El asesino del nazi Hall era de casa
El Correo, , 12-05-2011Desde que despuntó como un agresivo cabecilla del mayor grupo neonazi de Estados Unidos, Jeffrey Hall había tomado muchas precauciones para protegerse él y a su familia. Esporádicamente, pequeños colectivos de manifestantes acudían a protestar por las actividades racistas de su organización a las mismas puertas de su casa en la localidad californiana de Riverside. Con cinco niños en el hogar, el hombre que se pasaba la vida cuestionando la existencia de negros e hispanos, se sentía amenazado. Por eso había convertido la vivienda en un fortín, bien pertrechada de cámaras de vídeo para detectar la llegada de cualquier extraño.
Pero el enemigo que temía no estaba fuera sino en el interior de su propio hogar. Su hijo de diez años, instruido en la admiración de la supremacía blanca, le mató de un tiro mientras descansaba plácidamente en un sofá. La policía no alberga dudas de que se trata de homicidio intencionado, si bien no se explica todavía qué movió a este chaval orgulloso de todo lo que su padre representaba a apretar el gatillo el pasado 1 de mayo. Tan solo un día antes, el muchacho de pelo rubio mostró una preciada posesión a uno de los numerosos visitantes que se dejan caer por la casa. Se trataba, según reveló ‘The New York Times’, de un cinturón de cuero fino estampado con una insignia de plata de las SS nazis. «Miren lo que mi papá me regaló», dijo con timidez, encaramado en la misma escalera de la sala desde donde realizó el disparo mortal.
En una rara coincidencia, Hall tuvo la oportunidad de destilar su ideario durante una entrevista concedida horas antes de su fallecimiento al rotativo neoyorquino, inmerso en un reportaje sobre el Movimiento Nacional Socialista (NSM). Con el pelo rapado y sosteniendo en su regazo a un bebé de pocos meses, este fontanero de 32 años llegó a predecir que sus actividades políticas, en un mundo lleno de odio, sospecha y violencia, le conducirían a la desaparición.
«Creo en la secesión»
«Quiero una sociedad blanca», destacó como eje central de su pensamiento. «Creo en la secesión, daría mi vida por la secesión». Lo que Hall nunca pudo imaginar era que su muerte estuviera tan cercana y mucho menos a manos de su propio hijo, a quien había forjado en la creencias racistas y toda su obsesión por las armas y la simbología nazi.
En los últimos tiempos, ‘The New York Times’ había asistido y documentado una serie de actos organizados por Hall y su grupo, incluyendo manifestaciones violentas, barbacoas entre simpatizantes de la organización y otros eventos en el patio trasero de su residencia, convertida en sede del movimiento en el sur del Estado de California.
Hall, figura emergente en el mayor grupo supremacista del país – la NSM está fuertemente implantada en 32 estados – , fue capaz de capitalizar el sentimiento antiinmigrante para atraer a jóvenes cabezas rapadas, antiguos integrantes del Ku – Klux – Klan y extremistas de izquierda y derecha. En una reunión celebrada el día antes de ser asesinado había izado una bandera con una esvástica no lejos de la cuna de otro hijo recién nacido.
De apariencia tranquila y verbo fácil, en su piel no faltan los tatuajes, con el símbolo de la cruz y una calavera grabada en la nuca como elementos más llamativos. A esos ingredientes, habría que añadir su ambición por llegar a lo más alto de su organización. Hall se había postulado como candidato a unas elecciones del distrito en otoño pasado, obteniendo un 28% de los votos.
La inmigración ilegal era uno de sus grandes caballos de batalla, destacándose como organizador de eventuales «patrullas fronterizas» en el desierto. En el tránsito de la caja de herramientas a las gafas de visión nocturna, solía presumir de estar enseñando a su hijo a usar su equipo y a disparar un arma.
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