La revolución silenciosa
La Vanguardia, , 27-04-2012Ya hay fogonazos de respuesta civil a la incapacidad del Gobierno –y de Europa, en general– para gestionar esta crisis más allá de recortar, recortar y recortar gastos y derechos. Leo la carta de la carmelita misionera Brígida Moreta pidiéndole a Rajoy que no establezca un “apartheid sanitario” que impida a los inmigrantes el acceso a la sanidad pública; escucho a los médicos madrileños que se declaran objetores y anuncian que atenderán a todos los enfermos con o sin papeles, y repaso los datos que arroja el programa de empleo de Cáritas, al que cada año acude más gente para formarse y recolocarse para esquivar el paro. Lo explica su responsable, Félix Miguel Sánchez: “La crisis empieza por los más débiles, pero cada día hay más débiles”.
España ha vivido una situación insólita; en apenas 15 años pasamos de tener medio millón de inmigrantes a casi seis millones, un 32% más cada año, el doble que otros países con movimiento sociales similares, como Qatar o Irlanda. El fenómeno de la inmigración ha sido aquí “masivo, inédito y sorprendente”, como recoge en su tesis doctoral el economista Rodrigo Madrazo, quien además plantea en su investigación una relación directa entre el fenómeno y el aumento de la tasa de actividad de las mujeres nativas, con sus beneficios económicos y sociales. Los datos, y las conclusiones, nos invitan a la reflexión.
La llegada masiva de mujeres inmigrantes hizo que el servicio doméstico fuera asequible para las clases medias. Y ha facilitado de manera exponencial la conciliación de la vida familiar y laboral para las españolas, que han alcanzado tasas de actividad del 64,5%, un nivel equiparable al de otras sociedades avanzadas de nuestro entorno. Lo curioso es que, en el boom económico de los ochenta, el desembarco de la mujer en el mercado de trabajo tuvo consecuencias demográficas preocupantes: los índices de natalidad se desplomaron. En este último ciclo expansivo, los índices de fecundidad han aumentado. Dicho en plata: en los últimos años, muchas españolas han –hemos– podido trabajar y ser madres gracias a las inmigrantes que cuidaban de nuestros hijos y de nuestros mayores. Y una sociedad joven es fundamental para sostener el Estado de bienestar.
Con el desdén de los nuevos ricos, además de demonizar el turismo de sol y playa, estigmatizamos ahora a esos inmigrantes que no tienen alta cualificación laboral. Y despreciamos la evidencia de los efectos positivos que esa mano de obra ha tenido en nuestro sistema, al facilitar la entrada masiva de mujeres españolas, muchas jóvenes y bien preparadas.
De cara a este Primero de Mayo, me pregunto si la crisis también dinamitará esta revolución silenciosa que ha sido la incorporación de las mujeres a la vida laboral sin tener que renunciar a la maternidad. Por el bien de todas, y de todos, espero que no haya una marcha atrás que deje al país empobrecido, envejecido, sin apoyo público a las madres, y con la mujeres de vuelta a casa por incompetencia política.
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