La miseria a la puerta de casa

75 familias acudieron ayer a un local de donostia para llenar sus carros de la compra, un drama cotidiano que se repite cada semana

Diario de noticias de Gipuzkoa, donostia, jorge napal, 10-02-2012

UN hombre de unos 50 años es el primero de la lista. Accede al local un tanto aturdido. Hace un frío que pela ahí fuera, pero el hombre parece convencido de que más helado te deja el hambre. Lleva esperando unos minutos a que abra sus puertas el servicio de reparto de alimento para personas sin recursos, de la asociación Berpiztu, en el barrio donostiarra de Larratxo. Es jueves por la tarde. Ha llegado el ansiado día. Poco después entra una mujer musulmana. “Para seis”, indica, mientras un voluntario se lleva el carrito en el que cargar galletas, tomate, macarrones y toda suerte de productos básicos para los seis miembros de su familia, tal y como solicita la mujer. “El siguiente, por favor”.

El listado de personas que han desafiado el frío para garantizar su manutención, siquiera por una semana, no cesa. “¿Te lo lleno de carne?”, le pregunta un voluntario a un anciano tocado con una gorra que apenas deja al descubierto su rostro ajado. “Llénalo de todo lo que puedas”, le dice. La escena sobrecoge.

Una mujer que no alcanza la cuarentena, y vecina del barrio, es la siguiente al mostrador. El voluntario se pierde en la parte trasera del local, donde reposan los alimentos bajo una luz mortecina. La mujer aprovecha el compás de espera para desahogarse. “Los de Lanbide, van y me mandan ahora una carta diciendo que les debo 190 euros. Me podían haber avisado con tiempo, al menos para poder pagar a plazos”, exclama, mientras Ángel González, el coordinador del servicio, trata de calmarla con buenas palabras y planes de futuro más halagüeños.

Entretanto, el triste espectáculo se sucede: “¿Para cuántos?”, pregunta Goreti, la guineana que les atiende en primera instancia, al otro lado del mostrador. “Necesito comida para tres”.

un muro de las lamentaciones

“Esto también es Donostia”

Y así, en una interminable letanía, 75 familias pasaron ayer por el número 42 del barrio donostiarra de Larratxo, ofreciendo, con sus ropas gastadas y sus miradas perdidas, una imagen más propia de una ciudad de posguerra que de una urbe que se jacta de haber alcanzado la capitalidad europea 2016. “Esto también es Donostia”, sentencia un joven que aguarda turno en las afueras. Junto a él hay varios compatriotas asiáticos.

Admite Goreti que el mostrador se convierte con frecuencia en un muro de las lamentaciones, y no hay más que apostarse un rato junto a él para asistir a las dudas, miedos e inseguridades que carcomen el ánimo de este colectivo tan desfavorecido. Hay usuarios que aprovechan sus minutos para dar rienda suelta a todo tipo de lamentos.

González, el coordinador del servicio, explica que con el paso del tiempo se han visto obligados a cambiar la metodología de trabajo. “En un principio, incluso había gente que se acercaba desde las nueve de la mañana a hacer cola para recoger los alimentos”. Un compás de espera interminable, teniendo en cuenta que el servicio se abre a partir de las 16.30 horas.

Por ese motivo, han establecido ahora un sistema de cita previa, por el cual se evitan las largas colas que se formaban hace unos años. También van quedando atrás las fricciones que se registraban con el vecindario en otro tiempo.

José y Alberto, dos de los voluntarios que preparan las cajas de alimentos, reconocen que los productos, por cuantiosos que parezcan, acaban volando como por arte de magia. “Así como viene se va”, dice palmeando Alberto, mientras toma una bolsa de coliflor que no tiene muy claro dónde dejar. “Lo que estamos repartiendo hoy es lo recogido en colectas de varios centros comerciales, pero toda ayuda es poca”, coinciden los trabajadores.

Fuera del local continúa aguardando la gente. El goteo de maltrechas economías domésticas no cesa. Es el rostro de la pobreza. Habida cuenta del número de estómagos vacíos que aguardan cita, ciertamente, toda ayuda parece poca.

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