Emigrar
El Mundo, , 19-10-2011POR PRIMERA vez en años (y en lustros y hasta en décadas) la emigración supera a la inmigración. Los datos pertenecen al primer semestre de 2011 y se refieren, claro está, a España. Quién nos lo iba a decir.
Desde que leí la noticia estoy esperando a que alguien se ponga cachondo con ella y la comente. Pero la flauta no suena. Quitando a un par de periodistas aislados, en las tertulias prefieren excitarse con la Conferencia de San Sebastián o la bronca electoral.
Sumida en un tibio mosqueo me pregunto: ¿habré soñado la noticia? No parece. Viene ilustrada con gráficos de flujos migratorios, estudios por comunidades autónomas, cifras y más cifras. Vamos hacia una involución demográfica, dice el INE. En los próximos años habrá medio millón de españoles menos.
Los españoles se van. Es decir, se están yendo. Yo no los he contado, pero me lo creo. Mi credulidad no es cuestión de fe sino de lógica elemental. Tengo que hacer más esfuerzo para no creerlo que para creerlo. Digamos que soy crédula por comodidad. A veces hasta me creo lo que dicen los periódicos.
Todos sabemos de algún español que ha sentado sus reales fuera. En el extranjero, como diría González Pons. Precisamente fue oyéndole a él cuando me di cuenta de lo anacrónico que suena hoy el concepto extranjería. Los españoles que salen también son extranjeros para el país que los acoge. Conozco a algunos, y a otros los he visto en esos programas de televisión que tanto éxito tienen (Españoles en el mundo, Madrileños por el mundo, Callejeros, etcétera). Se trata de médicos, profesores, empresarios, etcétera. Hay de todo, amén de los clásicos expatriados (otro concepto grandilocuente, dramático) como misioneros, diplomáticos o cooperantes. Y no olvidemos a los nuevos licenciados. Con ellos se nos va una parte importante del capital humano formado aquí en la última década. Al terminar en la universidad, ellos se plantan en el aeropuerto con el trolley a cuestas.
Siendo muchos los licenciados que optan por huir, a mí me saben a pocos. Los más se quedan sentados esperando que les lleven el trabajo a casa. Tienen miedo de los terremotos y las balaceras, de los paisajes que no han recorrido de y las comidas que no han probado. Son los hijos de la burbuja. No buscan un lugar en el mundo porque sólo les importa su cuarto, ese territorio donde han fortificado los miedos. Ignoran, pobres, que en su árbol genealógico siempre hay un abuelo que se fue de España con una maleta de madera.
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