El nido de la serpiente
La Vanguardia, , 08-08-2011MIENTRAS los noruegos aún se preguntan angustiados cómo pudo suceder la matanza del 22 de julio, el discurso islamófobo esgrimido por el autor de la masacre ofrece síntomas de volverse en contra de los partidos populistas de la propia Noruega, así como de Dinamarca y Suecia, donde esas formaciones han ido progresando a lomos de la xenofobia. Al fin y al cabo, Anders Breivik, el asesino que presuntamente actuó en solitario, alimentó su locura en aquellos discursos.
Para los noruegos, como probablemente para el resto de los europeos, resultó una sorpresa muy desagradable descubrir que un nórdico occidentalista de pura cepa había sido capaz de preparar meticulosamente y al fin perpetrar una matanza de jóvenes, la mayoría de su misma nacionalidad, a quienes despreciaba por pertenecer a un partido, el Laborista, que estaría, según él, favoreciendo la islamización de su país. En realidad, Noruega apenas alberga un 5% de población inmigrante de origen asiático y africano. La vecina Dinamarca, con menos de un 3% de musulmanes, aplica la legislación más restrictiva de Europa con la inmigración y Suecia, un país mundialmente reconocido por su capacidad de acogida de refugiados políticos, limita también seriamente la llegada de inmigrantes que no procedan de sus vecinos escandinavos.
Pero en los tres países se hace notar la presencia de partidos populistas, que han hecho del discurso xenófobo el material preferido de su estrategia política, a base de identificar implícita y automáticamente islamismo con terrorismo y de atribuir a los inmigrantes musulmanes la condición de enemigo al que hay que combatir sin reparar en límites. Ahora ha sido un terrorista escandinavo el que ha perpetrado dos atentados en nombre de la defensa de los valores occidentales y el Partido del Progreso sueco (22,9% de votos en las legislativas de 2009), el ultranacionalista Partido del Pueblo Danés (13,8% de votos y una influencia decisiva sobre el Gobierno minoritario de liberales y conservadores) y el Partido del Progreso noruego, asimismo antiinmigración, se ven obligados a retocar apresuradamente sus discursos para evitar que se les identifique con las ideas de Breivik.
La rápida y clara reacción del primer ministro noruego, el laborista Jens Stoltenberg, reforzando el mensaje de tolerancia y respeto por los derechos humanos, fue el mejor antídoto contra el desvarío xenófobo. Así lo demuestra el aumento de su popularidad, en una señal de que los países escandinavos no quieren convertirse en uno de los nidos de la serpiente.
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