La tentación extremista
Marine Le Pen ha logrado un éxito histórico, no por el resultado, sino por la nueva ubicación del FN en la política francesa
El País, , 15-05-2012Uno de los resultados de las elecciones francesas más comentado por los medios y los analistas ha sido el ascenso del Front National hasta obtener un porcentaje de voto que ha sido calificado de histórico, de ruptura de su techo político o de aldabonazo electoral. Lo cierto es que, si comparamos el 17,9% de los sufragios que ha obtenido en estas elecciones con el 10% de 2007, el avance parece merecer tales calificativos.
Sin embargo, si ampliamos la perspectiva, podemos comprobar que el panorama cambia considerablemente ya que ese 17,9% no queda tan lejos del 14% de 1988, del 15% de 1995 o el 17% de la primera vuelta de 2002. Un ascenso que se reduce a una exigua décima si lo comparamos con el 17’8% de la segunda vuelta de aquella convocatoria y que queda definitivamente en entredicho si consideramos que en 2002 el FN se presentaba tras la escisión del grupo de Bruno Mégret y que la suma de ambos superaría el 19% de los sufragios. Así pues, ante lo que estamos no es ante un histórico salto adelante sino ante un innegable, pero mucho más modesto, buen resultado.
Pese a ello, lo cierto es que estas elecciones sí que han sido un éxito histórico para el FN, pero lo que justifica tal afirmación no es tanto el porcentaje de votos como la nueva ubicación que este partido ha logrado alcanzar dentro del sistema político francés. Efectivamente, el partido de Marine Le Pen ha roto los márgenes que anteriormente lo limitaban y, como veremos, no tanto por méritos propios como por decisiones ajenas.
Basta recordar sus referencias a la “inmigración descontrolada”, a la “delincuencia de los rumanos” o de los inmigrantes de Comores en Marsella. Unas referencias que encuentran una filiación directa con el “gran debate sobre la identidad nacional” que lanzó durante su presidencia, o con la defensa por parte de algunos de sus colaboradores del derecho de sangre como única vía de acceso a la ciudadanía. Son ideas que recogen buena parte de la obsesión identitaria del FN, pero que se alejan, y mucho, de la idea republicana de ciudadanía cívica para apostar decididamente por la ciudadanía étnica.
También en esa misma línea se orienta el ataque a una Europa y una mundialización que amenaza “con diluir a Francia debilitando el espíritu nacional”, o la alusión que el candidato-presidente haría, con ocasión del 1º de mayo, a un Hollande que “desfila tras la bandera roja” mientras él y los suyos presentarían “una marea de banderas tricolores” organizando una “verdadera fiesta del trabajo” con claras reminiscencias petainistas. Reminiscencias que aún eran más pronunciadas, casi exculpatorias, al señalar que “al fin y al cabo Francia no inventó la solución final”.
El partido heredero de la Argelia Francesa también debe haber encontrado especialmente satisfactorio escuchar al Presidente de la República hacer “un balance positivo de la colonización”, afirmar que “no todas las culturas tienen el mismo valor” o manifestar su “comprensión” hacia la idea de “preferencia francesa”, emanada directamente del argumentario frontista.
En 1987 Michel Noir, ministro y figura destacada de la derecha francesa, repudiaba los votos del Front National por representar lo contrario de los valores republicanos y apuntaba que “es preferible perder unas elecciones que perder el alma”. La tentación extremista parece haber sido demasiado fuerte para un Nicolas Sarkozy que se ha jugado esa alma y, sin embargo, ha perdido las elecciones. Ese ha sido el verdadero éxito del FN en esta campaña y así lo reconocía, agradecida, una Marine Le Pen que se felicitaba “por la victoria ideológica que he obtenido cada día y cada vez que Nicolas Sarkozy ha utilizado mi proyecto”.
El FN es el referente principal para buena parte de la extrema derecha europea, sus estrategias y sus ideas son seguidas y mimetizadas a lo largo y ancho de todo el continente y, sin duda, sus correligionarios extraerán las oportunas lecciones. Pero también el resto de los partidos, muy especialmente los de la derecha europea, pueden extraer alguna lección de este resultado.
La primera es que generalmente los electores prefieren el original al sucedáneo, y en este caso no ha sido diferente. La estrategia de Sarkozy no le ha servido para ganar las elecciones, pero deja un partido derrotado y sin un liderazgo claro, también un Front National que ha dado un paso de gigante en su “batalla por las ideas” y que ya se plantea hegemonizar ideológica y políticamente la derecha francesa.
La segunda lección, quizás la más importante, es que, especialmente en una época de dificultades y descontento que castiga duramente a los partidos mayoritarios, la tentación extremista se vuelve muy poderosa, pero esa es una puerta que sólo se puede abrir desde dentro y quizás a los dirigentes políticos les convenga pensárselo dos veces antes de hacerlo.
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