Se cumple la regla que ha condenado a todos los partidos en el Gobierno a perder las elecciones desde que comenzó la crisis financiera y los socialdemócratas daneses consiguen dar una alegría a su familia ideológica, tan necesitada de ella en una Europa rendida a los conservadores. Pero esto ya estaba descontado. Más interesante resulta el retroceso de la derecha xenófoba, cuya influencia arrastró a Dinamarca a posturas euroescépticas.

No es la paliza abultada que sufrieron los ultras noruegos el lunes pero, en conjunción con ella, pone de manifiesto que el credo intolerante que promueven estas formaciones empieza a perder atractivo para los electores.

La ultraderecha danesa paga el hecho de que la adopción por parte del Gobierno conservador de las medidas que ella proponía en materia de inmigración no consiguieran aminorar las consecuencias de la crisis. Más aún, el castigo significa que los ciudadanos entendieron que hacerle frente a la situación requiere políticas más complejas que el odio racial y el aislamiento. Haber conseguido poner freno a la carrera ascendente de estas ideas representa un gran paso.