La extrema derecha en Europa
La Vanguardia, , 27-07-2011La masacre perpetrada por Ander Breivik en la tradicionalmente pacífica, rica y preciosa Noruega ha disparado señales de alarma acerca de cuáles deben ser los límites de tolerancia respecto a ideologías políticas extremas – ya sean de extrema derecha o de extrema izquierda, ya se manifiesten en la defensa de posturas fundamentalistas en contra de la diversidad o a través del fundamentalismo islámico-.Es importante resaltar el carácter nefasto de los extremismos sea cual sea su contenido ideológico.
La violencia calculada de Breivik provoca la reflexión acerca de la distancia entre el carácter extremo del discurso político manifestado en textos publicados en internet – como en este caso-y la capacidad y la voluntad de ejecutar lo escrito. Y es que resulta francamente difícil saber si amenazas y posturas extremas se limitan a perseguir la construcción de una imagen de quien las proyecta como “el más radical, el más duro, el sin piedad” en unos círculos específicos dentro de los cuales el individuo persigue la “admiración y el estatus”, pero sin estar dispuesto a pasar a la acción.
O si, por el contrario, existe el convencimiento y la determinación de actuar.
Breivik calculó cuidadosamente sus ataques, efectuó la matanza en Utøyacon una frialdad gélida que, de alguna manera, evoca la actitud del adolescente que tiene en sus manos un juego bélico en su consola o ordenador. No podemos obviar las similitudes: en estos juegos el protagonista suele actuar solo, lleva uniforme, debe elegir las armas a utilizar en cada momento, avanzar sin temor y abatir al enemigo. Uno a uno son destruidos y totalmente alienados de su naturaleza humana. Se trata de avanzar, eliminar y prevalecer. La violencia está presente a cada paso y, en nuestras sociedades, la normalidad de estas imágenes a las que se encuentran expuestos miles de adolescentes viene acompañada de una auténtica carencia de valores humanos y cívicos. Sin valores es más difícil elegir, no hay argumentos, no hay límites, no existen principios ni moral y la persona es más vulnerable.
La denominada “nueva derecha radical” engloba partidos políticos bien distintos, que incluyen desde posturas neo o ultraliberales hasta ultraconservadoras, y también algunos partidos de extrema derecha. Hasta el momento, la característica principal de estos partidos es su aceptación de la democracia liberal como sistema de gobierno y es en este punto donde se diferencian de los partidos fascistas surgidos en Europa entre 1922 y 1945.
La nueva derecha radical no pretende un cambio de régimen político, pero sí que se define por un fuerte discurso en contra de la clase política. Su lenguaje abusa del populismo. Las llamadas al “sentido común” de la ciudadanía abundan y les sirven para trenzar un discurso abiertamente hostil a la inmigración, al multiculturalismo y también a las élites políticas.
Estos partidos políticos buscan adeptos que jamás habrían contemplado la posibilidad de votar a la derecha radical, pero que se sienten atraídos por partidos que se autodefinen como capaces de “hablar sin tapujos”, por ejemplo respecto a la necesidad de que los ciudadanos tengan prioridad a la hora de disfrutar los beneficios del Estado de bienestar. La nueva derecha radical denuncia las consecuencias sociales, culturales y políticas de una inmigración creciente y diversa y, hasta el momento, está consiguiendo el respaldo de un número significativo de votantes en distintos países ricos europeos que incluyen Austria, Francia, Gran Bretaña, Italia y Suiza, entre otros. Los países escandinavos cuentan con partidos que no pueden definirse estrictamente como de nueva derecha radical; son los denominados partidos del progreso que suelen defender una ideología fuertemente liberal y, en algunos casos, conservadora.
Estos partidos atraen tanto a quienes se sienten vulnerables en una sociedad global como a quienes desean proteger identidades nacionales puras evitando el intercambio cultural. No obstante, la hostilidad respecto a aquellos considerados demasiado diferentes en términos de valores, cultura y, a menudo, color de la piel no queda circunscrita a un solo país sino que adquiere una dimensión global. Los precursores del movimiento actual de Resistencia Blanca y Nativismo Cultural están en reformulaciones de ideas nazis y fascistas ya planteadas en 1960.
Para Anders Breivik, las posiciones políticas de la nueva derecha radical representaban una claudicación gigantesca a cambio de participar plenamente en el sistema político; por este motivo avanzó en la búsqueda del extremismo. Aun así, algunos de los elementos citados en el manuscrito de Breivik podrían interpretarse como un llevar al extremo algunos puntos de estas ideologías de nueva derecha radical; por ejemplo, el odio a la clase política y, en particular, a una élite acusada de permitir la expansión del islam y la práctica del multiculturalismo.
Ciertamente las consecuencias sociales, económicas y políticas de la inmigración suponen uno de los mayores retos a los que se enfrentan las sociedades occidentales. Un reto que provoca dos reacciones principales y opuestas: el cosmopolitismo de puertas abiertas y una tolerancia casi sin límites, frente a la hostilidad de quienes se sienten amenazados por la transformación de sus propias sociedades. La reacción de Breivik ha sido criminal y extrema, pero el problema que denuncia es genuinamente difícil de resolver.
M. GUIBERNAU, catedrática de Política, Queen Mary University of London
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