Desde Argelia a Alegia, en busca de un sueño

tras cruzar el mar como patrón de una patera, el joven walid ouaalit desea labrarse un futuro en Gipuzkoa

Diario de noticias de Gipuzkoa, Xabier Terrones, 21-08-2011

W ALID Ouaalit vio la luz por vez primera el 13 de mayo de 1992, en un barrio costero de Orán, la capital financiera de Argelia. Era solo uno de los casi un millón de habitantes de la ciudad, y ahora, con 19 años, es un vecino más de la localidad guipuzcoana de Alegia, de apenas 2.000 personas.

Walid nació en el seno de una familia pobre de seis hijos, cuyos padres se separaron cuando el pequeño tenía cinco años. Con esa edad comenzó sus estudios en la escuela o madrasa, y dos años después, su madre perdió el trabajo, por lo que la familia, de siete miembros, perdió el único sustento que tenía.

A pesar de la ayuda de vecinos y familiares, la situación familiar era cada vez más acuciante, por lo que urgía contar con un sueldo. En Walid, el tercero de los hermanos y el varón de más edad, recayó la tarea de mantener a su familia. Pero había un pequeño problema, y estribaba precisamente en lo pequeño que era. Así pues, a su madre no le quedó otro remedio que falsificar la edad de su hijo para hacerle pasar por tres años mayor.

Con diez años (legalmente trece), comenzó a trabajar como pescador cerca de la costa por las tardes y las noches, tras acabar las clases. En verano, se embarcaba en navíos más grandes y pasaba meses en alta mar. “Era un trabajo muy duro, pero como me encanta el mar, trabajaba a gusto”, recuerda. Con el dinero que ganaba, la familia podía vivir. Pero Walid quería más.

dos mundos

A un solo paso

163 kilómetros. Esa es la distancia que separa Orán de Almería, un número que siempre rondó por la mente de Walid. “En noches muy despejadas, pescando cerca de la costa, veía las luces de Almería, y me decía mí mismo: quiero ir allí”, señala el argelino.

Consciente de las penurias que pasaba su familia, observaba impotente como muchos compatriotas, entre ellos bastantes vecinos, se embarcaban con lo puesto rumbo a Europa con la certeza, más que la esperanza, de lograr salir adelante. “En Orán, todos creíamos que ir a Europa era lo mejor que se podía hacer, que allí siempre hay trabajo; pero no es así”, sentencia Walid.

Pero había una cuestión que sí preocupaba, y mucho, a aquellos que querían emigrar: cómo cruzar el mar. “Yo veía cómo muchos hombres que no conocían el mar compraban una lancha para viajar a España, pero seguro que muchos de ellos nunca llegaron”; comenta Walid. Y continúa: “Por eso me buscaron a mí, porque llevaba toda la vida en el mar”.

Un atardecer de hace cuatro años, cuando el joven tenía 15 (oficialmente 18), Walid regresaba de un día de pesca. Varios hombres le estaban esperando en el puerto. Cuando desembarcó, le preguntaron si guiaría una lancha hasta el Cabo de Gata, en Almería. El joven accedió, y ese fue su último día en Argelia.

“Mi madre se lo tomó bastante mal, pero al final me dejó ir, sabiendo que sería lo mejor”, señala Walid. Entregó el dinero de esa jornada a su madre, se cambió de ropa y a medianoche se encaminó al puerto. Diez hombres le esperaban en una lancha de unos seis metros de eslora. Cada uno de ellos le entregó los diez euros convenidos, y el joven puso el motor en marcha.

“Llegamos al Cabo de Gata hacia las siete de la mañana, sin mayores problemas en el viaje”, apunta Walid. Pero la Guardia Civil los estaba esperando en la playa a la que se dirigían, por lo que el argelino viró hacia unos acantilados cercanos. Allí, escalaron por las rocas y se escondieron en el monte hasta la noche.

Cuando la oscuridad fue suficiente, bajaron al otro lado de la colina. Allí se despidieron y cada uno siguió por un camino distinto. Walid, tras un periplo de más de una semana, detallado en la entrevista adyacente, llegó a Donostia.

Con la ayuda de otros magrebíes, pues Walid solo hablaba árabe y un poco de francés, logró entenderse con la Policía, que le envió a un piso de acogida en Segura. “En ese piso de emergencia, al que mandan a los que llegan para ver si son conflictivos, estuve dos meses”, indica Walid.

Tras ese tiempo, convencidos los Servicios Sociales del buen comportamiento del joven, lo trasladaron a otro piso de acogida en el barrio de Intxaurrondo (Donostia), con tres inmigrantes marroquíes. Después de siete meses, los Servicios Sociales debían elegir a uno de ellos, al más tranquilo, para llevarlo a otro piso. Eligieron a Walid.

Fue en el siguiente piso, en Herrera (Donostia), donde Walid aprendió a hablar español y un poquito de euskera. Convivió durante dos años con cinco chicas y chicos vascos, y durante su estancia en aquel piso, se sacó un curso de electricista y empezó a jugar al fútbol, primero en el Sporting de Herrera y después en el Kostkas de Intxaurrondo.

Tras acabar las prácticas de Electricidad, estuvieron a punto de contratarle, pero al carecer de papeles, no le pudieron hacer un contrato. “Sin embargo, ahora que los tengo, ya no hay trabajo”, comenta Walid sin perder la sonrisa.

Todo un atleta

Campeón de Euskadi de 1.500 metros

Pasados dos años, los Servicios Sociales consideraron que Walid podía valerse por sí mismo, por lo que enviaron a Urretxu, donde convivió con cuatro marroquíes durante un año. En un instituto de la localidad se sacó el graduado escolar. En enero de este año, comenzó a practicar atletismo, y ya ha sido campeón de Euskadi de 1.500 metros.

En mayo dejó de ser mayor de edad de facto, puesto que según sus papeles hacía ya tres años que lo era. Al ser mayor de 18, le mandaron a su actual residencia, en Alegia, junto a tres marroquíes mayores. En septiembre, finalmente, Walid comenzará un Grado Medio en Electricidad en el donostiarra Instituto Easo.

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