Historias de jóvenes inmigrantes El sacacorchos
Un viaje sin billete de vuelta
Deia, , 04-05-2011Acaparan todas las ayudas sociales, arramplan con los puestos de trabajo más suculentos, traen consigo el gen de la delincuencia, nos invaden con malas artes y no se quieren integrar porque son hijos de Belcebú. La inmigración llega con la cruz del estigma a sus espaldas, como si solo huyese del mal y porvenir negro carbón lo peor de cada casa. No hace falta viajar a los bajos fondos para escuchar semejante retahíla de improperios de baja catadura. Tampoco, es cierto, están todos bautizados con el agua bendita de la buena gente. Entre quienes se buscan la vida en otros bosques distintos al suyo hay grandes personas y otros tantos hijos de puta. Como en casa, vamos…
Ahora, cuando se anuncia la proyección de La vida de Alex, el jugoso fruto de un taller de creación audiovisual en el que jóvenes inmigrantes han aprendido a manejar las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, a izar la bandera blanca que pide tregua y nunca rendición, viene a mi memoria la voz del viejo Abraham Lincoln cuando dijo aquello de que todos los hombres nacen iguales, pero ésa es la última vez que lo son. ¡Por qué habían de serlo!
El cortometraje se encuadra dentro de un proyecto que lleva por nombre Todo el mundo es inmigrante. Lo han rodado un puñado de menores inmigrantes no acompañados residentes en Bizkaia, jóvenes que salieron de su patria chica para hacerse camino. Dentro de unos años, cuando miren atrás, sabrán que la inmigración más dolorosa es la de que parte de la niñez y llega a la edad adulta. No hay regreso posible y en el camino quedan, siempre, un puñado de ilusiones rotas.
Una de las grandes lecciones de la vida llega cuando uno descubre que no importa que el gato sea blanco o negro, que lo importante es que cace ratones. Es entonces cuando uno descubre que ha de estar allá donde haya presas, allá donde pueda ganarse el pan. Es fácil comprender la teoría pero La vida de Alex viene a demostrarnos que la práctica siembra de dificultades de ese viaje, casi siempre tormentoso. Una vez instalados en las sociedades de destino, los jóvenes que dejaron atrás los felices años de la inocencia, se encuentran con diversas dificultades. Carecen de modelos afectivos a los que aferrarse en los malos días y llegan a una cultura que rara vez comprenden y que rara vez les comprende a ellos. Aún no se han hecho capitanes y no les dejan ser grumetes. Son marineros errantes en la dura mar de la vida.
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