«Chichita, deja ya a ese hombre o te matará»

Las Provincias, J. A. MARRAHÍ jmarrahi@lasprovincias.es | VALENCIA., 03-03-2011

Santa Cruz es la ciudad de Bolivia que vio nacer y partir a Gigliola Carlen Ruiz Guevara. Chichita, como la conocían cariñosamente, lo dejó todo para venir a España a trabajar. Incluido a su novio Arnoldo, «con el que estuvo cuatro años y que la quería mucho», recuerda su hermana. «Ese sí la quería», rememora Claudia.

Seis años después, a los 32 años, su viaje ha acabado con un cuchillo clavado en el corazón, víctima de un crimen machista en Valencia, convertida en un cadáver que una familia endeudada y sin recursos intenta repatriar para ser llorada en casa «por mamá y mis cinco hermanos. Allá está hundidos».

Chichita vino al mundo el 12 de noviembre de 1978. Fue la segunda hija de una familia de seis hermanos. La niña «alegre, sensible e inteligente» creció y se convirtió en «otra madre para el resto de hermanos». Cursó estudios de Administración y trabajó en una empresa petrolera en la que conoció a su amiga Jaqueline.

Ella fue la primera en buscar fortuna en España. Gigliola decidió seguir sus pasos. «Me voy para ayudaros», dijo a su familia. Arnoldo se quedó «destrozado» por la partida de su novia. Fue pensado y hecho, casi sin tiempo de despedidas.

Boleros de Luis Miguel o Marco Antonio Solis, cantantes que mataban las penas de la víctima, hubieran servido para acompasar ese adiós. Su salto al vacío. La joven «hogareña y familiar» dejó «su tierra cálida». Su madre pidió un préstamo para poder costear el viaje de Chichita. Así, el 2 de agosto de 2005 una aventurera joven boliviana de 26 años aterrizó en Valencia.

La inmigrante suramericana se estableció en la casa de su colega y empezó a trabajar como empleada de hogar en otra vivienda. Al cabo de tres años «falleció la persona que la había empleado», explica Claudia.

Aparente hospitalidad

Chichita conoció al uruguayo Luis Budes, de 73 años, a través de Jaqueline. «El hombre buscaba una persona para trabajo doméstico por horas en su casa de la calle Toneleros», relata Claudia. La boliviana aceptó. Sin embargo, la relación con Jaqueline se truncó a mediados de 2006 por una discusión.

Esta ruptura entre amigas estrechó la relación de Chichita con Luis. «Mi hermana no quería ya vivir con su amiga y pidió al hombre que le alquilara una habitación». Aparentemente hospitalario, el uruguayo le brindó una opción mejor: vivir en el piso de la calle Gregorio Gea, la casa en la que años después encontraría la muerte.

«Dijo a mi hermana que no se preocupara por el alquiler». No obstante, impuso una condición: «ella viviría sola y él podría entrar cuantas veces fuera». A Chichita no le quedaban muchas opciones. Había perdido a la amiga que la protegía, pero tenía otra persona en quien confiar, un hombre mucho mayor que, poco a poco, entró en su vida.

«Ella seguía acudiendo al piso de Luis en la calle Toneleros a trabajar, pero al final el hombre se acercó más a ella hasta el punto de que se fue a vivir a la casa de Gregorio Gea», explica Claudia. Las primeras sospechas de la hermana de Chichita llegaron con algunas «extrañas» llamadas a Bolivia de la víctima. «Telefoneaba de madrugada. A veces se quedaba callada o cortante. Era como si no fuera ella, como si hubiera alguien detrás», recuerda la hermana de la fallecida.

Luis comenzó a relacionarse con la familia de la boliviana. «Llamaba los fines de semana a mamá y le informó de que Chichita vivía en su casa». Claudia tuvo una especie de «intuición de hermana». «Quiero saber del hombre con el que estás andando», le dijo. «Tuve un presentimiento de que algo iba mal».

Claudia dejó su carrera de Comunicación Social y partió a Valencia para saber qué le ocurría a su hermana. Su familia se endeudó aún más. En noviembre de 2008 aterrizó en España y residió un mes con Gigliola. Después, trabajó como interna en una casa y sólo se veían una vez al mes. A veces preguntaba a su hermana sobre la «extraña relación con un hombre mucho mayor». La respuesta de Chichita era casi siempre la misma: «No te metas». Claudia admite que se daban besos «y él la presentaba como su novia, pero mi hermana protestaba porque no lo veía así».

Y llegaron los problemas. «Luis era un viejo posesivo y controlador. Una vez descubrí una grabadora que tenía escondida en un sofá». Chichita pidió a su hermana que se marchara «por seguridad», con lo que hace un año, Claudia se fue con su novio a un pueblo de Valencia.

Por esas fechas, recuerda, «vi los primeros hematomas en sus piernas, pero ella dijo que se había caído». «Chichita, déja ya a ese hombre o te matará», le advirtió Claudia. Hace cuatro meses, estalló una disputa entre ambos, pero la víctima no denunció. «Tengo miedo, quiero dejarlo», dijo la boliviana a su hermana. Forcejearon. «Tú no me quieres, estás obsesionado», le recriminó a Luis mientras el hombre estiraba su maleta para que no se marchara.

Durante un mes se alejó del uruguayo pero regresó «a la maldita casa, creo que por miedo a que él me hiciera algo. Tenía unos amigos muy raros, musculosos y con anillos, a los que llamaba ’hermanos’». Los días antes del crimen, «Chichita estaba triste, como si ya no fuera ella». «¿Te ha amenazado?», preguntaba la joven. «No te metas», repetía la víctima.

Ahora que ha perdido a su hermana, Claudia sólo tiene dos anhelos: regularizar su situación en España para subsanar la deuda que su familia ha contraído y retornar los restos mortales de Chichita. Para ello ha abierto un número de cuenta (2077 – 0009 – 92 – 1602433213) y recorre las calles con una hucha.

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