«Es un muchacho noruego normal»

A los que conocieron o trataron al autor confeso de la matanza de Noruega les inquieta sobre todo que fuese «una persona corriente»

La Verdad, R. C., 03-08-2011

Tres jóvenes en el funeral de Mona Abdninur. :: S. NENOV / REUTERS

En un viaje que realizó el día anterior a la matanza del 22 de julio, Anders Behring Breivik tomó un taxi desde el centro de Oslo a la granja a 160 kilómetros que utilizaba como tapadera para almacenar enormes cantidades de explosivos. El taxista no se quita de la cabeza la imagen de un joven que habló con facilidad de un futuro que él sabía mejor que nadie que nunca llegaría. Tangen Ariid, que conduce un Mercedes gris metalizado, también sospecha que en algún momento pudo encontrarse cerca del coche bomba que reventó frente a la oficina del primer ministro.

«Hablamos todo el camino y tuvo una charla agradable sobre nada, el clima, la granja y que quería ser granjero», ha contado el taxista Ariid a la agencia Reuters. «Me dijo que había alquilado la granja para vivir como un campesino y que, si le acababa gustando, se haría granjero». «He repasado toda la conversación. No se mostró nervioso».

Para muchos noruegos, el hecho de que el autor confeso de la muerte de 77 personas actuase como una persona normal y corriente, como uno más, es uno de los aspectos más inquietantes de esta historia de horror que vive un país sumido en el duelo y los homenajes a las víctimas. «Lo que me mantiene despierto por la noche es que no es un monstruo», resume Peter Svaar, un periodista que fue al colegio con el adolescente Breivik. «Él es un muchacho noruego normal». Los periodistas del país no lo están teniendo fácil para conseguir este tipo de testimonios. Las llamadas telefónicas a menudo se quedan sin respuesta. «No hay nadie», contesta sonriendo el policía que abre la puerta en casa de la madre de Breivik, en la capital. Tampoco la segunda esposa de su padre puede dar mayores explicaciones. «Tenía el buen comportamiento de un muchacho noruego», recuerda Tove Oevermo, que nunca apreció «señales» de nada extraordinario.

«Merecía morir»

El padre de Breivik trabajó en el Ministerio de Exteriores entre 1966 y 1996, con destinos en Londres, Teherán y París, antes de retirarse al pueblecito francés desde el que, al conocer la identidad del asesino del 22 de julio, manifestó que su hijo «debería haberse suicidado antes». Jens Breivik y su segunda mujer, también diplomática, reclamaron la custodia de Anders, al que el padre abandonó cuando tenía un año, pero perdieron el caso.

En esos escritos tan ampliamente difundidos por Internet, Breivik habla en algún momento de afecto por su madrastra pero, al referirse a la época en la que ella trabajó como alta funcionaria en la agencia para la inmigración de Noruega, señala que, como los musulmanes por los que tanto odio decía sentir, también ella «merecía morir».

Ragnhild Bjoernebekk, investigador de la Escuela de Policía de Noruega, cree que se puede hablar de «una persona sin emoción, sin empatía, controlada de un modo extraordinario. Incluso aprecia similitudes con los autores de matanzas como las de Columbine, en 1999, o Virginia Tech, en 2007, ambas en Estados Unidos.

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