Behatokia

El gran esqueleto europeo

Noruega ha abierto los ojos de toda Europa a su pesadilla atávica consecuencia al populismo cuya voluntad hemos despreciado y apela directamente a la obligación del conjunto de los europeos de superar nuestro terror a la amenaza económica inmediata

Deia, Por Iñaki González, * Periodista, 09-08-2011

EL periodo estival no suele ser momento propicio para profundas reflexiones existenciales y hablar de grandes principios de modelo social en estas fechas es casi una ingenuidad. Si durante el resto del año reaccionamos con adormecimiento social a los acontecimientos que nos sacuden, el verano parece condenarnos a la abulia individual y colectiva. Sin embargo, un suceso terrible siempre será motivo para un esfuerzo de reflexión. Noruega ha abierto los ojos de toda Europa a su pesadilla atávica; las decenas de muertes provocadas por un odio irracional a lo ajeno que ha sido capaz de tomar venganza en lo propio nos obligan a mirar a las cuencas vacías del esqueleto que Europa escondió en su armario más olvidado.

El fascismo tiene muchas formas aún hoy en Europa y sigue alimentándose del miedo al diferente y de un cínico sentido del derecho propio y las obligaciones ajenas. No se diferencia, si le hacemos compartir probeta en el análisis, del fundamentalismo religioso y su expresión violenta, que tiene ejemplos en todo el mundo y todas las religiones. El integrismo musulmán, los movimientos salafistas, que no dejan de ser la forma que el pensamiento fascista de imposición de modelos de severo control social ha adquirido en la tradición islámica, se ha revelado útil para construir en las sociedades occidentales la excusa para sustanciar nuestro propio fenómeno fundamentalista. Pero en Noruega ese discurso ultraderechista no ha arremetido contra la diferencia racial o religiosa sino contra el adversario intelectual porque la pugna del fascismo, antes que con otros modelos de pensamiento radicados extramuros, es con el pensamiento democrático más cercano.

El asesino Anders B. Breivik no es el instrumento de delirio de una cruzada religiosa en defensa de los valores culturales y religiosos europeos frente a la amenaza extranjera. Su enemigo comparte derechos y obligaciones sociales, etnia y tradición cultural. Es la mayoría intelectual progresista que lidera políticamente su país. Los jóvenes socialdemócratas noruegos abatidos al grito de “merecéis morir todos” están correctamente identificados por su asesino como el principal enemigo de su proyecto político. El freno interior, la reserva intelectual europea de nuevas generaciones formadas y capacitadas constituye nuestra garantía de supervivencia del ideal librepensador europeo frente al nuevo fascismo, que es el viejo.

Se cumplen 75 años del inicio de la guerra europea entre el fascismo y la democracia. Aquella que empezó en 1936 travestida de cruzada española por los valores cristianos más tradicionales. El fascismo español necesitó someter por las armas la legalidad para imponerse, pero en Italia y Alemania fue la elección de una mayoría social coyuntural que se entregó al mensaje populista de la época. Ese populismo está hoy en muchos discursos contemporáneos. Agitando temores y señalando culpables. El fanático Breivik comparte aquella arrogancia mesiánica: tiene opinión sobre todo, juzga y reparte culpas a lo largo y ancho del orbe. Acusa y condena a todo pensamiento que se separa de su ortodoxia. Sus reflexiones sobre el gobierno socialista español no tienen desperdicio.

Habla Breivik de la rendición de Zapatero a los intereses musulmanes. Habla de que obtuvo el poder gracias a Al Qaeda. Habla de una política de inmigración que ha dado lugar a un efecto llamada. Habla, si lo pensamos bien, por boca de ganso. Repite argumentos que ha podido escuchar, leer y digerir directamente de la política española. Son acusaciones que componen el discurso más exacerbado de tertulias guerracivilistas y nostálgicos del viejo régimen y sus valores nacionales. Pero también las encontramos en la crítica sostenida durante los últimos ocho años por otra derecha con vitola de democrática que se ha ocupado de no descuidar su flanco extremo, consciente del caudal de voto popular y populista.

Europa se debate entre la necesidad de sobrevivir económicamente a costa de renunciar al modelo de estado social o asumir un duro tránsito de sacrificio sin que nadie quede atrás. Y ese, que es el verdadero nudo gordiano del futuro del continente, no tiene su tabla de salvación en el discurso maniqueo de la extrema derecha. Aunque tampoco lo tiene en el buenismo genético de la izquierda que hasta la fecha no ha aportado soluciones a la incapacidad de los sistemas europeos de protección para absorber sin fin a millones de inmigrantes dependientes del subsidio para sobrevivir en un primer mundo que hoy se cuestiona su capacidad de seguir siéndolo.

El cóctel alimenta el populismo porque allí donde los partidos de más honda tradición democrática no han sabido o no han querido entrar, campan a sus anchas los discursos más fáciles de digerir porque no apelan a la responsabilidad individual de los propios en las soluciones de los problemas sino a una presunción de culpas ajenas que acaba por arrasar con los principios de solidaridad e igualdad. La tragedia de Noruega apela directamente a la obligación del conjunto de los europeos de superar nuestro terror a la amenaza económica inmediata.

Lo contrario será correr a los autos de fe de los nuevos inquisidores, participar en el linchamiento público de principios de democracia e igualdad que tuvieron su origen y están en el ADN de la tradición política europea. Que están en el pensamiento cristiano humanista al que se apelaba en el frustrado proyecto de Constitución Europea y no en ese otro concepto excluyente y patrimonialista de la cultura y las libertades que el pensamiento de extrema derecha agita hoy en todo el continente. Esa amenaza disfruta de la ventaja de unas bases de discurso comunes que ni la vieja socialdemocracia ni el centro heredero de la democracia cristiana han sabido aún frenar. Enzarzados en debates de izquierda y derecha que ya no dan respuesta a la necesidad de progreso sostenible, se nos cuela un populismo que desnaturaliza esos principios, los manipula y los somete a un proyecto cuyo objetivo es el poder, su conservación y ejercicio per se. Y en las últimas décadas hemos cometido el error de despreciar esa voluntad y hemos olvidado que su fundamento es manipular a grandes masas sociales. Le hemos dado la espalda pensando que bastaba no mirar a la cara al fascismo, ese gran esqueleto que esconde el armario europeo, para que dejara de estar ahí.

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