La revolución no cambia el maltrato a los inmigrantes en Libia
Hay cosas que no cambian con la revolución, como la existencia de siniestros centros para extranjeros donde el maltrato está a la orden del día
ABC, , 10-07-2012
Recordatorio, provocación o simplemente dejadez Una patera yace en el centro de reclusión de inmigrantes de Toweisha, cerca del aeropuerto de Trípoli. La embarcación luce una bandera de la nueva Libia a babor y se reseca al sol como parecen resecarse las esperanzas de una vida mejor de los 700 internos. Aquí vive tras ser detenida hace algo más de un mes Leden, de 12 años. Afirma haber salido junto a un tío suyo de Mogadiscio el primer día de 2012 y haber llegado a Libia tras pasar por Kenia, Uganda y Sudán. «Rezo cada día para volver a Somalia», afirma con una sonrisa enmarcada por el velo naranja que cubre su cabeza.
Leden ocupa un barracón junto a varias decenas de mujeres también somalíes. Unas detenidas, en el mar camino de Italia, otras en tierra. «A veces nos golpean y hasta nos castigan con descargas eléctricas. Nosotras respondemos con huelgas de hambre», dice una de ellas en un buen inglés mientras las moscas sobrevuelan por decenas impulsadas por los más de 40 grados. Dos días antes de la visita del enviado de ABC las internas rompieron una de las puertas de hierro para poder respirar mejor. Todavía no la han arreglado y está tirada junto a la patera. «Esto no es una casa, esto es el infierno», añade la mujer.
El número de internos de Toweisha, donde este enviado especial accedió sin problemas con el permiso de las autoridades, se ha multiplicado casi por cuatro en tres meses. Los hay sin papeles en regla y los hay documentados. Hay menos de dos metros cuadrados por persona y no disponen de camas.
Un barullo de hombres y mujeres rodean al periodista. Cada uno desea contar su drama. Son historias muchas veces escuchadas a lo largo de las rutas migratorias africanas. Precius cristiano de Nigeria al que detuvieron al salir de la iglesia y que muestra las heridas de la paliza que asegura recibió. Laurence, otro nigeriano, se muestra desesperado porque su hermano recibió un tiro en Sebha, foco todavía de tensiones, y a él lo detuvieron cuando lo cuidaba en el hospital. Alex, ghanés, afirma estar casado con una alemana, una «blanca» insiste tratando de diferenciarse de los demás, con la que tiene tres hijos. Collins, nigeriano de 49 años, asegura llevar 19 en Libia y regentar una tienda en el barrio de Abu Salim con su residencia en regla. Así, decenas.
En Toweisha se duerme, se come y se mata el tiempo en el suelo. Dos puertas de hierro que los guardianes controlan con candado los separan del patio de tierra, que se convierte en una sartén a mediodía. Están divididos en grupos de medio centenar y separados por sexos. Reciben comida tres veces al día: pan para desayunar y cenar y un plato de arroz o pasta con algo de carne o pollo a mitad del día. El agua la toman del amago de baño de cada barracón.
Además de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) y de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), reciben asistencia de varias ONG como Médicos Sin Fronteras (MSF) o el Internacional Medical Corp (IMC). Últimamente el Ministerio de Salud libio envía a algunos médicos por las tardes. Algo se mueve al menos.
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