«¡Que llegan las gitanas!»
Diario Vasco, , 07-11-2011Inés, una gitana de Faro (Portugal), descubrió a los siete años que era diferente. Iba a la escuela, jugaba con los demás niños, atendía a la profesora, aprobaba sin problemas. «En un momento dado, la bedela nos empezó a dar una botella de leche cuenta. Nos llamaba. Tenía una lista de clase con nuestros nombres. ¿Qué pasaba? Que llamaba a todos, uno por uno, pero nunca me llamaba a mí. Aquello me pareció extraño, pero jamás lo comenté en casa. Hasta que un día me harté y se lo dije a mi madre». Alertada por la familia, la profesora espió a la bedela y comprobó que las quejas de Inés eran ciertas. Cuando se vio acorralada, la ordenanza balbució algunas excusas demasiado vagas y finalmente echó la culpa a la cría. «A partir de aquel momento, me llamó… Pero nunca lo olvidé. Fui viviendo y reviviendo aquellos momentos. ¡Imagínate a todos los niños bebiendo leche y yo mirando! ¡Tenía seis o siete años! Esto marcó mi infancia y me marca incluso hoy». Justo entonces se le acabó la inocencia: «Me di cuenta de que la gente veía que yo era una niña diferente. Pensaban que era una niña diferente por ser gitana».
El relato de Inés no es especialmente truculento: no hay aquí persecuciones, palizas, violaciones, campos de concentración. Tan solo una inofensiva botella de leche, una bedela racista y la mirada asombrada de una cría portuguesa que de pronto, abruptamente, sin entender cómo ni por qué, se ve expulsada de su paraíso infantil, cálido e irrecuperable.
Inés, Jeanne, Mona, Chehida, Nicoleta, Amara, Manuela… Sus biografías, aunque unidas por la huella gitana de sus genes, discurren por senderos muy distintos, incluso opuestos. Unas viven en Francia, otras en España, algunas nacieron en los Balcanes y hay quienes no han dejado de moverse de aquí para allá. A Irene, hija de chamarileros españoles, incluso la parieron en medio del Mediterráneo. Hablan romaní, francés, catalán, español, rumano. Son católicas, evangélicas o musulmanas. Hay quienes apenas han salido de su caravana y quienes trabajan en oficinas públicas o venden telas en mercados ambulantes. Hay viejas rebeldes, que, tras una vida de fatigas, empiezan a disfrutar a los setenta, y jóvenes bien preparadas, universitarias, con ganas de reivindicar su herencia. Todas ellas componen un variopinto coro de voces gitanas, una inusual sinfonía orquestada por la socióloga francesa Claire Auzias (Lyon, 1951). «He seleccionado dice la autora aquellas cuyo discurso atípico, lejos de las ideas preconcebidas, es capaz de desatascar la imaginería simple ligada a estas mujeres ». Así surgen ante nosotros figuras sorprendentes como Mona, la gitana pintora, que solo pasó un día en la escuela («tenía un miedo horrible»), pero que desde niña sintió la necesidad imperiosa, casi física, de coger lápices, pinceles o lo que tuviera más a mano («a veces me bastaba una simple cerilla quemada») para dibujar sus sentimientos. Hoy vive en una caravana aparcada en Villeneuve-Loubet (sureste de Francia) mientras levanta la admiración de sus vecinos y expone sus cuadros en muchas ciudades lejanas: «¿Es esto el don? se pregunta asombrada Miro una cosa y de golpe entro en una especie de delirio que hace que represente lo que represento; reconozco una o dos cosas y después ya no sé explicarlo, me lanzo a pintarlo».
Las catorce protagonistas relatan sus peripecias y Claire las va anotando con la pulcritud de un notario. Ellas hablan, recuerdan y dicen lo que piensan. El libro se completa con una colección de fotografías de Éric Roset (Lyon, 1972), un artista que se quedó prendado de la cultura ‘rom’ y que ha recorrido con ellos los caminos de media Europa. Sus imágenes demuestran que el universo gitano es rico, multiforme… y de una variedad desconcertante. Conocerlo quizá sea la mejor medicina contra los prejuicios. Tal vez así evitemos el grito asustado que escuchaba la joven Irene cada vez que llegaba con sus padres a un pueblo: «¡Los gitanos! ¡Que llegan los gitanos! ¡Esconded a los niños!».
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