Le Pen: seis millones de votos
El Mundo, , 23-04-2012La buena noticia de los comicios franceses estriba en la elevada participación. Bastante más alta que hace cinco años y superior a los promedios habituales en Europa. La mala noticia consiste en la pujanza del antisistema. Naturalmente por el hito del Frente Nacional, pero también porque el Frente de Izquierdas, menos influyente de cuanto se auguraba el robespierrismo de Jean-Luc Mélenchon, añade su bagaje electoral a una conclusión preocupante: la primera fuerza política de Francia es el voto ultra.
Así se desprende de la suma de los sufragios de Le Pen y de Mélenchon. Ambos rivalizan con la marca de Hollande y se jactan del discurso subversivo. La prueba está en que los hinchas de la extrema izquierda celebraron la modestísima «victoria» en la plaza de Stalingrado, mientras que Le Pen II podría haber celebrado la suya a hombros de papá. O sobre el caballo de Juana de Arco, ya que de iconoclastia doméstica se trata. Marine le ha dado una vuelta a los sondeos. No sólo duplicando los resultados del Frente Nacional en la aparente agonía de hace cinco años, sino mejorando la marca que permitió al siniestro condotiero Jean-Marie colocarse en la segunda vuelta de los comicios de 2002.
Hubo entonces una consternación política en Francia que convirtió a Chirac accidentalmente en el presidente más arropado de la Historia, pero costaba trabajo sospechar que la repercusión de semejante escarmiento hubiera caducado en apenas una década. Quizá porque ahora existen más razones que antaño para inculcar el miedo, el orgullo y el odio entre los electores. Seis millones, en el caso del Frente Nacional.
Las impresionantes cifras demuestran que los votantes del lepenismo no confiesan su decisión en las encuestas y se antojan inquietantes porque sobrentienden el apoyo a un programa estrafalario entre cuyas excentricidades destaca el regreso al franco, el poder jacobino del Estado y la prioridad del amurallamiento. Que tanto vale para erigir el proteccionismo económico como para urdir la cacería de los inmigrantes.
Fue Marine Le Pen quien asistió al gran baile de la extrema derecha en Viena a principios de enero. No como la Cenicienta, ya lo hemos visto, sino como la gran musa continental de la xenofobia, del antisemitismo, del patriotismo visceral y del antieuropeísmo.
La ultraderecha era una tendencia europea que tanto pujaba en los países escandinavos como lo hacía en el Este, pero nunca había encontrado la resonancia de una marca electoral tan elevada ni la repercusión de un país de la envergadura de Francia.
Así se explica el interés que revestía el discurso populista de anoche. Y no tanto porque su lirismo de catequista evocara «la felicidad de ser francés». Ni tampoco por su versión abaritonada de La Marsellesa, sino por las alusiones al «fracaso» de Nicolas Sarkozy, de tal forma que la matrona lepenista se atribuía el papel de antagonista absoluta a la izquierda mientras proliferaban de fondo los abucheos al presidente francés.
Marine Le Pen ha crecido tanto como ha podido retroceder Sarkozy. Es decir, que el auge del FN no se explica sin el desencanto de los votantes sarkozystas en la derecha francesa. ¿Cómo entonces podrá recuperarlos en la segunda vuelta?
Es el requisito necesario para imponerse a Hollande el 6 de mayo. Que tiene a su favor una superstición estadística nunca hasta ayer un aspirante había superado a un presidente en el primer turno y que tiene en contra el escoramiento descarado del electorado francés al conservadurismo, de forma que Sarkozy debe perseverar en el discurso de la derecha y en su papel providencial de atlante porque esta vez, ya era hora, el papel de árbitro se le ha quedado grande al centrista François Bayrou.
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