Behatokia
¿Cómo se fabrica un 'Breivik'?
Breivik se ha comportado como un monstruo desalmado a pesar de que pasara por la universidad y obtuviera un título superior, a pesar de que profese el cristianismo hasta el delirio y a pesar de que pueda ser considerado un hombre de vida próspera
Deia, , 12-08-2011Ha sido tal la atrocidad de la matanza perpetrada en Noruega por el ultraderechista Anders Behring Breivik que se ha pasado de puntillas sobre la evolución que tal ideología (¿ideología?) política ha sufrido en Europa. Han sido tan intrincados los detalles divulgados, que han tenido lugar para la ejecución de los atentados de Oslo y Utoya, que la discusión sobre los árboles no nos ha dejado discernir realmente cuáles son los males que aquejan a nuestro bosque, es decir, a nuestra sociedad. Han sido tan inesperados los episodios que han producido tal número de muertos – por tener lugar en un sitio en el que la violencia siempre ha sido rara avis – , que aún continuamos absortos y sorprendidos. Ha sido todo tan triste que cuando nos detenemos a pensar en ello nos consternamos y somos incapaces de sacar conclusiones. Pero el hecho no es casual y, en este caso, las inalcanzables dimensiones del hecho fatal se han impuesto a lo esencial, que es que en Europa también caben los monstruos.
Sí, Breivik se ha comportado como un monstruo desalmado a pesar de que pasara por la universidad y obtuviera un título superior, a pesar de que profese el cristianismo hasta el delirio, y a pesar de que pueda ser considerado un hombre de vida próspera, al menos hasta cometer la matanza. Le imagino al frente de su negocio, en su granja abundante y extensa sin duda pues no en vano trabajaban en ella cerca de setecientos obreros. Le imagino absorto en sus labores cotidianas, las propias de un granjero, generalmente trabajos rutinarios que, de tan repetidos, permiten a quienes los ejecutan compadrear y cambiar impresiones entre sí. No faltará quien declare que “nunca hubiera esperado una acción tan brutal porque se trataba de un hombre que tenía un trato jovial”. Pues sí, su trato y formas cotidianas de obrar escondían una forma de pensar exclusivista, egocéntrica y etnocéntrica, además de un ideario tan acendrado que ha estallado en la tragedia.
Al parecer, cuando se sentaba ante la pantalla del ordenador se le afilaban los colmillos, se le ponían nacaradas y brillantes las pupilas hasta convertir las cuencas de sus ojos en misteriosos y miserables pozos, y sus circunvoluciones cerebrales ponían en marcha un mecanismo decisivo que sólo creía en la destrucción. La condición humana no siempre se corresponde con las condiciones individuales de cada cual. Breivik escribía en las llamadas redes sociales lo que, a buen seguro, no era capaz de decir en público, por eso han extrañado tanto sus aportaciones a Internet una vez que han sido identificadas como suyas. La cita de John Stuart Mill que escribió justamente antes de iniciar la matanza en su blog constituye una ignominia para el famoso filósofo y economista británico, adicto al utilitarismo ético: “Una persona con una creencia iguala la fuerza de 100.000 que solo tengan intereses”. Solo a una mente tan enferma como la de Breivik se le ocurre interpretar la frase de Mill de forma tan aviesa como para tomar un coche bomba y dos sofisticados fusiles y liarse a matar.
Ciertamente, Mill hablaba de creencias dignas, de las que no causan muertes ni tragedias sino que las previenen. Breivik forjó la mortífera creencia de su “guerra contra el marxismo y el islam” sin que mediara ningún empeño digno, solo como una misión dictada por las más malvadas divinidades. Se creyó un mesías y se entregó a su inevitable destino: “Debéis morir, debéis morir todos”, dijo. Antes había escrito en su ordenador: “No podemos frenar la islamización de Europa sin eliminar el marxismo”. Y también, adelantándose a la masacre: “Los crímenes fueron atroces pero necesarios”. Sus creencias eran letales.
Pero, ¿cómo se constituye una creencia? Que es tanto como decir en este caso, ¿cómo se fabrica un Breivik? Porque Anders Behring Breivik no es un producto casual e inesperado. Europa ha asistido impertérrita a la proliferación de partidos políticos de ideología (¿ideología?) ultra. Los europeos demócratas hemos visto cómo han venido proliferando los grupos políticos xenófobos y violentos, que se han mostrado dispuestos a cerrar las fronteras a los de otros lugares, a exigir comportamientos a los foráneos que no se exigen a los nativos, a aplicar reglas y leyes de expulsión a los inmigrantes desempleados porque los consideran habitantes “de prestado” en sus tierras, a mirar las acciones de los extranjeros más humildes con el microscopio de la mezquindad. Breivik solo es uno de los integrantes de dichos grupos, quizás uno de los más aventajados, pero solo eso. Cuando alguien, cualquiera, como por ejemplo el alcalde de Salt (Cataluña, UDC), dice que no quiere que voten los inmigrantes marroquíes en las elecciones municipales, donde viven, y propone que se les reparta en diferentes pueblos en lugar de dejarles vivir en donde ellos han elegido, se están fabricando Breivik.
Los fabricantes europeos de Breivik deberían encontrar justa respuesta y rechazo en quienes, desde los convencimientos democráticos, preferimos fabricar Humanos, pero no siempre ocurre así. Quizás porque los fabricantes de Breivik no dudan en enmascarar sus nombres para no mostrar lo que son en realidad: los más aguerridos fascistas europeos que, a veces, se ocultan en el Partido del Progreso (noruega), en los Demócratas de Suecia, en los Auténticos Finlandeses, en el Partido Popular Danés, en el Partido de la Libertad (Holanda y Austria) o en los diferentes Partidos Nacionales. Lo cierto es que en Europa ya hay siete países en los que los fabricantes de Breivik han superado el 10% de los votos en las últimas elecciones europeas, y hay trece países en los que superan el 5%. En sus respectivas elecciones nacionales hay formaciones fascistas que se acercan, y superan incluso, el 20% de los votos. Y las hay que ayudan a gobernar a otras formaciones de derechas algo menos beligerantes, solo para que no gobiernen las izquierdas.
Es así como se pone alas a los fabricantes de Breivik. Como he leído recientemente, del filósofo Galtung, “el enemigo está dentro de nosotros y eso es difícil de procesar…, si hubiera tenido la piel oscura (refiriéndose a Breivik) habría habido una unión de todos los noruegos contra la inmigración”. Debemos detenernos a pensar si cada vez que nos protegemos de las “presencias” de los inmigrantes y de sus consecuencias, si cada vez que acusamos a los inmigrantes trabajadores de apropiarse de nuestros empleos, si cada vez que les acusamos de recibir ayudas económicas de modo irregular sin presentar una sola prueba en su contra, si cada vez que les tachamos de holgazanes porque pasan buena parte de su tiempo libre en plazas y jardines ante la precariedad de sus aposentos y viviendas, si cada vez que les tildamos de drogadictos y camellos sin pruebas, no estamos colaborando en la fabricación de Breivik.
Les juro que veo ciertas semejanzas entre el Anders Behring Breivik que he visto en las fotos de los diarios y los muñecos guerreros espaciales o de los otros con los que juegan nuestros niños, ya sea directamente o mediante los videojuegos… y puede que también así estemos colaborando en la fabricación de Breivik de carne y hueso.
El sociólogo Johan Galtung nos ha alertado: “La solución fácil es psiquiatrizar lo ocurrido: un loco con una adolescencia complicada. Pero entonces se pierden las ideas que hay detrás del acto de Utoya, que están en el manifiesto que ha escrito Breivik y que están diseminadas por toda Europa, incluida España”. Porque también hay que tener en cuenta que la matanza, curiosamente, ha tenido lugar en Noruega, donde los jóvenes no dudan en afirmar: “Aquí nos identificamos con el Estado”. Y los no tan jóvenes igualmente, para muestra basta un botón: el 94% de los noruegos han apoyado al Gobierno en el tratamiento y la reacción que han dado a la tragedia. ¿Se imaginan que ocurre en España?
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