Los samaritanos del siglo XXI

El Correo, ELENA FERREIRA, 08-05-2011

Tienen algo más que ganas y tiempo libre. Es una inquietud, una manera de entender la vida que se convierte en la tabla de salvación de los más necesitados de la sociedad. Esa mano tendida al inmigrante, al excluido, al pobre de toda la vida tiene cara, ojos y sobre todo corazón.

Son los voluntarios de los que se nutren las asociaciones humanitarias de Vitoria. Son los samaritanos del siglo XXI.

Heraclio Palomino (77 años) Banco de Alimentos

«Empiezo a temer que exista hambre en Álava»»

Recoger alimentos excedentarios de pequeñas y medianas superficies sin coste alguno y repartirlos entre los necesitados también gratuitamente. Fue este espíritu con el que se creó en 1998 el Banco de Alimentos de Álava y el que sedujo de manera irremediable a Heraclio Palomino, su presidente y también voluntario como el resto del personal, otros 16 hombres. Había sido contable y al llegarle la jubilación, «lo único que tenía claro es que quieto en una butaca no quería quedarme. Un amigo me habló de esto, me gustó y hasta hoy», recuerda. Aquel 1999 se entregaron 31.000 kilogramos de alimentos. El año pasado superaron los 800.000.

El contable que todavía alberga Heraclio le anima a seguir hablando de números. «Somos muy rentables para la sociedad. Todos los alimentos que nos llegan habrían acabado en Gardélegui. Sin embargo, esos kilos que reciclamos, en el mercado, al coste más barato, tendrían un valor de más de un millón de euros anuales», comenta orgulloso a EL CORREO en una pequeña oficina dentro del pabellón que utilizan como almacén y sede, en Ali Gobeo.

Son las diez de la mañana y el trasiego de entrada y salida de alimentos llama la atención. Fresas en perfectas condiciones, naranjas, yogures, aceite, legumbres… que nunca se entregan a particulares directamente sino que acaban en centros, colectivos o residencias, que son los que harán el reparto.

Por un momento, interrumpe la conversación Javi Galdós, el encargado del almacén. «Acaban de traernos 35 kilos de pollo», anuncia mientras empieza a temblarle la voz. «Estos detalles hacen que todos los días me emocione como un tonto. Se agradecen tanto…». Y es que la crisis achucha y desde el banco de alimentos son muy conscientes de ello. «Antes pensaba que en Álava sólo había necesidad, ahora temo que ya exista hambre». Heraclio añade otra reflexión: «Todos tiramos mucha comida, demasiada. También es cierto que se ha despertado la solidaridad, pero se puede dar más. Y los que reciben tienen que ser muchas veces más sinceros de lo que son», concluye no sin antes insistir en que «necesitamos savia nueva. Hay que bajar la media de 70 años que tenemos aquí».

Xabier Barrutieta (60 años) Cáritas

«Al inmigrante no se le ayuda más que al nativo»

Llevaba cuarenta años como profesor de Bachillerato en Escoriaza así que cuando le prejubilaron a los 58 años, lo tuvo claro: el programa de apoyo escolar de Cáritas le venia como anillo al dedo. Es el profesor particular de unos cuantos chavales, sobre todo latinos, a los que el euskera, el conocimiento del medio e incluso el inglés se les hace un poco cuesta arriba. «Las familias responden muy bien y los estudiantes, de entre diez y doce años, también», asegura Xabier Barrutieta quien complementa esta ayuda desinteresada con otro proyecto destinado a los adultos. Con ellos aborda la mejora del castellano en el curso ‘Conversación y tertulias literarias’ al que acuden un joven paquistaní y otro norteafricano. Son estas charlas las que le han ayudado a ponerse en la piel del mundo inmigrante. «He descubierto su realidad. Hay muchos dramas personales, te cuentan sus angustias pero al menos aquí, en el País Vasco, en Vitoria, se sienten acogidos y también protegidos», revela en la sede de Cáritas, en la Plaza de Desamparados.

A Xabier, en este sentido, también le ha tocado ayudar a poner los pies en el suelo a más de un inmigrante que venía a Vitoria convencido de haber encontrado el maná. «Llegan con un montón de sueños y se chocan de bruces con la tozuda realidad». Convencido de que la sociedad es solidaria, reconoce que le afecta la falsa concepción que hay de que «al inmigrante se le ayuda más que al nativo. Es falso y además injusto». Seguirá como voluntario. Ésa es su idea. «Yo me veo aquí. Tendría que pasar una hecatombe personal para que lo dejara».

Idoia Sagastegui (27 años) Asociación Bizitza Berria

«Ser voluntario te hace más justo»

«Cuando dices que eres voluntaria, a todo el mundo le parece bien. ¡Mira qué maja! Pero si les invitas a participar, siempre aparece el ‘no tengo tiempo’. Yo también me quedaría a veces en el sofá a gusto, pero todos somos algo responsables de que una parte de la sociedad viva sin techo o pase hambre. Por eso, ser voluntario te hace más justo». Idoia Sagastegui cumple mañana 28 años y descubrió a los 15 cuál era su vocación. «Un cura del barrio formó un grupo de jóvenes y visitábamos lugares como el Aterpe, Proyecto Hombre o centros de día. Me abrió una puerta muy grande y me gustó lo que descubrí. Ahí decidí mi futuro. Soy educadora social».

Conoce especialmente al colectivo de los ‘sin techo’ desde que hace más de tres años empezara en la asociación Bizitza Berria. Fue monitora en el hogar de Betoño, donde puso cara a la desesperanza. «Muchos piensan que no merecen vivir de una manera normalizada. Sus adicciones les crean mucha culpabilidad y eso les deja una gran huella».

Idoia confiesa admiración hacia las personas que deciden salir de ese pozo. «Luchar cada día en este camino de la reinserción no es fácil. Dar tres pasos para delante te cuesta mucho, pero quince hacia atrás los haces en segundos. Tienen que permanecer firmes y ser constantes. Muchas veces me pregunto de dónde puede sacar tanta fuerza alguien que lo ha perdido todo. Y ahí siguen, luchando por recuperar el respeto por sí mismos».

Recientemente cambió de trabajo pero continúa vinculada a Bizitza Berria como voluntaria formando a un grupo de mujeres que ha entrado en la última fase de la reinserción social. «De repente les sueltas la mano, empiezan a caminar solas y puede suponer un abismo». Con ellas comparte experiencias, temores y, por qué no, también risas.

José Luis Ruiz de Samaniego (59 años) Unidad Pastoral Casco Histórico

«Hay que aprender a ser equidistante»

José Luis Ruiz de Samaniego es uno de los 175 voluntarios de los que se nutre Berakah, el programa creado por las cuatro parroquias del Casco Histórico para ayudar a inmigrantes, gitanos, mayores en soledad y prostitutas. Su experiencia es larga y dilatada: desde repartir comida hasta atender a los casos urgentes que piden un colchón donde dormir una noche. También se ve obligado a abrir los ojos de los que llegan. «Les hacemos ver que aquí no están colgadas las longanizas de los árboles». Ahora está volcado en los microcréditos sin intereses que dicha unidad pastoral concede sobre todo para vivienda. «¿Por qué soy voluntario? Está claro, hay que devolver a la sociedad parte de lo que nos ha dado. Cuando ves estas desgracias te das cuenta de que eres un privilegiado». Ahora bien, José Luis también tiene claro que «no puedes ser el salvador del mundo». Quizá por ello, intenta mantener una regla de oro: «Hay que aprender a ser equidistante, si no la miseria te engulle porque, aquí, alegrías hay pocas».

Recibe a EL CORREO en la llamada ‘sala de escucha’ del centro Betania, en la calle Las Escuelas. «Cuando alguien se sienta frente a mí, me puede parecer mejor o peor, pero sé que necesita mi solidaridad. Para mí, es un hermano y si no, sobro aquí. A veces hasta puede que te levante la voz pero le dejas que se desahogue y muchas veces acaba llorando». Ésta es una de las lecciones que le ha aportado su vocación. Otra realidad que ve es el hecho de que los nativos son siempre mucho más remisos a pedir ayuda que los inmigrantes. «Y pueden estar en las mismas condiciones, pero les da pudor o vergüenza. Además, cuando vienen son casos extremos, deshechos y es que, aunque parezca mentira, los extranjeros están más informados de sus derechos y recursos que los de aquí». Para él, el ‘annus horribilis’ ha sido el 2010. «Los vitorianos son solidarios pero me duelen las conversaciones típicas de incomprensión y quejas racistas por falta de información», concluye.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)