Ramadanes al sol
La Verdad, , 19-08-2011Soy de lo peor que conozco para acordarme de películas, nombres de actores y escenas cumbre. Pero recuerdo con nitidez la película de Fernando León de Aranoa ‘Los lunes al sol’ y visualizo a Javier Bardem y a Luis Tosar tomando el sol en ese barco que, antes de que se quedaran a la cuarta pregunta, los llevaba a trabajar a los astilleros de Vigo. En la otra punta de España, muchos años después, toman ese mismo sol cientos de españolitos y extranjeritos de a pie. Ciudadanos que quizá por unas horas – sólo quizá – son ajenos a los cinco millones y pico de parados – parado arriba, parado abajo – que asuelan este país. En la playa trabajan varias personas. Los socorristas que tan gentilmente nos atendieron en el Factor 50 de ayer, los encargados de pasar el tractor por las noches o los camareros de uno y otro chiringuito. Todos ellos, evidentemente, con su contrato de trabajo, su Seguridad Social, sus vacaciones y sus fiestas de guardar.
Pero hay otro gremio que se percibe mucho más en las horas de solano y que merece un poco de nuestra atención, aunque sus integrantes salgan despavoridos cuando me ven sacar la libreta del bolsillo o, mucho peor, cuando Edu pone la cámara a funcionar. Ellos, por el contrario, no tienen contrato, ni Seguridad Social, ni vacaciones, ni días de descanso. Ni siquiera tienen derecho a quejarse, al parecer. Estos días, incluso, muchos de ellos dan gracias a Dios. O más bien a Alá, si es que hay dios – por un lado – y se llama de diferentes maneras – por otro – .
Factor 50 intenta abordar en la playa a algunos vendedores de ropa, de gafas, de pulseras, de vestidos veraniegos. Esos comerciantes magrebíes, subsaharianos y de mil y un lugares que patean la playa sin descanso para sacarse cuatro perras. Pero ninguno accede a compartir con nostros un trocito de su vida si exhibimos la tarjeta de presentación de ‘La Verdad’. Así que la guardamos y vamos de clientes dubitativos. Y cotillas, claro. Aun así, en cuanto preguntamos más allá del precio, Bashir, Silvia o Sergio apremian la venta para poner pies en polvorosa. No están para chácharas. Y lo entendemos perfectamente. El último de ellos, Sergio, nos quiere vender un polo falsificado de La Martina. A 15 euros negociables. También tiene de Polo Ralph Lauren a cinco euros menos, aunque ese caballo parece una mula reumática. Le digo que no tengo suficiente. Sergio trabaja por primera vez este año vendiendo ropa en la playa. Va cargado hasta arriba, suda a chorros y casi evita mirar las consumiciones que nosotros ingerimos en el chiringuito. Motivos tiene. «Estamos en el Ramadán». Diantre. Eso implica, entre otras muchas cosas, ayuno diario hasta que se ponga el sol. Es decir, que en el momento en el que hablamos con él, Sergio lleva casi cuatro horas trabajando a pleno sol sin beber una sola gota de líquido. Y reconoce que no vende mucho. Pero no pierde una tímida sonrisa en la cara. Es el particular ramadán al sol de Sergio, pero hay otros.
Bashir también es musulmán y está en la misma situación que Sergio, pero él vende relojes y gafas de todas las marcas que uno se pueda imaginar – eso sí, más falsas que Judas – a precios asequibles. Su cara, pese a todo, parece más castigada por los años y el ayuno parece hacer mella. Silvia, por su parte, hace trenzas en la arena a 15 euros. En el momento en el que me acerco, toca con cariño el pelo de una niña guiri a la que su madre quiere ver con un ‘look’ diferente. Y las tres tan contentas. En veinte minutos, la pequeña hija de la Gran Bretaña estará lista para darse un bañito con su crema solar ultraprotectora y su nueva carita de ‘hippie’. Pero Silvia, también musulmana, como Bashir, Sergio, y muchos de los que nos negaron su nombre, seguirá con su camino por la orilla de la playa, buscando clientes, aguantando el inaguantable calor, el cansancio, la sed y el hambre para llevar a casa cuatro perras para su familia. Y de paso, este mes, demostrarse a sí misma y a Alá que es una mujer disciplinada. Aunque tenga que pasar su Ramadán al sol.
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