Durante 16 días, una «patera» libia fue a la deriva sin que nadie la ayudara en el mar más vigilado del mundo

Mueren de sed 61 inmigrantes que se dirigían a Europa

Les dejaron morir. Les abandonaron a su suerte. Sin agua, sin comida y sin ganas de mirarlos mientras los engullía el mar. La OTAN y un helicóptero militar europeo fueron supuestamente los que no quisieron atender las súplicas de 72 inmigrantes africanos hacinados en un pequeño barco que perdió el rumbo en el Mediterráneo.

La Razón, Celia Maza, 10-05-2011

El diario «The Guardian» reveló ayer el escalofriante relato de algunos de los 11 que consiguieron sobrevivir tras días ingiriendo su propia orina y los restos de la pasta de dientes que quedaba pegada en sus macutos. La pesadilla duró 16 días. «Cada mañana te despertabas y contabas los nuevos cadáveres. Aguantábamos con ellos a bordo 24 horas, luego los tirábamos al mar… Iban pasando los días y ya no podíamos ni reconocernos los unos a los otros. Unos simplemente se tumbaban esperando la muerte, otros rezaban», explica al rotativo Abu Kurke, de 24 años.

El suceso ha puesto el grito en el cielo de diferentes ONG que han denunciado que el Mediterráneo no puede convertirse en el Medio Oeste. «Esto ha sido claramente un episodio de abdicación de responsabilidades que ha derivado en 60 muertes, incluyendo a niños. Esto constituye un crimen y los culpables no pueden quedar inmunes sólo porque las víctimas sean emigrantes africanos y no turistas de primera clase de un crucero», asegura el Moses Zerai, un cura eritreo de Roma que dirige un campamento de refugiados. Él fue la última persona que mantuvo conexión vía satélite con el bote antes de que la batería dejara de funcionar.

Según el rotativo, los conflictos del norte de África han incrementado el flujo migratorio hacia Europa. Se cree que más de 30.0000 personas han hecho el viaje a través del Mediterráneo en los últimos cuatro meses. Largos grupos de anónimos han muerto en el intento. En abril, más de 800 personas que abandonaron Libia en botes nunca alcanzaron la anhelada costa.
La historia de Abu Kurke empezó como la de muchos otros. El 25 de marzo se metió en un barco viejo y destartalado con gente de Etiopía, Eritrea, Nigeria, Ghana y Sudán. Había 20 mujeres y dos niños pequeños. Uno de ellos tan sólo tenía un año.

El capitán empezó el viaje rumbo a la isla italiana de Lampedusa, pero después de 18 horas en el mar la pequeña embarcación empezó a tener problemas y comenzaron a perder combustible. El grupo se puso en contacto con el padre Zerai en Roma y éste avisó a la Guardia Costera italiana. La ubicación del barco se redujo a cerca de 60 millas de Trípoli. Los funcionarios de la Guardia Costera aseguraron al religioso que la alarma se había planteado y todas las autoridades estaban al tanto.

Pronto, llegó un helicóptero con la palabra «army» marcada en su armazón. Los pilotos, que vestían uniformes militares, les dieron botellas de agua y paquetes de galletas. Les indicaron que permanecieran en la misma posición hasta que llegara un barco de rescate, pero pasaron las horas y nadie volvió a por ellos. Ningún país admite ahora haber mandado un helicóptero de socorro. Un portavoz de los guardacostas italianos aseguró a «The Guardian» que hicieron saber a Malta que el barco se dirigía hacia su zona y se emitió una alerta para que salieran a su rescate. Sin embargo, las autoridades maltesas han negado cualquier participación con la embarcación.

Después de varias horas de espera, era evidente que nadie vendría a buscarlos. Sólo quedaban 20 litros de combustible. El capitán pensó que serían suficientes para llegar a Lampedusa, pero fue un error mortal. Antes del 27 de marzo, la embarcación ya había perdido el rumbo y estaba a la deriva a merced de las corrientes. Los cuerpos comenzaban a apilarse. Y los más mayores intentaban calmar los lloros de los niños acurrucándolos. Sus padres habían muerto. Entre el 29 y 30 de marzo, la embarcación llegó muy cerca de un portaaviones de la OTAN. Según los supervivientes, tan cerca que era imposible no escuchar sus gritos. Dos aviones despegaron de la nave y volaron a baja altura sobre el barco, mientras que los emigrantes levantaban a los niños moribundos pidiendo ayuda. Pero el portaviones se alejó.

Sin suministros, combustible o medio de contacto con el mundo exterior, la tripulación perdió toda esperanza. Comenzaron a sucumbir uno a uno. Tras una investigación, «The Guardian» concluyó que es probable que el portaaviones fuera el buque francés «Charles de Gaulle», que operaba esos días en el Mediterráneo. Las autoridades francesas navales negaron inicialmente la información, pero posteriormente declinaron hacer comentarios. El 10 de abril, el barco finalmente quedó varado en una playa cerca de la ciudad libia de Zlitan, cerca de Misrata. De los 72 inmigrantes que comenzaron el viaje en Trípoli, sólo 11 estaban vivos. Uno de ellos murió casi inmediatamente. Otro poco después en la cárcel, donde las fuerzas de Gadafi les tuvieran durante cuatro días. Los supervivientes aseguran que volverán pronto a intentar su sueño europeo.

Crece la cifra de inmigrantes libios
La llegada de 842 indocumentados a las costas de la isla italiana de Lampedusa eleva a más de 1.900 el número de inmigrantes «sin papeles». La cifra de inmigrantes áfricanos crece tras una tregua de varios días, que comenzó el jueves. Se eleva a 20.000 el número de refugiados que han llegado a las costas italianas, desde el comienzo de las revueltas del norte de África el pasado mes de diciembre. El número de inmigrantes libios alcanza la cifra de 8.100, según datos del 3 de mayo de la Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas (Acnur).

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)