Facetas de desintegración
El Universo, , 18-07-2011La emigración de los habitantes del campo y la inmigración en ciudades grandes y pequeñas es un creciente fenómeno social en Ecuador, que exige educación y esfuerzo planificado de integración. Los valores, es decir las realidades radicalmente humanas, nos integran, amplían nuestras potencialidades; los defectos (lo que falta) nos encierran, nos degradan.
La sabiduría popular afirma que los que escriben en paredes y murallas son canallas. ¿Quiénes merecen este calificativo? Los que no dan otro mensaje que el del atropello, consciente o inconsciente, a la sociedad. Un muchacho de campo generalmente ni se da cuenta de la torpeza del ataque a un bien público, porque en la cercana chanchera las manchas son tantas, que ni se notan. Este inconsciente agresor hace, sin inmutarse, sus necesidades biológicas junto a una pared, o tras de un árbol. Este mismo muchacho trasladado a la ciudad tarda en darse cuenta de las nuevas exigencias. En su ignorancia de la nueva realidad, lo más visible para él son sus monumentos y las paredes limpias. Pareciéndole anormal la limpieza, quiere dar su aporte, rayando, manchando paredes y murallas.
Se requiere alguien que ilustre su mente, amplíe su horizonte y le disponga a contribuir con sus valores rurales y a asimilar al mismo tiempo los valores urbanos. Asumir valores, o sea, ascender es difícil; la degradación es ayudada por el contagio del individualismo, más común en las urbes. Jóvenes llegados del campo a la ciudad, si son abandonados, no descubren fácilmente los valores de la ciudad y no conservan por largo tiempo sus valores rurales. Como es más fácil descender, engrosan la corriente de antivalores citadinos: Ya no rayan y manchan por ignorancia, sino por resentimiento, que es odio comprimido. De agredir paredes y murallas a agredir a personas hay pocos pasos.
La indefinición de los valores humanos, causada por el desarraigo de la emigración – inmigración, debilita la percepción de los valores citadinos y el influjo de la acción familiar. Sumando a esa debilidad la fuerza de nuevos atractivos, del sexo impersonal y de la droga, tenemos uno de los resultados, no el mayor ciertamente, el emporcamiento de monumentos.
La cochambre en las ciudades es solo una de las manifestaciones de una nueva ola, que, junto a sus valores, tiene el elemento de menosprecio de la forma externa: niños ricos con pantalones ficticiamente rotos, camisas semimanchadas, rostros indefinidos, indefinida también la presentación externa de la persona. ¿Cuál es la línea divisoria entre las exigencias de una presentación en la playa, o en la montaña y en un lugar citadino de reuniones? Se afirma que las ofensas a edificios de las ciudades se debe a una corriente de resentimiento social. A mi entender esta causa influye grandemente, pero no es la única. Los resentidos no pierden su capacidad de razonar; se dan cuenta de que el resentimiento esteriliza, no reemplaza la apertura a un intercambio, en el que se purifican y robustecen valores humanos. Personas con sólidos valores crean y sostienen una sociedad, en la cual todos puedan merecer.
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