ANÁLISIS BEN MCINTYRE The Times / EL MUNDO
El clip es más poderoso que la pistola
La reacción de los noruegos recuerda a su determinación frente a los nazis
El Mundo, , 27-07-2011Los clichés históricos vienen muy bien para defender lo indefendible. En su manifiesto, de más de 1.500 páginas, el asesino noruego Anders Behring Breivik cita como modelos a seguir figuras como Ricardo Corazón de León, Vlad el empalador y Otto von Bismarck. Adolf Hitler (que habría aprobado la manera en cómo Breivik quería transformar la Historia) fue condenado porque «tenía las capacidades militares necesarias para liberar Jerusalén y las provincias vecinas de la ocupación islámica», pero no lo hizo.
Y aquí, inevitablemente, entran los Caballeros Templarios, aquellos abanderados de la teoría de la conspiración. Describiéndose a sí mismo como «caballero justiciero», vestido con uniforme militar e insignias de calaveras, Breivik proclama una nueva cruzada contra el islam y así expulsar a todos los musulmanes de Europa para 2083, año en el que se conmemora el 400 aniversario de la Batalla de Viena, cuando el ejército cristiano derrotó a los otomanos.
Esta apropiación indebida y selectiva de la Historia es precisamente lo que Osama bin Laden trató de hacer, con sus referencias a las cruzadas, a la «pérdida» de la España islámica y a la restauración del Califato. Bin Laden y Breivik están en lados opuestos del conflicto pero pertenecen a la misma escuela apocalíptica.
Cocinar una teoría histórica se ha convertido en parte de las relaciones públicas del terror, una visión sesgada del pasado que se usa para justificar la violencia extrema en el presente. Esta no es una historia real, por supuesto, sino un intento de transformar la respetabilidad intelectual en puro odio.
Sin embargo, la Historia es vital para entender lo que está pasando ahora en Noruega: lejos de justificar las terribles acciones de Breivik, el pasado explica precisamente por qué los esfuerzos para aterrorizar y desestabilizar este país fallarán.
El ataque con bomba en Oslo y la masacre en la isla de Utoya representan el peor drama colectivo en Noruega desde la II Guerra Mundial. La solidaridad y la determinación forman parte de esta sociedad, un legado histórico genuino en contraste directo con las mentiras y falsedades del discurso enfático de Breivik.
La última vez que el mal irrumpió en la sociedad noruega fue con Vidkun Quisling, el líder fascista noruego que tomó el poder mediante un golpe de Estado con la ayuda de los nazis, cuando Alemania invadió Noruega en 1940.
Al igual que todos los pueblos bajo la ocupación nazi, los noruegos respondieron a la opresión de formas diferentes. Algunos, como Quisling y sus compinches, colaboraron activa y enérgicamente con los invasores. Otros se ofrecieron incluso como voluntarios para unirse a la División Vikinga de las SS. En el otro extremo del espectro moral, muchos formaron movimientos clandestinos de resistencia, o escaparon al Reino Unido para unirse a la Dirección de Operaciones Especiales y continuar desde allí la lucha, como ordenó el exiliado rey Haakon.
Pero la mayoría de los noruegos hizo algo único, algo únicamente noruego: le dieron la espalda a los invasores y les rechazaron. Pese a que muchos hablaban alemán, se negaron a conversar con los ocupantes. La gente cambiaba de acera para evitar tener contacto con un alemán, o incluso salía de una tienda cuando entraba uno. Cuando Quisling trató de introducir la doctrina nazi en las escuelas, más de 8.000 profesores firmaron una carta de rechazo. Casi todos los funcionarios de la iglesia del Estado y la mayoría de los sacerdotes renunciaron por la interferencia de los fascistas en la religión.
Este Frente de Hielo tuvo un efecto amedrentador sobre los ocupantes alemanes. Las autoridades nazis se enfurecieron por la campaña de desprecio en una región que Hitler consideraba «zona de destino».
Pero el símbolo más potente de la negativa noruega a doblegarse fue el clip. Según un mito nacional, el clip fue inventado por un noruego, Johan Vaaler, en 1901. Cuando los alemanes ocuparon el país, prohibieron el uso de insignias reales y nacionales. Entonces, los estudiantes de la Universidad de Oslo comenzaron a colocarse clips en sus solapas. El clip se convirtió en un potente símbolo de la unidad nacional, que decía clara, pero silenciosamente: «Estamos unidos». Cualquiera que en aquella época usase un clip era detenido de inmediato. La mayoría de los noruegos resistieron, ya que, en una población pequeña, patriótica y estrechamente relacionada, era algo que había que hacer, era algo natural.
Quisling, al igual que Breivik, se negó a quitarse la vida tras el horror. Narcisista hasta el final, escribió: «El camino más fácil para mí sería quitarme la vida, pero quiero dejar que la Historia dicte su propio veredicto». Eso fue lo que hizo la Historia: el suyo es uno de los pocos apellidos que se han convertido en un sustantivo en la lengua inglesa, una palabra para describir la traición. La Historia hará lo mismo con Breivik, a pesar de sus intentos por secuestrarla para sus fines perversos. El espíritu que sostuvo a Noruega durante la ocupación nazi es hoy evidente. Hay en la postura desafiante de la gente corriente, en la unidad y en la pena compartida en una tragedia nacional una valentía impasible. «El pueblo noruego siempre está unido», se dijo en el funeral. Eso era cierto en 1940, y lo es hoy en día también. El clip es más poderoso que la pistola.
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