El avance extremista
La Vanguardia, , 27-04-2012HOLANDA se ha quedado sin gobierno en plena tormenta financiera europea. El Ejecutivo de coalición liberal-conservador, encabezado por el liberal Mark Rutte, presentó el lunes la dimisión. La causa de su caída fue la pérdida del apoyo del Partido de la Libertad (PVV), formación de extrema derecha que sostenía en el Parlamento al minoritario gabinete. Y el motivo de dicha pérdida fue la negativa del PVV a respaldar los recortes presupuestarios propuestos por el gobierno de Rutte para atender el compromiso de pacto fiscal de la Unión Europea, que limita el déficit al 3%.
Esta caída propicia dos líneas de reflexión. La primera tiene que ver con las sucesivas fisuras que van apareciendo en la política comunitaria de austeridad y contención del déficit inspirada por Berlín. Una austeridad que puede llegar a provocar, como en el caso holandés, situaciones de desgobierno, que tuvieron ya sus precedentes en Grecia, Portugal o Italia. La segunda línea de reflexión, a la que dedicamos este editorial, tiene que ver con el creciente poder de las formaciones de extrema derecha en la escena europea. En Holanda, el PVV, la formación xenófoba, antieuropeísta y antiislamista que dirige Geert Wilders, experimentó un gran avance en las elecciones de julio del 2010. Obtuvo entonces el 15% de los votos y se convirtió en el tercer partido, al ocupar uno de cada seis escaños parlamentarios. Desde esta posición, ha dispuesto de fuerza para sostener al gobierno de Rutte durante dieciocho meses… y para derribarlo cuando ha querido.
En otros países europeos, las aspiraciones de las formaciones de extrema derecha no son menores. Marine Le Pen, que el domingo llevó al Frente Nacional al tercer puesto en la primera vuelta de las presidenciales francesas, con un 17,9% de los votos, acaricia ahora la idea de erigirse como referente de la derecha en su país. No ya de la extrema derecha, sino de la derecha tout court. Se trata, a su entender, de aprovechar la previsible falta de liderazgo que produciría en la Unión por un Movimiento Popular (UMP) una eventual derrota de Sarkozy en la segunda vuelta de las presidenciales (y, en tal caso, su anunciada retirada de la política) para intentar aglutinar a la derecha. Con este objetivo, e igual que Sarkozy lanzó en campaña –vanos– guiños al electorado del Frente Nacional, Le Pen adorna ya su discurso con notas republicanas y sociales.
Al caso holandés y al francés podemos sumar los de otros países. En Suiza y Serbia hay formaciones políticas ultraderechistas que rozan el 30% de los votos. En Finlandia, el partido Auténticos Finlandeses cosechó el 19%. En Austria y Hungría, sus semejantes rondan el 17%. También tienen predicamento en Dinamarca, Bélgica, Italia o Bulgaria. Y en Grecia, donde en los comicios del 6 de mayo se esperan avances considerables en ambos extremos del espectro político.
Cada una de estas formaciones presenta sus peculiaridades. Pero a menudo coinciden en posiciones populistas, ultranacionalistas, proteccionistas, euroescépticas o antieuropeístas, opuestas a la inmigración o abiertamente racistas. Con estos argumentos y rentabilizando el descontento fruto de las turbulencias financieras, dichos partidos siguen avanzando. Lo hacen, por tanto, desafiando el grueso de los principios que durante medio siglo han sustentado la lenta construcción de Europa. Y evidenciando, de paso, que la crisis económica tiene un oscuro y preocupante correlato político.
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