El alto número de muertos en Libia no fueron suficientes para que ayer la Unión Europea condenara explícitamente a Libia y le impusiera sanciones por la dura represión de las protesta. Italia, antigua potencia colonial del país norteafricano, logró frenar la imposición de castigos, como la prohibición de entrada a la UE de miembros del régimen «amigo» de Gadafi, como lo califica Silvio Berlusconi.

Sobre la larga mesa de los ministros de Exteriores de la Unión reunidos en Bruselas había ayer un documento con la palabra «chantaje» expresada de forma tácita, pero elocuente: si los Veintisiete expresan demasiadas simpatías con las revueltas populares, Libia dejará de frenar a los inmigrantes irregulares que buscan cada año, coincidiendo con la llegada del buen tiempo, un futuro mejor en Europa. Así, Gadafi, con la inestimable ayuda de su aliado en Roma, lograba, al menos de momento, que la UE mitigue o suavice el tono de sus comunicados, en los cuales se han hecho habituales verbos medidos al milímetro como «instar», «impulsar» o «facilitar».

Gadafi tiene dos poderosos argumentos de realpolitik: que Libias sea una plataforma natural para que miles de potenciales inmigrantes den el salto a Europa y que posee el 3% de las reservas mundiales de crudo.

El ministro italiano de Exteriores, Franco Frattini, apostaba por «no dar la impresión equivocada de que queremos interferir, o que queremos exportar nuestro [modelo] de democracia: tenemos que apoyar la reconciliación pacífica». Y es que, como Berlusconi suele decir, el colonnello Gadafi es un amigo de Italia y tamibén del Cavaliere.

Mientras Italia bloqueaba cualquier iniciativa que pudiera «molestar» a Gadafi apoyada por Malta y Chipre, otros, como el ministro finlandés de Exteriores, Alexánder Stubb, no tenían reparos en dejar a un lado el lenguaje diplomático. «¿Cómo podemos contemplar lo que está pasando en Libia, con casi trescientos muertos y no hablar de sanciones?», comentó.