiar. Y si
nos vemos en la calle, se acabó. O si
regresamos. Todo se acabó».
En el número 63 estáMaría, que
vino en 1999 y dejó de pagar los 800
euros de la letra de la hipoteca en febrero
de este año, porque eligió dar
de comer a Romel. María, que ha entrampado
a un familiar que le avaló
y duerme sobre un cepo.
En el número 65 está Diógenes,
que pidió 225.000 euros (y se los dieron),
llegó a pagar 1.500 al mes y
hoy se nos ofrece para llevarnos en
coche si le damos algo que le ayude
a comprar unas zapatillas para Eriber
y Fran. Diógenes, que no tiene
un remite al que ir y sí tiene una carta
de desahucio a la que regresar.
En el número 67 está la nigeriana
Efe, que se condenó con una casa de
300.000 euros que hoy no vale ni la
cuarta parte y que vio formarse una
trinchera para impedir su desalojo.
Efe –como la inicial de fracaso o de
fuera–, que cuando es preguntada
por la asistencia social sobre por qué
no se va, contesta que sus dos hijos
mayores nacieron en Tudela y que el
pequeño es catalán. Y luego llora en
todos los idiomas sin que la vean.
De todas estas historias debería
saber y no sabe Catalunya Caixa,
que tiene a los 11.000 vecinos de
Ciudad Meridiana, un barrio del
arrabal barcelonés, con un grillete en
el tobillo y una bomba en el pecho.
«En el 2000 empezó a venir población
inmigrante por la construcción.
Con el paro, tuvieron que dejar de
pagar y quedaron atrapados. Las casas
se están vaciando, pero cada vez
hay más gente que decide ocupar.
Cada semana hay dos o tres desahucios,
almenos que sepamos. Lo de la
calle Perafita es tremendo».
Nos lo cuenta Fili Bravo, presidente
de la asociación de vecinos, que ha
visto escenas que dan para una postal.
Por ejemplo: aquel intento de desahucio
con nieve, madre africana y
bebé de cincomeses en brazos.
Aquí la renta per capita es la mitad
que en el casco urbano de la capital.
De las 12 inmobiliarias que
brotaron como amanita phalloides
en el 2003, hoy sólo queda una. No
hay quien pase las hojas del calendario:
hasta finales de 2013, hay previstos
unos 400 desahucios en el barrio.
Mientras espera el quinto intento
de desalojo, Emmanuel ha decidido
comer una vez al día. Comida fría.
Porque no hay para gas. Este pastor
evangélico no escapa a los designios
del dios crédito y ya duerme en un
colchón en el suelo. Y nos habla de
Gema, a la que echaron de casa con
un tumor. Y nos presenta a Carlos
–con tres hijos, sentado al sol de la
calle Rasos de Peguera–, que tiene
una ayuda de 426 euros y una historia
de juego de muñecas rusas: vive
sin pagar en una casa que le alquiló
uno que, a su vez, no le pagaba como
alquilado a una propietaria que,
a su vez, era morosa con el banco…
Desahuciolandia es una cola infinita
que va a pedir a la parroquia de
San Bernardo. Y el bar de Loli medio
vacío a pesar del menú a seis euros.
Y un millar de carteles de Se vende.
Y la linterna rota de Diógenes.
Diógenes –37 años y sin luces ya–
recuerda cuándo dejó de pagar la hipoteca
por última vez.
Lo decidió hace un año, una tarde
en que el hijo le preguntó si podría ir
a una excursión del colegio que costaba
60 euros y el padre le contestó
que no, que no iría, porque tenían
que pagar la letra. «Entonces Eriber
[10 años] se giró y se metió en la habitación
y le oí lamentarse. Al rato
fui. Parecía una persona mayor.
Cambié de idea: ‘Vas a ir y te lo vas a
pasar mejor que nadie’. Ese día decidí
que no pagaría más por la casa».
Cuando Eriber regresó de la excursión,
Perafita era la calle Serrano.
Nosotros no lo vimos, pero nos
lo cuenta doña Julia: cómo corría,
cómo corría el crío para ir a abrazar
al padre.
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