Alemania y sus dos extremismos
Deia, 10-12-2011Alemania, con sus cerca de ochenta millones de habitantes, tiene un zócalo constante de violencia política radical: en torno a los dos mil delitos anuales, perpetrados por miembros de un contingente de cerca de diez mil personas. Estas cifras se reparten en cantidades parejas (que van variando año tras año, pero sin variar nunca mayormente las cantidades globales) entre extremistas de derechas y de izquierdas.
Esta similitud de violencia de los radicales se quiebra cuando los desmanes llegan a la opinión pública. Entonces la conmoción mediática se vuelca en los crímenes y desmanes de la derecha hasta el extremo de reclamar la prohibición del partido de ultraderecha NPD. En cambio, las violencias generadas por la izquierda (en los decenios 70/80 los camorristas de ultraizquierda libraban auténticas batallas campales contra la policía para impedir la construcción de centrales nucleares) no se merecen más atención que cualquier suceso truculento “violencia etílica”.
Para esta diferencia de enfoque existen varias razones. Una, quizá la más importante, es que la opinión pública identifica a la derecha radical con la ideología nazi. El hecho de que exista el NPD – cuya prohibición ha sido rechazada repetidas veces por la Justicia porque ni sus estatutos ni su conducta han infringidos hasta ahora la Constitución – potencia grandemente la idea de que en el país podría resurgir el nazismo.
Los sociólogos y los expertos del Ministerio federal de Interior ven el problema algo más diferenciado. Según ellos, el núcleo más importante del extremismo de derechas (desde skin heads hasta células criminales, como la recién descubierta Nacionalsocialismo clandestino – NSU – que asesinó a una policía y a una decena larga de inmigrantes a lo largo de dos lustros) se centra abrumadoramente en los territorios que habían constituido la República Democrática Alemana. Y esta concentración se debe ante todo a que la juventud del este de Alemania ha crecido prácticamente sin educación cívica ni experiencias democráticas. Se formó en la sociedad estalinista de la Alemania comunista y su inexperiencia (o pocas luces) democrática les impulsa a ver la vida política en blanco y negro. De ahí que reaccione con violencia ilimitada en cuanto surge la oportunidad de desgraciar o matar a uno “del otro bando”.
El extremismo de izquierdas, que en la parte occidental del país cuenta con dos generaciones ya formadas y concienciadas en los valores democráticos, los camorristas son mayormente unos incontinente cívicos (“enfermos sociales” los llama la prensa germana) que encuentran en la ideología progresista un pretexto para dar rienda suelta – como los del otro bando – a la bestia que llevan dentro. Además, los matones de la izquierda se dedican menos a la caza del hombre que sus rivales y escogen temas idealistas (la energía nuclear es uno de sus caballos de batalla favoritos) para hacer uso de la violencia. Muchos de ellos creen realmente que apalizar a un policía es luchar contra el sistema establecido.
El contraste entre los violentos de ambos bandos y las implicaciones económicas lo refleja con toda claridad el caso de la célula NSU. Sus dos actores principales, que se suicidaron días atrás al verse descubiertos, formaban parte de un grupo mayor de neonazis que tenía su cuartel general en una taberna de una pequeña localidad del este del país. Y la presión del grupo les llevó a asesinar a una policía del pueblo cuando la familia de esta pretendió arrendar el local y dejar sin negocio al tabernero filo nazi.
Los asesinatos de la NSU tardaron años en descubrirse porque, además de una serie de fallos personales de la policía, las eventuales detenciones quedaban siempre aplazadas por los celos entre la policía ordinaria y el servicio secreto, que en Alemania se encarga de la lucha antiterrorista.
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