Preguntas inevitables para tragedias evitables
Otras 25 personas fallecieron ayer cerca de la isla italiana de Lampedusa mientras intentaban buscar un futuro mejor a la dramática situación que atraviesa África y para la cual las grandes potencias y organismos no tienen solución alguna
Deia, 02-08-2011lA lista aún es más negra y dramática desde ayer. Sobre todo dramática. El problema de la inmigración, huérfano de padre y madre, se cobró la vida, en las inmediaciones de la isla italiana de Lampedusa, de otras 25 personas que intentaban buscar una vida mejor en Europa. Según noticias difundidas por las agencias de la zona, las primeras investigaciones apuntan a que todos estos africanos fallecieron asfixiados. Viajaban en el interior de la sala de máquinas de una barcaza de madera que no cumplía, ni de lejos, los requisitos mínimos para un viaje masivo por mar. Los gases que emanaba el motor sumieron a todos ellos en un final tan cruel como agónico. Algunos quisieron buscar oxígeno e intentaron abrir la única escotilla que daba acceso al habitáculo, pero los otros inmigrantes que se encontraban en la cubierta de la embarcación – casi 300 – no permitieron la apertura de la puerta porque tampoco había suficiente espacio en el puente para todos. Y en situaciones así, sobrevivir es parte de la historia, por muy duro que resulte. 36 mujeres y 21 niños son algunos de los supervivientes rescatados por las autoridades italianas. La situación en el continente africano empeora por momentos, si es que a estas alturas se puede estar peor. Las hambrunas y la inestabilidad política y social de esos países obligan a muchos a una apuesta a vida o muerte. Ciudadanos libios en su mayoría, impotentes, carentes de todo, se lanzan al mar en condiciones muy precarias. Los 120 kilómetros que separan África de Europa en esa zona son una tentación. Italia cuenta la llegada de africanos por miles, aunque nadie cuenta los que se quedan por el camino, ahogados lejos de los focos y el conocimiento público. Todo el mundo tiene derecho a intentar vivir una vida mejor, aunque ese derecho choque con leyes, cupos, crisis económica y, sobre todo, con habas contadas. El problema no es nuevo. Muchos vascos tuvieron que dejar atrás su casa, su familia, sus ilusiones y su patria empujados por la necesidad. Emigraron, trabajaron y lograron iluminar su vida. Estas personas buscan lo mismo. Están en su derecho. Cualquiera puede imaginarse, dedicando unos minutos al asunto, lo desesperado que hay que estar para abandonar el hogar. Hablar de vicio, antojos o términos similares es absurdo. La inmigración descontrolada es un problema de difícil solución – si es que la tiene – , pero ante tragedias como la de ayer resulta inevitable preguntarse dónde está el mundo en estos casos, dónde están las potencias, la ONU, la UE, dónde las organizaciones que mueven miles y miles de millones de euros para, en teoría, organizar este planeta, dónde está el sentido común y dónde la solidaridad. Todos estos pueblos no necesitan caridad, sino ayudas estructurales que les permitan, poco a poco, fabricar esperanza en sus propios países.
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