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Londres: gobierno de la ley o ley de la selva

La Voz de Galicia, 12-08-2011

E s bien conocida la idea de que para todos los problemas complejos hay siempre una explicación fácil? y generalmente equivocada.

Los espantosos sucesos que han tenido lugar en la capital del Reino Unido, y, aunque con menos gravedad, en otras ciudades del país, podrían ser interpretados con una explicación de manual: siempre que los conflictos proceden de zonas suburbiales, la razón hay que buscarla en la miseria, que obliga a los desposeídos a llevarse por las malas los bienes elementales con los que no pueden hacerse por las buenas.

Aplicar sin más esa plantilla a lo que ha tenido los tintes de una verdadera rebelión constituiría, sin embargo, un craso error. Y ello no solo, aunque también, por el hecho de que los saqueadores no robaban mantas, comida o medicinas, sino televisores de plasma, equipos informáticos o zapatillas deportivas de marca.

Es obvio, claro, que quienes tienen tales cosas no suelen sentir la tentación de saquear las tiendas donde se ponen a la venta. Pero la cuestión no es esa en el mundo civilizado que hemos construido. Si las escenas londinenses se hubieran producido en alguna ciudad latinoamericana o, ya no digamos, africana, no hubieran llamado tan poderosamente la atención. Y no porque allí fueran menos graves, sino porque en Europa resultan – o eso pensábamos al menos – menos previsibles.

La razón es muy sencilla: Inglaterra fue en su día la cuna de una civilización, la del gobierno del derecho (rule of law), que se basa, esencialmente, en que los ciudadanos cumplen las reglas de convivencia (entre ellas, la del respeto a la libertad y propiedad de los demás) sin que sea necesario poner un guardia en cada esquina. Esa es una de las grandes diferencias que existen entre vivir en cualquier ciudad occidental y hacerlo, por ejemplo, en Caracas o en Nairobi: no solo, como afirmaba Churchill, en que si llaman a tu puerta de madrugada es el lechero, sino en que uno puede abrir su tienda por la mañana con la seguridad de que no será saqueada por la noche. Si no fuera así, para vigilar Londres no haría falta desplegar 16.000 policías sino diez o veinte veces esa cifra.

Por eso, sus incendios y saqueos no solo hablan de diferencias sociales – que también – , sino sobre todo de una grave crisis del Estado de derecho, que ha llevado a decenas de miles de chavales a rechazar sin más sus reglas y valores: las que convierten la ley de la selva en el gobierno de la ley. Los sucesos del Reino Unido, como los producidos hace años en los suburbios de París, ponen de relieve una común patología, la de sociedades desestructuradas donde se ha roto el principio básico de la civilización: la existencia de unos valores compartidos que respeta la inmensa mayoría, aunque ello suponga no poder tener esas zapatillas de moda que salen en la tele.

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