Evacuaciones de primera y de segunda clase en Bengasi

Mientras los africanos se hacinan en el puerto, los europeos reciben caramelos

El Mundo, JAVIER ESPINOSA , 28-02-2011

Hasta las revoluciones hacen distingos. No es lo mismo llamarse Mohamed Abdi Abdel Malik que Douglas Peace. El primero, un somalí de 25 años, lleva cuatro días hacinado en una habitación de un barracón portuario de Bengasi junto a otra docena de compatriotas, en medio de un escenario dominado por el barro y un frío intenso, a la espera vana de un navío que decía le iba a llevar a Italia. El segundo, británico, fue acogido horas después con zumos de fruta, caramelos y pastillas contra el mareo antes de embarcarse en la fragata HMS Cumberland, que debía trasladarle hasta Malta.

Peace es uno más de los miles de extranjeros que ayer huían de Libia en un éxodo que se ha acrecentado en las últimas horas y que en la última semana ha llevado a más de 100.000 personas a escapar de la nación árabe, según estimó la Agencia de Ayuda para el Refugiado de la ONU (ACNUR). Esas cifras sólo contabilizan la oleada humana que ha atravesado las fronteras terrestres de Túnez y Egipto, y no incluye a los miles que han abandonado el país a bordo de barcos y aviones.

Si los testimonios que llegan desde Trípoli hablan de la precaria situación humanitaria que se ha generado en torno al aeropuerto de esa capital, donde vive desde hace días un número incontable de trabajadores foráneos, las imágenes que se aprecian en el puerto de Bengasi no son muy distintas. Más de 2.000 obreros de Somalia, Etiopía, Bangladesh o Pakistán permanecen atrapados en una sección del complejo marítimo.

Las capacidades de los cobertizos se han visto desbordadas por la afluencia de foráneos y muchos de ellos duermen bajo camiones y autobuses, en cartones o colchonetas tiradas sobre el barro. Los más afortunados permanecen acurrucados junto a los muros, protegiéndose con mantas de unas temperaturas gélidas que terminaron en un espectacular granizo.

Sin embargo, las inclemencias climáticas no parecen eclipsar el optimismo de Abdel Malik, acostumbrado al sufrimiento. El vecino de Mogadiscio lleva tres años en Libia intentado llegar a Europa. Más de una decena de miembros de su familia han sido asesinados en la guerra civil que asuela su país. «Es irónico: yo estaba huyendo de la guerra y es la guerra la que me ha vuelto a atrapar», comenta con humor negro.

Los inmigrantes de Somalia o de la conflictiva región de Oromia, en Etiopía, acumulan años de angustias y relatan cómo han pasado más de dos semanas atravesando los desiertos de Sudán y Libia hasta llegar a Bengasi en trayectos donde vieron morir a un número incontable de sus acompañantes. «Somos los que más hemos sufrido, pero aquí nos han dejado. Abandonados en una esquina del puerto. Pero llegaremos a Italia, ya lo verá», observa Daniel Mangiso, un oromo que permanece en el enclave portuario con su esposa y su hijo de ocho meses.

Los africanos se enfrentan además a la psicosis que se ha generado en torno a los ciudadanos de piel negra que la población local asimila de forma automática a los mercenarios que está utilizando la dictadura para intentar contener la revuelta popular. Mangiso dice que al menos cinco personas de su grupo «han desaparecido» en el caos que se instaló en Bengasi: «No sabemos donde están. Nos tememos que los hayan matado al confundirlos con mercenarios».

De hecho, en una visita a la prisión improvisada que se ha instalado en el tribunal de justicia de esta urbe, donde las autoridades locales mantienen arrestados a más de una 20 de extranjeros a los que acusan de ser mercenarios, una decena de nacionales de Ghana intenta proclamar su «inocencia» aduciendo que eran obreros contratados por una firma local.

«Llevo años aquí, tengo a mi esposa en casa», señala Mohamed Muza, antes de que los guardias le hicieran callar. «Nuestras vidas están en peligro», añade bajando la cabeza.

Tras escuchar relatos como los de los africanos, las penas que referían los cientos de europeos que abandonan Bengasi en el HMS Cumberland parecen ser meras anécdotas. La mayoría provienen de plataformas petrolíferas y reconocían que allí sólo se enteraron de la crisis «por la televisión», en palabras de Simson Mardon, un ingeniero inglés de 63 años. Tan sólo un contingente de rumanos explica que sus complejos fueron asaltados por hombres armados «Ali babas», les llamaron que les robaron los vehículos.

Los británicos establecieron un sistema tan pulcro como ordenado. Los primeros pasajeros vieron incluso como un uniformado ataviado con una corbata les ayudaba a transportar sus enseres. Del otro lado de la ensenada, Mohamed Abdi seguía esperando su improbable traslado a Europa.

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