S e ha contabilizado que unas 30.000 personas han cruzado el Mediterráneo desde el norte de África en los últimos cuatro meses con el objetivo de pisar suelo europeo. Algunos, buscando el sustento que no hallan en sus países; otros, huyendo del horror de la guerra. Se desconoce cuántos lo han intentado y se quedaron en el camino, algunos se atreven a poner una cifra: ochocientas almas.

Categóricamente la OTAN y Francia desmintieron que alguno de sus buques hubieran negado auxilio a una embarcación a la deriva que había salido de Trípoli con 72 personas a bordo. El diario The Guardian denunció el hecho basándose en los testimonios de los supervivientes y de un cura que mantuvo contacto telefónico con ellos.

Dicen que hubo un aviso a los guardacostas italiana y que estos le pasaron el problema a Malta. Sepamos o no lo que realmente sucedió, ahí quedan 61 personas – niños, mujeres y hombres, con o sin papeles, refugiados o inmigrantes – que murieron de hambre y sed en medio del mar ante los ojos de Europa. Unas almas que no son prioritarias; muy al contrario, solo son un problema.