El hacinamiento en la cárcel de Martutene continúa creciendo con más de 400 presos

La vieja prisión fue construida en los años 40 y tiene capacidad para 103 internos Los reclusos ni siquiera cuentan con espacio para guardar la ropa y suele haber urgencias porque se caen de las camas

Diario de noticias de Gipuzkoa, Jorge Napal, 02-03-2011

Donostia. El vaivén de presos es constante pero desde hace meses la cárcel de Martutene rebasa la cifra: más de 400 reclusos para una prisión con una capacidad de 103 internos, lo que ha dado paso a una situación insostenible para gestionar la tarea diaria. Instituciones Penitenciarias está realizando un esfuerzo por reducir al máximo el número de presos, pero no es precisamente una tarea sencilla. Mover a los preventivos es prácticamente imposible, y con aquéllos que están en tratamiento médico o pendientes de intervención quirúrgica son los funcionarios quienes se oponen.

El número de internos va por oleadas, siempre al albur de salidas y nuevos ingresos. En concreto, ayer eran 388 los reclusos en Martutene, aunque la cifra lleva tiempo instalada en torno a los 400, sometidos a unas condiciones de hacinamiento que se visualizan en muchas de las celdas de esta cárcel radial, en las que se levantan literas de tres alturas a ambos lados del habitáculo. La fotografía de todo ello: seis personas compartiendo chabolo en apenas diez metros cuadrados.

Los reclusos ni siquiera cuentan con espacio suficiente para guardar su ropa. “No saben dónde meter a la gente, no hay sitio y, de hecho, suele haber urgencias porque algunos se caen de las camas”, asegura un empleado que, pese a todo, se muestra sorprendido de las “pocas peleas” que se registran.

Es el equipo de tratamiento el que hace la valoración de cada interno. Cuando es posible, se les deriva al centro penitenciario alavés de Nanclares de la Oca, la prisión de referencia para los penados. Pero el goteo de presos es constante, y los funcionarios están desbordados.

Política de internamiento El abogado de Proyecto Hombre, Pablo López, que visita la prisión todas las semanas, destaca la “curiosa política de internamiento” que provoca esta aglomeración de internos, ya que, según denuncia, acaban entre rejas muchos delitos menores para los cuales el Código Penal plantea otro tipo de medidas, como el establecimiento de trabajos en beneficio de la comunidad, que raramente se llevan a efecto por falta de medios. “Algo se debe estar haciendo mal cuando se plantea la prisión como última opción y, en cambio, contamos con uno de los niveles de delincuencia más bajos de Europa y una de las tasas de internamiento más elevadas”, censura el letrado.

No es extraño, por ello, que la prisión esté atestada. Acoge a un número ingente de reclusos en unas instalaciones viejas de solemnidad, bajo unas condiciones de humedad “insoportables” para quienes las frecuentan, debido a su ubicación junto al río Urumea. “Se está haciendo un gran esfuerzo por mantener unos niveles de dignidad, pero la cárcel da lo que da y ya no los acepta”, describe López.

A modo de ejemplo de esa “curiosa política de internamiento” por la cual cada vez son más las personas que acaban entre rejas, los trabajadores de Martutene observan que, entre otros, los problemas de alcoholemia están motivando un creciente repunte de casos. Son ingresos que llaman la atención porque apenas se quedan unas semanas en la prisión, tiempo sin embargo suficiente para seguir engrasando la compleja maquinaria burocrática. El número de inmigrantes también se ha disparado en los últimos años, sobre todo de magrebíes y sudamericanos. De cada seis nuevos ingresos, cuatro son extranjeros.

El presidio hace tiempo que dejó de dar de sí pero, pese a todo, hay un dato que demuestra que las cosas adentro, a fin de cuentas, se llevan lo mejor posible dentro de las posibilidades. “A la hora de plantear los traslados, hay una gran mayoría de presos que no se quieren ir”, precisa un trabajador de la cárcel.

Anécdotas que refieren este capítulo hay muchas. Quizá, una de las más elocuentes se registró hace unas semanas: “Cuando le llamaron para trasladarlo, simuló una crisis y el médico que estaba de guardia no le dio crédito autorizando su traslado. El hombre, corpulento, siguió haciéndose el loco, y a duras penas le pudieron meter en el coche de la Ertzaintza para llevárselo”, relata.

Los funcionarios consultados por este periódico resaltan el “carácter peculiar” de la prisión, que a pesar de las elevadas cifras de internos que soporta, sigue manteniendo “un carácter muy abierto”, donde se facilita el trabajo de asociaciones y ONG como Cruz Roja, Pastoral Penitenciaria, Proyecto Hombre o Agipad, la asociación guipuzcoana de Investigación y Prevención del Abuso de Drogas.

Todos alaban el trabajo de un equipo de tratamiento muy activo, pero “desbordado”. Por si fuera poco, se da el caso de algunas áreas concretas, como puede ser la sanitaria, en la que el número de trabajadores incluso se ha reducido para atender a una demanda creciente.

El sector cuenta con tres médicos una de ellas probablemente se vaya, tres enfermeras (cuando debería haber cuatro), y además hay dos de baja que no han sido sustituidas. El plantel se completa con un auxiliar de clínica.

Los presos plantean mucha demanda y en esas condiciones “no les podemos atender como nos gustaría”, lamenta un trabajador, sorprendido por los programas terapéuticos que se han impulsado con éxito a pesar de las crecientes dificultades para hacerlo. “El trato es bueno, pero ellos son muy demandantes. Ante esa tesitura, la institución no facilita demasiado las cosas porque no apoya con el personal suficiente y pide un sinfín de informes”, resume el mismo funcionario.

Condiciones de trabajo que “queman”, aunque no por ello la labor deja de ser “gratificante”.

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