Hambre y palizas nazis en Atenas
La Verdad, , 17-06-2012Un anciano camina por una calle de Atenas, en la que se aprecia una pared cubierta por grafitis y consignas políticas. :: LOUISA GOULIAMAKI / AFP
La visión de lo que pasa en Grecia tiene a veces una óptica muy corta y técnica, la de los mercados. Pero en Atenas se respira un aire distinto, la sensación histórica de un destino que se repite. Es curioso recordar, por ejemplo, que el primer jefe de Estado de la Grecia independiente fue un príncipe bávaro, el rey Otto I, y el primer boletín oficial de 1833 estaba escrito en griego y alemán. Las potencias europeas siempre han intervenido en la Grecia moderna de uno u otro modo, y hoy los griegos sienten como una ofensa la incómoda tutela de Berlín. Ayer mismo Angela Merkel les pidió que voten en las cruciales elecciones de hoy, las segundas en un mes, que decidirán el futuro del país y del euro, «preferiblemente por un Gobierno que respete los acuerdos con la UE». Es decir, el partido conservador Nueva Democracia (ND) de Antonis Samarás.
En la simplificación que se hace desde el exterior, un triunfo de Alexis Tsipras, líder de la formación de extrema izquierda Syriza, significaría la salida del euro y la presión internacional en su contra es enorme. Aunque todo habrá que verlo. Grecia vuelve a ser un foco de inestabilidad y emerge su auténtico carácter: es un país balcánico. Si se hunde, la crisis se extenderá a toda la región, un problema familiar que asoma de nuevo. Si le echan de Europa, tendría que volverse hacia el otro lado, al gas de Rusia, al petróleo de Irán. Quizá no sea lo más inteligente, y también ahora es muy importante para Israel, su nexo con Europa y donde hace sus maniobras militares aéreas. Son hipótesis geopolíticas que en Atenas se manejan con cierto vértigo, a la espera de lo que pase hoy. Pero dos sentimientos muy fuertes se tocan con la mano en la calle, únicos en Europa por su gravedad. Desconocidos en la historia reciente. Son el hambre y la violencia brutal.
Miles de vecinos de Atenas se ponen en la cola de un comedor público para recibir al menos un plato caliente al día. Los ancianos temen volver a la miseria de su niñez. Los jóvenes, con un 52,7% de paro, no tienen futuro, o el que hay es en sueldos de entre 450 y 650 euros, y emigran. Pero lo peor es ver pasar por la noche en las calles del centro a una docena de cabezas rapadas en moto, patrullas neonazis con perros que buscan extranjeros para darles un paliza. El partido fascista Amanecer Dorado apenas ha hecho campaña electoral, esa debe de ser su forma de hacerla. Sacó un 6,9% de votos en los comicios del pasado 6 de mayo que no dieron un Gobierno y ahora se repiten. Su resultado en las urnas es un dato a tener muy en cuenta. Completan el clima los grupos anarquistas, abonados a la lucha callejera desde hace años.
Pero hay algo nuevo muy inquietante de lo que se habla poco, porque no hay datos oficiales: últimamente desaparecen inmigrantes. Las comunidades de extranjeros han contabilizado 30 casos desde septiembre. Una decena de ellos aparecieron luego muertos con señales de violencia. Es un misterio quién está detrás, porque también pueden ser mafias o ajustes de cuentas, pero es un elemento más de un clima cada vez más turbio. La nueva frontera del miedo. También ha oído hablar de ello Mohamed Rishuan, paquistaní, que tiene un bazar en la calle Sofokleus, en pleno centro, en un barrio que ya es extranjero, con chinos, afganos, paquistaníes, bengalíes… «Yo sé de 50 o 60 personas, entre conocidos o amigos de conocidos, que han sufrido palizas o ataques. En el último mes ha habido unos 200, y la Policía no hace nada», relata. Rishuan, como todos, cierra antes de que caiga el sol y se va derecho a casa, en grupo y rezando para no encontrarse una patrulla fascista.
Hace dos semanas en esta calle se vivió un verdadero acto de fuerza de los neonazis. Un centenar desfiló calle abajo a las dos de la tarde mientras los comerciantes bajaban las persianas aterrorizados. «¡No os queremos aquí! ¡Vosotros seréis los próximos!», advertían. Si se le pregunta a Rishuan si se plantea defenderse con un bate de béisbol responde que sí. «Pero volverían a quemarme la tienda. No obstante, los jóvenes ya se están organizando», avisa. El temor es que un día los extranjeros reaccionen. Será un nuevo grado más de violencia en Atenas. Rishuan, que lleva ocho años en el país, desde hace tres meses no puede pagar el alquiler del local. Si en verano no mejora, cerrará y volverá a su país, como ya están haciendo muchos extranjeros. Espera a ver si las elecciones cambian algo
La vieja línea verde de metro, el tercero más antigua de Europa tras París y Londres, por la noche en ciertas estaciones es un lugar peligroso para alguien de color. Sobre todo en Victoria o Attiki. «Si te cogen solo estás perdido, por eso nos acompañamos», dice Ismail, somalí, sentado en un vagón. Aquí cerca hay una plaza interesante. El parque de juegos infantil está cerrado con alambradas. Dentro, los hierbajos invaden los columpios. Lo cerraron los propios vecinos porque iban hijos de inmigrantes. Así no se mezclan con los suyos.
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