La noche acecha en Rekalde

El Correo, JESÚS J. HERNÁNDEZ, 03-06-2012

A plena luz del día y bajo un sol de justicia, la calle Gordóniz no es un territorio propicio para la delincuencia. Los comercios suben la persiana y en la plaza cercana unas cuantas madres que juegan con sus hijos se confunden con los jubilados que inician su paseo. Es necesario esperar a que anochezca y acercarse a algunos de los «puntos negros» que los vecinos han denunciado ante el Ayuntamiento, en «reiteradas ocasiones», para ver un paisaje diferente. Múltiples robos por el método del tirón y varios atracos en domicilios y bares han elevado la sensación de inseguridad en Rekalde. Casi un 15% de los vecinos percibe cierta «peligrosidad» en sus calles, según el último informe del Observatorio Urbano de Bilbao. En dos años, el barrio ha subido diez puntos y ha escalado hasta la segunda posición en descontento social, sólo por detrás de Bilbao La Vieja, San Francisco, Zabala e Iralabarri.

«Las vías de Elejabarri, que están llenas de recovecos, la zona de Amézola y la pasarela del Lidl, además de los bajos de la autopista y el puente de Gordóniz, donde dos chicas sufrieron una agresión sexual el año pasado». Los vecinos tienen bien identificados unos lugares «que evitan las mujeres solas y donde los atracos son constantes», según María José Fernández, miembro de la Asociación Rekaldeberri.

La mayoría de los lugareños atribuye el incremento de la sensación de riesgo a pequeños robos que se repiten de forma constante. Idénticos lugares y los mismos protagonistas. Como el ascensor de Artazubekoa, inaugurado hace casi dos años, y que utiliza a diario Leonor, de 88 años. «Ha sido un año muy malo. Han robado a muchas personas aquí. Tiran al suelo a las mayores para robarles el bolso y algunas acaban en el hospital. A una conocida le robaron con un cuchillo y a mí me entraron en casa cuando estaba de viaje. He tenido que proteger las ventanas», relata. Es un testimonio que respalda Carmen, que ha «levantado del suelo a la misma mujer tres veces. La pobre ahora sube por la escalera y le volvieron a atracar el otro día». La oscuridad facilita la acción de los ladrones. La autopista rasga el barrio en dos sobre sus cabezas a escasos metros.

La mayoría reconoce que «todo depende de si te toca cerca», pero se muestran satisfechos con la zona, más allá de la constante reivindación de mejorar los transportes. «No hay más inseguridad, lo que hay es más pobreza. Pero no ya en Rekalde, en Bilbao y en todas partes», analiza Maite mientras empuja a su hijo pequeño en el columpio de la plaza.

Algunos hosteleros admiten haber sufrido atracos. Es el caso de Enrique, que abrió el bar Jainkoa en Iturrigorri hace pocos meses. «Forzaron la persiana hace quince días y rompieron una ventana de madrugada. Me habrán robado tres mil euros entre la recaudación, botellas y la máquina tragaperras. Te puedes imaginar lo que duele eso en estos tiempos. Y el seguro, encima, no me paga la persiana». Son capítulos esporádicos, pero que dejan secuelas de inquietud.

Juan ha cogido una suplencia de verano como portero en la comunidad más próxima al lugar donde a finales de 2010 se produjo una agresión sexual que conmocionó al barrio. Dos jóvenes marroquíes de 21 y 23 años atacaron a una niña de 15 años y le hicieron 65 cortes con un cúter. «Yo ahora no tengo la sensación de que haya inseguridad. Está bastante tranquilo». Durante la noche, es otra historia. «Este es un punto negro muy claro. Están todavía las obras de Bilbao Ría 2000 que tapan la visión con las vallas y hay muy poca iluminación. Se lo hemos pedido al Ayuntamiento pero no han hecho nada. Acabaron el año pasado el mapa de la ‘ciudad prohibida’, pero lo cierto es que no hay más luz», se lamentan desde la Asociación Rekaldeberri. Algunos robos propician nuevos asaltos en un extraño círculo vicioso. «Las cuestas que suben desde hacia Uretamendi han estado un año sin iluminación. Robaron los cables para llevarse el cobre y hemos pasado un año sin luz».

Las mujeres jóvenes son un colectivo especialmente vulnerable. Lexi es norteamericana y tiene 28 años. Trabaja en el centro de Bilbao y vive en Larraskitu. «De noche, vengo en autobús. Intento no andar por aquí por la noche. Y, si me quedo de fiesta, voy en taxi». Un pequeño susto le ha hecho tomar precauciones. «Hace poco, le robaron el Iphone a una amiga cuando llegaba a casa. Ahí ya te entra más miedo». La joven, que lleva cinco años en España, reconoce que «en el barrio no suelo ver mucho a la Policía».

Muchos ‘rekaldes’

Rekalde se formó a principios del siglo XX con la llegada de los obreros del ferrocarril y trabajadores de Mina del Morro. Jon Penche, historiador y vecino del barrio, recuerda que «en 1880 había unos pocos caseríos desperdigados y en 1915 tenía ya más de 1.500 habitantes». Los restos de aquella inmigración primera son aún visibles bajo la Solución Sur de la autopista y en varios edificios de Iturrigorri y la antigua campa de Rekalde. En los últimos años, el barrio aglutina buena parte de la que ha llegado procedente de países africanos y del Magreb. Algunos hosteleros les señalan como parte del problema. Muchos vecinos discrepan.

Para Mikel Varas, un escultor local que tiene su estudio ubicado en la zona industrial, la mezcla de razas y culturas es fuente de inspiración. «Yo trabajo aquí los domingos, escuchando los ritos árabes y africanos. Me gusta y me impresiona. Nos acerca a la interculturalidad de ciudades europeas como Amsterdam». Los bajos de la calle Aita Larramendi acogen las celebraciones religiosas semanales de varios colectivos. Desde la asociación vecinal comparten esa visión. «La convivencia es natural y buena. Nosotros tenemos gente de fuera que se involucra en nuestras actividades como, por ejemplo, una mujer musulmana. Es cuestión de abrirse a otras culturas». Cuando uno acerca la lupa, descubre muchos ‘rekaldes’. «Una cosa es el centro y otra, las afueras. Aquí siempre decimos que, por lo menos, hay dos partes: a un lado y al otro de la autopista. La mayoría de la inmigración se concentra en la zona más lejana a Bilbao». Javier y Benito están tomando un blanco a la puerta de un bar cercano a la iglesia. Se quejan de que «hay pocos guardias y deberían ir andando que desde el coche no se ve nada». Son contundentes en algunos aspectos. «El que no tenga papeles, a su país. Aquí no hay trabajo para todos», sentencia dejando el vino en una barra atendida por dos jóvenes latinoamericanos.

En Rekalde se respira también ese orgullo de barrio que impregna algunas zonas de Bilbao. Es un sentimiento de pertenencia que va más allá de los servicios y los transportes. Algo que tiene más que ver con la identidad y una historia compartida que con los fríos barómetros que miden la calidad de vida. «Ser de Rekalde nos marca», resume Mikel Varas. La calle donde uno ha crecido y la plaza donde juegan los chavales. Lugares a donde volver y sentirse seguro. Puntos llenos de luz que no deberían apagarse.

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